La presidenta del país asiático ha sido destituida por tráfico de influencias. La respaldaba apenas el 4% de la opinión pública. La gente y el Tribunal Constitucional determinaron su caída.
A veces la corrupción está tan enquistada que hace dudar de que se pueda erradicar de un sistema democrático. En Brasil, el escándalo “lava jato” dista de haber llegado a hacer limpieza a fondo, pese a que haya llevado a la cárcel a casi un centenar entre ejecutivos de empresas y políticos, la cúpula del Partido de los Trabajadores de los ex presidentes Lula y Rousseff, líderes del oficialista PMDB, incluido al ex presidente de Diputados, y aplicando condenas que llegan a los 19/20 años. El ex ministro José Dirceu ya cumula tres sentencias por un total de más de 37 años. De esta gigantesca… cloaca, siguen saliendo tramas corruptas que salpican gran parte del sistema, incluso al actual presidente Temer.
En Perú, las derivaciones del escándalo por sobornos de la constructora Odebrecht han llevado al mandato de arresto contra el ex presidente Toledo, a la denuncia contra del ex presidente Alán García, al tiempo que la empresa brasileña sostiene haber pagado coimas también al ex mandatario Ollanta Humala. En otros países también se está luchando contra este cáncer que se lleva valiosos recursos y la autoridad moral de las instituciones democráticas: partidos y, a menudo, legisladores.
En Corea del Sur, el Tribunal Constitucional acaba de destituir a la primera presidenta mujer del país, Park Geun-hye, quien llegó al poder en 2012 con la segunda más alta votación en la historia del país. Sin embargo, la acusación de tráfico de influencias, que habría producido aportes de empresas multinacionales coreanas que han beneficiado a una amiga suya, hizo caer en picada su popularidad respaldada apenas por el 4% de la opinión pública. También la Asamblea legislativa en diciembre había votado a favor de su destitución.
Las multitudinarias manifestaciones de protesta echaron por la puerta de atrás a una presidenta que llegó al poder por un camino alfombrado.
Dos, las herramientas fundamentales para aplicar la lección de Corea del Sur: una ciudadanía movilizada y dispuesta a no tolerar ningún tipo de corrupción. El respaldo de los ciudadanos legitima o no cualquier elección. No se puede estar en el poder teniendo a la gente en contra, porque se llega a ese puesto por un mandato que puede ser retirado cuando existan los extremos, como ocurrió en Corea del Sur.
Por otra parte, una ciudadanía que no sale a la calle indignada contra la corrupción o que es demasiada tolerante ante estos desvíos, en el fondo está indicando que está profundamente contagiada y que gran parte de ella suele llegar a componendas con prácticas inmorales.
La segunda herramienta fundamental es un poder judicial que no haya sido domesticado por el poder político. Sin independencia de los jueces será siempre difícil perseguir a los corruptos y hacer respetar las leyes.
Podría haber un tercer factor, y sería el de un Poder Legislativo con la suficiente integridad. Pero la realidad indica que, muy a menudo, es entre los dirigentes políticos que tiene difusión la corrupción.
Se trata de los principales indicios de que en una comunidad hay suficientes anticuerpos para frenar la expansión de un mal que corroe la confianza, la cohesión social y cualquier proyecto de construcción del bien común.
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