Cuando mercado y democracia se divorcian

Cuando mercado y democracia se divorcian

Los efectos colaterales de la globalización. Entrevista al economista Stefano Zamagni, quien propone volver a empezar desde la Economía Civil.

Si Donald Trump quisiera leer en la Casa Blanca, no le faltarían lecturas. Por ejemplo, Something for Nothing (Algo por nada), la obra en la que Maureen O’Hara, economista de la Cornell University, pone en discusión el mito de un Wall Street capaz de auto-regularse, y reivindica, al mismo tiempo, la necesidad de una nueva moral para las finanzas. Pero no es menos provocador el libro del teólogo protestante Harvey Cox, The Market as God (El mercado como dios). Zamagni explica que «uno de los aspectos más peligroso de la mentalidad corriente está precisamente en la trasformación del mercado financiero en una divinidad inescrutable, a cuya voluntad hay que someterse siempre y en todo lugar. “Mercatus vult”, se dice (lo quiere el mercado). Pero eso es un error, porque sólo la persona, en cuanto dotada de libertad, es capaz de expresar una voluntad propia. Necesitamos una perspectiva distinta, una visión no pesimista de la naturaleza humana».

Stefano Zamagni descubrió esta visión a principios de la década de los ’90, cuando se topó con las Lecciones de economía civil del abad Antonio Genovesi, que a mediados del siglo XVIII fue el titular de la primera cátedra de economía del mundo. «Aunque me gradué en la Cattolica –cuenta Zamagni–, nunca había tenido la oportunidad de estudiar la corriente de pensamiento que se desarrolló a partir de Genovesi y que, entre otras cosas, tiene mucha consonancia con la Doctrina Social de la Iglesia. Empecé a profundizar y a escribir sobre ella y a partir de ahí surgió la aventura de la Economía Civil actual».

Así pues, se trata de una tradición reciente pero extraordinariamente vital, en la que el trabajo de Zamagni, profesor de Economía Política de la Universidad de Bolonia, se entrecruza con el de Luigino Bruni, profesor de la Lumsa y figura de referencia para la Economía de Comunión que se ha desarrollado en el ámbito de la experiencia de los Focolares. Precisamente en Loppiano, capital espiritual del movimiento fundado por Chiara Lubich, se encuentra la sede de la Escuela de Economía Civil (SEC) creada en el 2013 por Bruni y Zamagni para hacer que esta revolución no se agote en el ámbito, indispensable, de la investigación, sino que se traduzca en acciones concretas, en las empresas y en la educación.

«Los resultados de esta primera fase han superado ampliamente las expectativas –afirma el profesor–; ahora hay que desarrollar la segunda, que permita afrontar adecuadamente los retos del presente». El diálogo que sigue da cuenta del profundo pensamiento de este economista.

El Brexit, la amenaza del aislacionismo estadounidense… En un contexto como este ¿cómo puede encontrar espacio una economía que antepone la felicidad al beneficio?

Al contrario, es precisamente la situación desfavorable la que hace que sea urgente redescubrir la Economía Civil –responde Zamagni–. No faltan señales incluso a nivel internacional. Estoy pensando en el IDI, el Índice de Desarrollo Inclusivo del que se ha hablado con ocasión del Foro de Davos. La necesidad de contar con instrumentos de medida alternativos y complementarios al PIB ha sido desde hace tiempo una de las propuestas de la Economía Civil, como demuestra en Italia el trabajo de Leonardo Becchetti por la adopción del BES como indicador de Bienestar Justo y Sostenible.

Entonces ¿algo se mueve en la dirección correcta?

Muy lentamente, pero parece que sí. Todavía queda el obstáculo principal, que es de naturaleza cultural, si no psicológica.

¿A qué se refiere?

La que habitualmente se presenta como la única economía posible, y que por el contrario no es más que la versión extrema de la economía política, se ve afectada por un síndrome muy parecido a la mala conciencia. O al principio de negación, si lo prefiere. Tiende a prescindir de la realidad, reduciéndola a un mero cálculo matemático. Lo que no cabe en el cuadro predefinido se ignora, como si no existiera. Y tenga en cuenta que no me refiero a fenómenos marginales.

