Compartimos la columna del Colo Esteban López, vero bicho de campo, sobre el incansable trabajo de la ONG Siwok, junto a las comunidades Wichis del Chaco Salteño.
Alec Deane tiene 64 años y es ingeniero agrónomo. Vive en Salta y viaja constantemente al Chaco salteño, donde antes de 2002 fundó la ONG Siwok para que que las familias de los pueblos originarios que se asientan en las márgenes de los ríos Pilcomayo y Bermejo, conquistaran un trabajo digno, con independencia y estabilidad. Para lograrlo forman capacitadores Wichis que enseñan y acompañan a las familias en su propio idioma, preservando su cultura. De este modo promueven el camino para lograr la autonomía necesaria en el éxito de cada proyecto que emprenden. Desde la ONG propician tareas que promuevan el acceso al agua potable, el desarrollo de la agricultura y emprendimientos productivos como fuentes sustentables de alimentación e ingresos.
Alec se crió acompañando a su padre, un ingeniero agrónomo que atendía campos en Chacabuco y Ameghino, provincia de Buenos Aires. Cuando llegó a vivir en el crudo Chaco salteño de clima semiárido supo que para sobrevivir debía ser fuerte de espíritu y no flojear, pero él llegó a allí movido por un sentido religioso, cristiano, de tender su mano a los que dejamos últimos para “picotear”. Más tarde estudiaría agronomía en la UCA. Al recibirse supo que no quería pasar su vida de estancia en estancia. Se consideraba ateo y su novia lo llevó a una iglesia presbiteriana, en Olivos, donde se hizo creyente. Allí su pastor le comentó que la iglesia anglicana tenía misiones en el noroeste argentino, en la Misión Chaqueña. Desde fines de los 70, esta misión adquirió 5.000 hectáreas para desarrollar un proyecto agrario con los aborígenes previendo la expansión agrícola que amenazaba con el desmonte y con dejar a los nativos sin su propia tierra. Para evitarlo llevaron a dos comunidades que trasladaron 100 kilómetros al Oeste, desde una región más árida, a ésta donde llovía más. En aquellos años, los aborígenes eran perseguidos y hasta los cazaban con armas como a animales, de modo que se refugiaron gustosos junto a los anglicanos.
A sus 24 años, el por entonces joven Alec se fue a vivir a Carboncito, a 5 kilómetros de Misión Chaqueña, en el año 1979, contratado por una ONG, que era el brazo social de la iglesia anglicana. Lo hizo junto a la que luego fue su primera esposa y con quien tuvo 4 hijos, que ya lo han hecho abuelo. Luego conocería a una jujeña, Ivón, su actual esposa, con quien tuvo 2 hijos más.
Cuando Alec llegó a Salta se dio cuenta de que todo su saber no le alcanzaba para asesorar a los wichis en sus huertas y descubrió que en su propio país había gente que hablaba aún en su lengua originaria y que apenas subsistía. En 1982, con la guerra de las Malvinas, casi todos los anglicanos se tuvieron que ir y Alec tuvo que hacerse cargo del proyecto de aquellos, que tenía una inspiración propia de la época del “desarrollismo”: una gran financiación, máquinas, pero con un sistema como “paracaidista” -desde arriba hacia abajo- sin hacer nacer los proyectos desde la propia cultura de los nativos, que de ese modo suelen rechazar a quienes no hablan su lengua, por una sucesión de malas interpretaciones mutuas.
En 1985, Deane se quedó sin trabajo y se dio cuenta de que con las artesanías podría lograr tener ingresos genuinos y estables junto a los wichis, reforzando las habilidades que él también poseía, gracias a su madre. Llegó a conformar una unidad de producción con más de 100 artesanos. Los varones con madera dura (palo santo, guayacán, quebracho) y hueso. Las mujeres, con fibra de cháguar. Comenzaron a enviar artesanías a la iglesia de Olivos y fueron creciendo hasta exportar a Inglaterra y a Canadá. Alec lleva más de 40 años en Salta, durante 30 años pudo mantener a su familia gracias a este proyecto en el que nadie creía que resultaría.
Recuerda Alec que en Santa Victoria Este llegaron a morir 12 niños por desnutrición y allí llegó la ayuda de la Cruz Roja. Pero este ingeniero sostiene que no se ataca a la raíz del problema: la falta de una educación eficiente, que los prepare para la vida, los capacite para calcular, medir, pesar, saber las tablas de multiplicar, sacar porcentajes y la raíz cuadrada. Una educación técnica para trabajar en su propia tierra.
Las niñas con 12 años adolecen de bajo peso y llegan a ser madres sin conocer su propio cuerpo, su sexualidad ni acerca de las enfermedades mortales que las acechan. La solución de fondo –dice- está en que el Estado cree programas que perduren en el tiempo. “Lo único constante aquí es la inconstancia”, ironiza Alec. Cuenta que los wichis envían a sus hijos a la escuela, y esos niños dejan de acompañar a sus padres al monte donde aprenden a juntar miel o a pescar en el río. Pero ni la escuela ni el Estado logran capacitarlos para tener un oficio o profesión con un ingreso estable que pueda superar sus rústicos oficios.
