Nosotros y la pandemia – Una crisis global que representa numerosas oportunidades para quienes confían en que no hay oscuridad que no lleve su luz ni encierro que no tenga su salida.
Escuchando con los ojos
Nos encontramos inmersos en una estética de barbijos y distancias y a la vez somos grandes trasgresores porque el abrazo no se negocia. Hay momentos en que se encienden las alarmas porque se agudizan los peligros y vuelve la conciencia de cuidado y otros en los que ¡basta de pandemia!… La vida se nos ha transformado en todas sus dimensiones: trabajos perdidos y/o reinventados, relaciones sociales truncadas, dinámicas familiares alteradas, colegios virtuales. La proximidad se volvió peligrosa y la lejanía nos lastima, nuestra omnipotencia se ve acorralada por un microscópico e invisible virus que nos puede matar. Como si fuera poco el constante zumbido de información que nos muestra una catástrofe sanitaria o un engaño globalizado detrás de confabulaciones espurias. ¿Dónde estamos parados? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Cuándo terminará todo esto? Preguntas que por momentos parecieran no tener respuestas. Pero…
Nos queda la mirada, como un centinela que aguarda la mañana, los ojos sobre un barbijo nos dicen todo, nos permiten encontrarnos en la distancia, nos enseñaron que sonríen y añoran, interrogan y comprenden, acompañan, alientan, nos dan su ternura y nos muestran su disconformidad. Hemos aprendido el lenguaje del alma, ese que no usa las palabras y se expresa de manera rotunda. En tiempos de angostamientos y encierros nos queda la mirada, que podamos hacer de ella una caricia para los demás. Recuperemos los ojos perdidos de tantos y volvámonos a mirar, detenidamente, sin pantallas.
Clara va a sala de 4, comenzó a contar en su casa una historia aprendida en el Jardín. Su padre miraba el teléfono mientras ella contaba expresivamente; Clara lo toca y le dice: “papá, escuchame”. Su padre, un tanto incómodo, le responde que la está escuchando. Ella le dice: “No, escuchame con los ojos”. Sí, los ojos también escuchan y la atención requiere de toda la persona para ser fraterna, empática y toda la persona se concentra en la mirada. Cuando se pierde la chispa o la luz en los ojos se percibe la tristeza o desconcierto de una persona, a través de la mirada reflejamos nuestro interior.
Buscando horizontes
Una típica actitud de desesperanza es mirar hacia el suelo; se pierde la distancia y el horizonte, el suelo es monótono, sin desafíos, es la clara imagen de la resignación. Levantar la cabeza es levantar la mirada, ampliar el panorama, ganar en perspectiva, observar a lo lejos, allí donde se tejen las posibilidades.
Las situaciones de crisis encierran posibilidades, esas alternativas que en tiempos de seguridad y confort ni siquiera nos animaríamos a imaginar. En el contexto de incertidumbre en el que nos encontramos los invito a reflexionar y reconocer las certidumbres con las que contamos, los puntos de apoyo, las personas que nos dan fuerzas y motivos cada mañana. La modificación de la vida cotidiana nos puede ayudar a agudizar la mirada para lo esencial y desde allí tomar conciencia de que muchas veces nos desgastamos en luchas y carreras innecesarias, se nos pegan demasiadas exigencias y vivimos vidas ajenas, con expectativas ajenas, vamos llevando las cargas y necesidades de otros y cuanto más ignoramos nuestras necesidades y anhelos más nos vamos vaciando. La pandemia nos espeja nuestras propias crisis a la vez que evidencia nuestras propias posibilidades.
Levantar la mirada es un gesto de dignidad; el hombre conquistó el entorno a partir de la bipedestación, al ponerse de pie el homínido ganó el horizonte. Cuando nos dejamos atormentar por los nubarrones que nos rodean caminamos como los originales primates y es necesario ponerse de pie, recuperar el horizonte, allí donde la tierra y el cielo se tocan. Ponerse de pie es reconocer el amor de los que nos rodean en primer lugar y el amor que nosotros podemos brindar para el desánimo del otro. Amar nos hace bien, nos recupera, nos descentra del ego quejoso y nos pone al servicio y atención del otro. Como solía decir un amigo con su fina ironía: amar es terapéutico, aunque sea ama para ganar salud. Buscar el horizonte es una oportunidad para comenzar a caminar. El hombre primitivo ganó la sabana al comenzar a caminar con la columna erguida, con las manos liberadas y la mirada profunda, toda una expresión corporal que nos devuelve dignidad. Caminamos cuando buscamos o cuando tenemos un “hacia dónde” a la vez que nuestro propio caminar es testimonio para otros. Ponerse de pie también supone reconocer en la trama de la crisis las hebras cargadas de vida, son momentos dolorosos pero nos brindan la alternativa de la introspección seria, barruntar en nuestro interior, escuchar la voz acallada con tanto ruido y el contacto genuino con nosotros mismos es liberador, nos hace recuperar fuerzas, nos devuelve identidad.
