Descubrir nuevas oportunidades

Descubrir nuevas oportunidades

La vida después de cumplir una condena es también un gran desafío para que la persona que deja la cárcel pueda recuperar su libertad y dignidad.

Una de las imágenes que están incorporadas en la sociedad en relación con la vida del preso es que éste cuenta los días para salir en libertad, esperando que con ese egreso se terminen todos sus padecimientos. Pero en general no es así. Para muchos comienza un tiempo de serias dificultades, sobre todo para aquellos de condición más humilde.

Falta de documentos, de vivienda, problemas de salud, adicciones no tratadas, ausencia de proyectos de vida, vínculos familiares rotos, dificultades para insertarse en el campo laboral, etc.; son algunos de los tantos problemas con los que deben enfrentarse. Sumado a ello están las condiciones emocionales con las que egresan, muchas veces manifestadas a través del miedo. Miedo a enfrentarse a la sociedad, a no ser aceptado, a no poder rencauzar su vida.

Estas personas en general poseen ciertas características ya al ingresar a la cárcel que se manifiestan en una falta de valoración hacia su persona y hacia los demás, falta de afecto, y en muchos casos necesidades básicas insatisfechas. Viven el aquí y ahora y carecen de capacidad para proyectar y programar su vida en el futuro. A ello se suman las condiciones con las que salen. Nuestra Constitución Nacional, en el Art. 18, dice que las cárceles no deben ser lugares de castigo. A su vez, la Ley 24.660 afirma que en el período de cumplimiento de pena, al preso se le debe procurar la preparación para una adecuada reinserción social. Pero muchas veces esa condición no se cumple y los llamados liberados (personas que recuperan su libertad) salen con sentimientos de venganza, de rencor, habiendo adquirido hábitos que no los ayudan en su reinserción. No salen preparados para enfrentarse a la vida en libertad.

Por otro lado, en la sociedad encontramos sentimientos de rechazo para con esta población que se manifiesta en frases tales como “que se pudran en la cárcel”, “hay que matarlos a todos”, “que no salgan más”, etc. Se tiene el concepto de que aquel que cometió un delito va a reincidir, pero no siempre es así. Hay muchos que quieren cambiar de vida. Si la sociedad posee esos pensamientos, esto no será posible.

Muchas veces no somos capaces de ver las consecuencias que ocasiona a una persona el haber estado privada de su libertad. Sin duda hay una ruptura interior y también con el mundo exterior, que produce como consecuencia pérdida de identidad y de roles en la sociedad.

Mi experiencia, después de muchos años de trabajo en la atención postpenitenciaria, es que estas personas no poseen las herramientas necesarias para intentar producir este cambio de vida. En esta actividad descubrí que es indispensable ponerse en el lugar de ellas y tener una mirada comprensiva para ayudarlas a tomar conciencia de lo cometido y que puedan comenzar una nueva etapa en su vida, lejos del delito.

La tarea no es fácil, encuentro muchas dificultades y obstáculos, pero siempre me alienta aquella frase que dice: muchas veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota de agua en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.

Para llevar adelante el trabajo de contención, apoyo y orientación es necesario contar con organismos que acompañen este proceso. La ayuda ofrecida debe canalizarse en forma rápida porque si los problemas no se resuelven en lo inmediato, la persona tiene grandes chances de volver a caer en el delito. De hecho, más del 60 % de los reincidentes lo hace luego de los seis meses de quedar en libertad, según datos del Servicio Penitenciario Federal.

Cabe aclarar que la ayuda no debe limitarse solo a cubrir las necesidades básicas sino que se deben buscar soluciones permanentes, donde el liberado sea el protagonista de su propio cambio. Alejarlo de aquel entorno que lo llevó al delito, armonizar las relaciones de él con su familia, sus afectos y con la sociedad, orientarlo en su búsqueda laboral.

Ante la postura de reconocer los errores cometidos y los deseos de cambiar de vida podemos preguntarnos: ¿Estamos preparados como sociedad para ayudarlos en este cambio que se propone hacer la persona? ¿Cómo vemos al preso, como alguien que tiene que pagar sus culpas en forma indefinida? ¿Como un inadaptado? ¿Somos capaces de ver en los presos a personas que no tuvieron las mismas oportunidades que nosotros? Si no damos el paso de aceptarlos y de darles una oportunidad, como sociedad, sus intentos de cambiar serán en vano. Una respuesta de rechazo podrá generar que estas personas vuelvan a delinquir con las consecuencias de seguir teniendo una sociedad afectada cada vez más por el delito. Por el contrario, si somos más receptivos estaremos realizando una gran tarea de prevención del delito. Pero hay que resaltar la necesidad de que, para llevar adelante este proceso de cambio, haya un seguimiento continuo por parte de las instituciones que trabajan con dicha población.

La realidad postpenitenciaria es muy compleja. Se requieren políticas de estado que asuman esta problemática, además de la mutua colaboración entre organismos públicos y privados a fin de brindar una atención integral a la persona, atendiendo a su formación, contención, sostenimiento y ayuda, indispensables para una adecuada reinserción. Esta realidad nos plantea un gran desafío y es tarea de todos: autoridades en general, profesionales y demás ciudadanos. Es, en definitiva, encontrar las formas para que estas personas puedan llegar a ser aceptadas e integradas y así lograr una convivencia social armónica ·

*La autora es licenciada en Servicio Social. Se desempeña en el ámbito postpenitenciario. Secretariado de Ayuda Cristiana a las Cárceles.

Contacto paffanni@saccargentina.org

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