“Te pido que como prefecto dediques tu compromiso personal más directamente a la finalidad principal del Dicasterio, que es ‘custodiar la fe'”. Esta es la tarea y la recomendación que el Papa Francisco hace a Víctor Manuel Fernández, hasta ahora arzobispo de La Plata, al mismo tiempo de su nombramiento como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Lo hizo en un mensaje dirigido al nuevo prefecto que no es ciertamente una ocasión: porque explicita con claridad y vigor el significado fundamental del compromiso de “custodiar la fe” -título de la carta apostólica con la que el mismo Francisco, el 11 de febrero del año pasado, había modificado su estructura- confiado al Dicasterio. Custodiar la fe no significa, en efecto, ante todo y simplemente conservar un depósito de doctrina dado de una vez para siempre, sino promover una experiencia y una comprensión cada vez más profundas y una adhesión al camino del pueblo de Dios de aquella verdad que es camino y verdad: siendo la verdad -como atestigua el Evangelio de Juan- la presencia siempre nueva y actual de Cristo mismo en nuestra historia, a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo.
“Custodiar la fe” se expresa, por tanto, en la fidelidad al Evangelio que es Jesús y en el compromiso constante y valiente de transitarlo “en conversación con el contexto actual, en lo que tiene de inédito para la historia humana”. Se trata de “dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan con el dedo y condenan”. Este es el camino, en el testimonio y la promoción de la verdad cristiana, que se ajusta al Evangelio conservado y transmitido por la Iglesia y que el Vaticano II ha trazado ante nosotros. La teología, como inteligencia de la fe en diálogo -reza ‘Gaudium et spes’- con “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, de los pobres sobre todo y de todos los que sufren”, ha de medirse con este criterio básico. Porque -subraya el Papa Francisco- “nos falta un pensamiento que sepa presentar de manera convincente a un Dios que ama, que perdona, que salva, que libera, que promueve a las personas y las convoca al servicio fraterno”. Responder con determinación convencida, y con espíritu de comunión y de servicio, a esta misión significa aportar una contribución decisiva al anuncio del Evangelio. Ofrecer así la contribución insustituible que es necesaria para poner en práctica con pertinencia y visión de futuro el cambio de paradigma global -en la lectura de la realidad, que es siempre mayor y más desafiante que cualquier idea- que exige el cambio de época.
Y significa hacerlo con el método correcto, el del Evangelio, y no con ese método, a veces incluso “inmoral” -subraya con parresía el Papa Francisco-, con el que a veces se ha hecho en el pasado: suponiendo que se puede custodiar y defender la verdad poniendo entre paréntesis el respeto de la dignidad humana y la valoración de la libertad humana, en la lógica siempre y en todo caso de la primacía del amor. Y esto implica no perseguir la uniformidad de un pensamiento único, sino esforzarse para que “las distintas líneas del pensamiento filosófico, teológico y pastoral sean armonizadas por el Espíritu Santo en el respeto y el amor”.
En definitiva: una tarea desafiante, pero hermosa y fascinante, a la que se está llamado para ‘custodiar la fe’ a través del servicio que el Dicasterio de la Doctrina de la Fe realiza al servicio del Obispo de Roma, el Papa, y en unidad con él de todas las Iglesias. Y sin duda -como no deja de señalar el Papa Francisco- monseñor Fernández tiene todas las credenciales para conducir por este camino la actividad del Dicasterio de la Doctrina de la Fe.
Fuente: Avvenire