Sin exilio no hay creación
Cuando el pueblo de Israel es exiliado a Babilonia pierde todos los elementos identitarios que lo constituían como tal. Deja su tierra a la fuerza, Jerusalén ha sido violada, hay que habitar una tierra extraña; el pueblo no cuenta más con el templo ni con su rey, allí donde habita la gloria de Dios no hay más lugar para el encuentro; el Dios liberador del éxodo parece no ser tan poderoso porque vuelve a la esclavitud. Es sabido que en esa experiencia de desvalimiento y pérdida absoluta la reflexión sacerdotal permite la escritura de amplios textos que hoy conforman el Génesis. ¿Por qué? Porque la reflexión creyente lleva a retomar la experiencia del Dios liberador del éxodo y reconocer que Dios no abandona; que los volverá a liberar por la sencilla razón de que es el creador del mundo, es fiel y todopoderoso, no solo es el Dios más grande de todos sino que es el único. Al no tener rey vuelven la mirada a Dios de la manera que nunca tendrían que haber perdido. Asimismo, al no tener templo, esto es “lugar” donde reunirse, se procuran un día y así surge el sabath, un día para glorificar a Yhwh. Reconocida la fidelidad de Dios y recuperada la comunidad se renueva la esperanza de retornar a la tierra. Israel a partir de su devastación recupera lo más original de su fe. El exilio les revalorizó la tierra, el valor del encuentro y el reconocimiento de la fidelidad divina.
A veces es necesario que se derrumbe todo para ser genuinos. Es doloroso, sin duda, y se pasa por momentos de absoluta incomprensión, pero quienes puedan levantar la mirada podrán reconocer las semillas de vida nueva que se esconden en un exilio. La pandemia nos exilió de lo conocido y nos cubrió con un manto de temor e inseguridad, nos afectó de varias maneras diferentes y en muchísimos casos con consecuencias graves, fallecimientos, pérdidas laborales. Pero en medio de esa oscuridad Dios sigue siendo Dios, él es fiel, no abandona a los suyos y nos impulsa a ahondar en su misterio. Dios no nos da respuestas edulcoradas o consuelos baratos, camina a nuestro lado con las vicisitudes de la vida, no provoca los exilios ni tampoco los evita, acompaña, está, se revela, nos espera. La vida de un cristiano no está inmunizada contra dificultades, se experimentan las mismas dificultades y dudas que todos los mortales, la diferencia es que en medio de ellas reconoce la presencia de Dios que impulsa siempre a nuevos y mejores horizontes.
Cuando todo pase
Por lo general solemos decir que cuando se termine la situación que nos incomoda o hace sufrir todo será distinto. La esperanza se nutre de un mañana diferente, lleno de oportunidades y con ausencia de problemas. En muchas ocasiones he escuchado hablar sobre los planes post-pandemia y noto que no se es consciente de que si no hay transformación interior no hay mañana diferente. Si no hemos hecho una experiencia interior de sanación-salvación cuando la realidad lo derribó todo volveremos siendo los mismos primates, caminando en cuatro patas, sin horizonte alguno. Cuando el exilio se lleva dentro no hay épocas mejores o peores. La experiencia de fe, la vida espiritual es siempre hoy, ahora, en este preciso momento, mañana será mejor o peor en sus circunstancias, pero el tema decisivo es quiénes somos nosotros.
¿Qué espero? ¿En dónde pongo mi mirada? ¿En quién deposito mi confianza? ¿Qué busco? Hoy surgen las preguntas y hoy he de ir ensayando respuestas. Mañana no existe y mucho menos un mañana idílico de soluciones mágicas. Solemos confundir esperanza con esa difusa sensación de un futuro mejor y llamamos mejor a nuestros deseos y proyecciones. La esperanza cristiana es la aceptación plena de que la vida triunfó sobre la muerte de una vez y para siempre, de una manera definitiva, la confianza de que no hay oscuridad que no lleve su luz ni encierro que no tenga su salida. La esperanza nos ilumina el presente, nos ayuda en un hoy adverso porque ve donde muchos no ven, sabe donde la mayoría ignora, confía cuando otros desesperan.
La pandemia vino y algún día se irá mientras cada uno de nosotros continuamos viviendo con mayor o menor predisposición a la realidad, con más o menor adversidad, con situaciones más o menos complejas, más o menos dolorosas. Existe una pandemia pero miles de dolores y tensiones diferentes, una crisis general que repercute y resuena en nuestras particularidades; el desafío siempre será cómo nos posicionamos frente a esta adversidad, y los creyentes sabemos que no estamos solos.
Artículo publicado en la edición Nº 633 de la revista Ciudad Nueva.