El temor a quien pasa a nuestro lado ha ganado terreno con la pandemia y nos hemos visto encerrados en algunas emociones. Pensar en el prójimo, una buena alternativa.
Y los días comenzaron a pasar, el tiempo cobró una nueva dimensión, diferente, desconocida. Al principio de la cuarentena nos invadió una profunda incertidumbre, muchos quedaron paralizados, otros atrapados en la negación, donde todo era igual pero diferente. Las contradicciones, acompañadas de una serie infinita de acomodaciones, no se hicieron esperar. En medio del torbellino, un sinfín de emociones comenzaron a danzar en un baile desconocido.
Y las semanas siguieron transcurriendo, la fluctuación emocional parecía una montaña rusa sin posibilidad de detenerse. Apareció en escena la angustia ante lo inminente: la enfermedad, el dolor y la muerte. Nos encontramos frente a nuestra más profunda realidad, somos pequeños y descubrimos que el control no existe, es apenas una categoría mental, una creencia que nos da una seguridad ilusoria.
Y los meses se fueron yendo, como las hojas de los calendarios, y la angustia entabló una danza con el miedo, que de apoco y casi sin darnos cuenta fue apoderándose de cada uno. Fue asomando con diferentes ropajes: miedo a la enfermedad, a contagiarme, a salir, y quizás el más preocupante: miedo al otro.
Ese otro que es quien puede curarme, ese otro que puede ayudarme, ese otro que soy yo mismo para otro. Aquí la paradoja nos envolvió sin tiempo de procesar qué nos impulsa a reaccionar de esta manera. Es el miedo, ese sentimiento que muchas veces nos ayuda a ser prudentes frente algunas situaciones de riesgo. Sin embargo, cuando se apodera de todo nuestro ser nos paraliza, nos confunde, no nos permite ver con claridad. Cuando el miedo se convierte en algo que no podemos controlar sentimos estrés, preocupación y los niveles de ansiedad aumentan. El agobio y el cansancio se hacen presentes impidiéndonos encargarnos de nuestros compromisos, familiares, personales o laborales, con tranquilidad.
Quedamos atrapados en un laberinto mental, las ideas van y vienen en una rumiación sin respuestas y los miedos se van transformando en ira, un enojo irracional que nos lleva a otro laberinto más profundo, el emocional.
Los afectos se resienten; como un embudo va quedando poco espacio para maniobrar y nos confrontamos con aquello que estaba pero tapábamos con ruidos de todo tipo para no enfrentar. Es el tiempo de las evidencias.
Mientras todo esto nos sucede en nuestro interior, la vida continua. La naturaleza continúa con sus estaciones, respetando cada momento del proceso.
Y la vida continuará. Así como pasaron otras pandemias a lo largo de la historia, también esta llegará a su fin. Surgen muchas preguntas sin respuestas y aquí esta nuestro desafío. ¿Cómo continuar en el mientras tanto? ¿Cómo podemos ayudarnos a ir entre todos encontrando esas respuestas?
Nuestra humanidad se define, entre otras cosas, por su fragilidad y vulnerabilidad. Reconocer estas características nos recuerda que nos necesitamos los unos a los otros.
El método para enfrentar estos miedos es desarrollar el coraje. Como decía Mandela en Notes to the future, “aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él”. Es interesante cómo las palabras guardan en su raíz el sentido. La palabra ‘coraje’ viene del francés coer o corazón; esto nos da una clara idea de que el amor es la respuesta para salir del laberinto.
Este tiempo es una gran oportunidad para resignificar nuestra vida, para comprender que cada uno de nosotros es parte de un todo. Quizá, esta sea la oportunidad para darnos cuenta de que podemos entretejer una nueva forma de cuidarnos, valorando el sentido más profundo que es vivir agradecidos.
El primer paso para salir nuevamente al mundo es ir despacio, registrando nuestro sentir y el del otro. En El Libro de la alegría, el arzobispo Tutu y el Dalai Lama proponen que la mejor manera de controlar las preocupaciones es pensar en el prójimo. Es comprender que los valores humanos necesitan ponerse nuevamente en escena con otra mirada.
La propuesta es simple, es comenzar con pequeños gestos, dar una palabra de aliento, transmitir confianza, ser compasivo, abrir el corazón, sonreír, como plantea Brother David en su último libro. Mirar: el segundo paso de la gratitud.
De esta manera cada uno de nosotros estaremos siendo actores principales de un nuevo futuro, cultivando la esperanza, sostenida en la vida.
Cuida a los otros como te gustaría que te cuidaran
Pequeños gestos que hacen la diferencia
Sé amable.
Acompañá su dolor.
Dá una palabra de aliento.
Sonreí (aunque tengas barbijo).
Jugá.
Colaborá con lo que puedas.
Recordá que el otro también sos vos.
Artículo publicado en la edición Nº 623 de la revista Ciudad Nueva.
la verdad es la mejor nota que leí en la pandemia tuve muchas emociones durante esta pandemia pero ahora comprendo que hay que estar tranquilos, ser pasivos…