A 75 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Una nueva oportunidad de aprender la lección.
Si hay un sitio en el mundo que invita a una profunda reflexión sobre la condición humana, este es el Memorial de la Paz en la ciudad de Hiroshima (Japón). En el predio se destacan los restos del edificio construido en 1915 y que fue parcialmente destruido a las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 por la primera bomba atómica arrojada por los Estados Unidos en esa ciudad. De la construcción solo queda lo que se conoce como la “Cúpula de Genbaku”. Tres días después, otra bomba atómica botada sobre la ciudad de Nagasaki convenció al gobierno de Japón de que la guerra estaba perdida. El 14 de agosto el otrora “Imperio del Sol Naciente” aceptó la rendición incondicional poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial, que en Europa había terminado apenas unos meses antes con la derrota de Alemania. De eso hace ya 75 años.
La sombra de la humanidad
Puede haber días con más o menos gente. No hay diferencia. El silencio respetuoso es el que siempre prevalece entre los visitantes del Memorial de la Paz en Hiroshima. El recorrido va mostrando documentos, imágenes y objetos vinculados con la explosión que destruyó la ciudad. Cada cosa que se ve, como por ejemplo un triciclo retorcido por el altísimo calor producido por la explosión atómica, estruja el corazón de quienes imaginan ese día y esa hora, y las miles de personas que en un segundo perdieron sus vidas.
En cierto momento del derrotero se comienza a ver lo que parecen ser unas escaleras y la fachada parcial de un edificio. Los visitantes se van acercando y comprueban que, efectivamente, se trata de eso. Son unas escaleras y una pared de colores ocres claros, sobre la que se advierte una sombra oscura. Los carteles informan que estamos frente a la entrada principal del Banco Sumitomo, ubicado en 1945 en el centro de la ciudad, a pocos metros del epicentro del estallido atómico. Esos restos del edificio fueron traídos al museo del Memorial de la Paz. Pero ¿qué es esa sombra?
Conocida como “sombra humana grabada sobre la piedra”, no es otra cosa que lo único que quedó –la sombra– de la persona que estaba sentada allí en esas escalinatas al momento de la explosión. El cuerpo prácticamente se desintegró pero al mismo tiempo hizo que se estampara su sombra, que aún hoy se distingue del resto de la piedra que recibió directamente el intenso calor y radiación.
Millones de personas murieron durante la Segunda Guerra Mundial pero, de algún modo, esa sombra humana las representa a todas. Es una marca imborrable, que nos obliga a recordar, 75 años después, a su dueño o dueña. El nuevo mundo que comenzó pocos días después de aquel evento terminal buscó seguramente que esas muertes no fuesen en vano. ¿Qué ocurrió entonces?
Oportunidades aprovechadas de lecciones no aprendidas
Quienes se sentaron a pensar el mundo que iba a nacer de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial seguramente no querían volver a pasar por la experiencia terrible que les había tocado vivir poco antes. Sin embargo, no supieron o no quisieron aprender finalmente la lección de La inutilidad de la guerra1. De aquella guerra “caliente” se pasó al tiempo de la “Guerra Fría”, como se denominó el enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, los principales ganadores del conflicto bélico que los tuvo como aliados hasta 1945.
Pero aún en tiempos de esas lecciones no aprendidas surgieron oportunidades. Una mayor conciencia de la dignidad de la vida humana, en sus múltiples dimensiones, dio como resultado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Su artículo primero nos llama, desde entonces, a comportarnos “fraternalmente los unos con los otros”. Esos derechos también dieron pie a otros, como el de la autodeterminación de los pueblos. Fue durante esos años de la posguerra que muchas colonias de los países europeos lograron su independencia. Entre ellas, siempre recordamos la vía de la no-violencia que fue exitosamente implementada en la India de Gandhi para emanciparse del dominio inglés. Y así también podemos destacar los planes de reconstrucción que se implementaron para ayudar a los devastados pueblos donde la guerra había dejado una profunda herida. Al mismo tiempo, la certeza de que por primera vez en la historia de la humanidad se contaba con la posibilidad cierta de su autodestrucción por medio de un holocausto nuclear creó una mayor conciencia planetaria que, con dificultades, ha ido abriéndose paso cada vez más en estos últimos 75 años.
El reencuentro de la humanidad con su sombra
En este tiempo de pandemia y de una “tercera guerra mundial no declarada”, pero real, como advierte el papa Francisco, podemos darnos una nueva oportunidad de aprender la lección pendiente. Y esto no vale solo para poner fin a las guerras. Parte de la emergencia ecológica que vivimos hoy puede deberse a que, quienes pensaron aquella reconstrucción desde 1945, creyeron que la solución vendría produciendo más, vendiendo más, comprando más, consumiendo más. Ahora tenemos que enfrentar las consecuencias.
Pero este tiempo, como aquel, no deja de abrir oportunidades, que siempre suelen merodear cuando se toca fondo. Seguramente si hemos de plantear una “reconstrucción” post covid-19, no debería llevarnos de nuevo a “tener” sino a volver a “ser”. Ser humanidad que redescubra el valor de aquella dignidad humana que aún espera realizarse plenamente desde la Declaración de 1948. Una dignidad que nos reconcilie con nuestros semejantes y con la naturaleza, a la vez que nos lleve a una nueva comprensión de nuestro futuro.
La sombra grabada sobre la piedra en Hiroshima nos está llamando nuevamente. La oportunidad de la humanidad es la de reencontrarse con su sombra, aquella que se proyecta sobre toda la Creación y que nos vuelve a vincular con el lugar donde estamos. Esperemos que nos vaya mejor que hace 75 años. Si no, esta vez, ni la sombra quedará ·
1. Giordani, B. (2003). La inutilidad de la guerra. Buenos Aires: Ciudad Nueva.
Artículo publicado en la edición Nº 624 de la revista Ciudad Nueva.