Alec admira la “sabiduría popular” de los aborígenes a quienes suele acompañar al monte o al río para aprender de ellos. Relata que “para pescar, el padre sale al monte con su hijo en busca de la mejor carnada: la avispa “lechiguana”. La encuentran siguiendo -en total silencio- el canto de un pajarillo que se alimenta de lo que cae del nido de esa avispa”.
En 2008 Alec decidió retomar un proyecto agrario que ya venía prefigurando desde el año 1985, para lo cual era imprescindible encarar un programa previo de acceso al agua. Resulta que la región de Misión Chaqueña se asienta sobre el acuífero subterráneo más grande del Noroeste: unos 200 kilómetros por 60 de ancho, donde en varias partes se encuentra agua fácilmente con una pala “vizcachera” y zonda. Pero para los casos donde se necesitaba atravesar la piedra había que adquirir una máquina. Consiguieron una perforadora, llegando a hacer pozos desde 45 metros de profundidad hasta uno reciente, de 83 metros, lográndolo además, gracias al esfuerzo de un buen equipo humano, formado con mucha capacitación. Tal el caso de Nino Gómez, un joven wichi que maneja la perforadora y está aprendiendo de perfiles y conductividad de las napas. Llevan hechos 50 pozos y quieren llegar a 100.
“Un día me enteré de que una niña wichi había muerto por falta de proteínas y me pegó mal. Entendí que debía abocarme para ayudarlos a volver a producir sus propios alimentos”, cuenta el ingeniero Deane, cuando de pronto recibió una donación de 2.000 libras y le regalaron una bolsa de un nuevo maíz híbrido resistente a 5 tipos de gusanos, con lo cual se dejan de utilizar insecticidas cerca de sus hogares.
Comenzó a enseñar a los wichis a sembrar de a 4 semillas por metro, pero ellos no le creían y echaban 12 o 15, porque las semillas de antes no tenían las propiedades de éstas, modernas. Y como los suelos no abundan en materia orgánica, sino que son muy pobres, cada planta necesita de mucha tierra. E incorporó el riego por goteo, que también conoció bien, gracias a su madre, que era paisajista. Ahora les enseña a abonar la tierra, porque si no, en la cuarta cosecha les caería la producción.
Cultivan maíz, cucurbitáceas y porotos, en verano, y en invierno, tomate y pimiento. Desarrolló una red de capacitadores wichi que hablan su propia lengua y se mueven con una moto y un celular. Consigue las herramientas, semillas, almácigos, mangueras y abonos para cada familia. Siwok tiene un convenio con el INTA y recibe ayuda de Desarrollo Social y de fundaciones privadas, pero hace falta mucho más.
Alec, con tantos años de trabajo social, reconoció que los wichis no se adaptaban al cooperativismo y decidió trabajar con cada familia. Cuenta que las comunidades wichi tienen varios caciques, pero nadie debe sobresalir. Si alguien pretende estar más alto que los demás, la misma comunidad lo baja rápidamente. Y como Alec lleva 40 años dando su vida por ellos, siendo uno más entre todos, se ha ganado su respeto y lo defienden con uñas y dientes porque ven que nunca tuvo dobles intenciones. Hay que ver la felicidad en sus rostros cuando el maíz crece tan alto y da semejantes frutos.
Continúa explicando Alec: “Usar semilla de maíz híbrido es criticado por los agroecologistas, que son gente bien intencionada, que sueña con un mundo más saludable. Pero hay que estar en el pellejo de los aborígenes que tienen que dar vuelta toneladas de tierra con una pala, en su pequeña huerta de 50 metros por 50, y luego mantenerla, carpiendo con la azada. Es mucho menos agresivo (para el suelo) sembrar sin removerlo. Claro que si se pudieran obtener varias máquinas, se podría solucionar de otro modo.. Necesita tener agua ya, producir sus alimentos para alimentarse mejor y tener un ingreso independiente, sentirse digno al ver la recompensa de su trabajo en los frutos de su tierra, y vender sus excedentes que le dan ingresos genuinos. Los planes sociales son necesarios en la emergencia alimentaria, pero no alcanzan para que los aborígenes puedan proyectar, planificar, progresar y ver hoy un futuro mejor para sus hijos, educándolos para ser libres. Porque los humanos necesitamos mucho más que comer, lo cual no se puede alcanzar con los planes sociales”.
Alec sigue pidiendo ayuda, no sólo porque no puede con tanto, sino que demuestra a diario que “la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer”. Por eso está creando una “Escuela para la vida” en una casa vieja. Y además creó un “Programa de padrinos de huerta wichi”. Siwok ya ha logrado formar 7 capacitadores originarios, que se comunican con los demás en su lengua nativa, y generar 50 cultivos con unas 100 familias beneficiadas. Está pidiendo donaciones de motos “cross”, porque de cinco que tienen, sólo andan tres. Y como si fuera poco, tiene un proyecto artístico de pintores wichi, por el que ellos pintarán sus propias vidas, tal como lo atestigua el portal www.siwok.org