Entonces ¿de qué estamos hablando?

De la globalización, para empezar. Es un proceso que comenzó a finales de los años setenta y del que, durante demasiado tiempo, se han exaltado las ventajas y se han minusvalorados las desventajas. Sin embargo, ya en siglo XIX John Stuart Mill nos puso sobre aviso: los gains of trade, los beneficios del comercio, van siempre de la mano con los pains from trade, los sufrimientos que el mismo comercio provoca. Deslumbrados por el éxito inicial de la globalización, nos hemos dado cuenta demasiado tarde de que los costes sociales habían superado el umbral normal de tolerancia. Llegados a este punto, el paradigma económico dominante lo único que ha podido hacer es cerrarse como un erizo, instaurando las actitudes proteccionistas e aislacionistas que en este momento, como sabemos, gozan de gran popularidad en Londres y en Washington. En su dramatismo, es un pasaje que se revela muy útil para sacar a la luz la limitación de la economía política tal y como está estructurada actualmente. Me refiero, una vez más, a una limitación cultural, no técnica. Lo que está en cuestión no son las capacidades de cálculo matemático que el modelo económico corriente logra desplegar, sino las premisas antropológicas en las que se basa. La imagen del homo oeconomicus interesado únicamente en el beneficio ya no es aceptable, entre otras cosas porque ya no es productiva, puesto que está basada en una idea de conflicto destructora y no generadora. Los primeros en entenderlo han sido los empresarios, que ya pagan las consecuencias de la implosión de un modelo tan pesimista.

¿Está diciendo que la crisis no ha terminado?

La verdadera crisis no es la que se manifiesta en la Bolsa, sino la que está conduciendo a la separación cada vez más profunda entre el capitalismo de mercado y la democracia. El ejemplo típico es el de China, pero Occidente tampoco está exento de los riesgos implícitos en una concepción que considera que la democracia ya no es necesaria para el desarrollo económico, especialmente cuando un país de tradición democrática está compitiendo con países en los que la democracia no ha existido nunca. Resumiendo, además de echar raíces donde no hay democracia, el capitalismo puede reducir la democracia en contextos donde ésta ya existe. Una deriva de la que Italia no está en absoluto protegida. Imagino que usted también habrá oído a los políticos que hablan de ‘democracia eficiente’. Pero este es un criterio que se aplica a los mercados. La democracia, en todo caso, está llamada a ser eficaz en su carácter inclusivo. Se hace cargo de todos, no de los mejores.

La Iglesia ¿puede hacer algo?

El prestigio del papa Francisco es indiscutible, como también es innegable la claridad de sus posiciones en materia económica, con la condena explícita de los excesos del capitalismo y la llamada a actuar en contra de toda forma de exclusión. Son temas y en algunos casos incluso expresiones características de la Economía Civil, que ya estaban presentes desde hace tiempo en las enseñanzas de la Iglesia. Me viene a la memoria el número 67 de la Gaudium et Spes, donde los padres conciliares subrayan la necesidad de “adaptar todo el proceso productivo a las necesidades de la persona y a sus formas de vida”. Pero pienso también en la idea que subyace en la Caritas in Veritate de Benedicto XVI, en la condena de las “estructuras de pecado” en el campo económico que pasa del magisterio de Pablo VI al de Juan Pablo II por mediación de la Populorum Progressio, la gran encíclica social que en 2017 cumple 50 años.

¿Sería capaz de definir la Economía Civil en dos palabras?

Incluso en una sola: el sustantivo civitas, “ciudadanía, comunidad”, del que se deriva el adjetivo civilis. En cambio, “político” viene del griego polis, que tiene otra acepción distinta. Las antiguas polis fundaban colonias que quedaban sometidas a ellas, la civitas romana se expandía extendiendo los derechos de ciudadanía a los pueblos conquistados. Estos pueblos ya no eran súbditos, sino que se convertían en parte de una comunidad. Esto es lo que puede hacer la Economía Civil: liberar la economía, de forma que nadie sea ya esclavo.

Publicado en Avvenire el 28/01/2017

 

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  1. horacio bottino 28 febrero, 2017, 21:56

    ¡Basta de dios dinero que mata a millones!

    Reply

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