Se podrán aplicar penas para castigar delitos. Pero para curar llagas tan profundas es necesario ir más allá de la justicia y llegar a los corazones.
Perdón y reconciliación serán quizás las dos palabras más escuchadas durante estos días de presencia del Papa Bergoglio en Colombia. Las pronunciaron muchas de las 7 mil víctimas del conflicto armado con las que hoy el Pontífice se reunirá en Villavicencio. Varias de ellas tomarán la palabra en el evento que se celebrará allí para contar su Calvario y también su Resurrección. Por el perdón no beneficia solo a quien lo recibe, sino también a quien lo emite.
Reaccionan ante este desafío muchos actores de la violencia en el país. El ELN, la guerrilla que actualmente negocia un acuerdo de paz similar al que alcanzó el Gobierno con las FARC, también lo pronuncia. En estos días serán beatificadas dos víctimas de la violencia, un sacerdote y el obispo Jesús Emilio Jaramillo, asesinado por el ELN. La organización, aunque reiteró que nunca tomó la determinación de atentar contra su vida, reconoció que los asesinos estaban entre sus filas por lo que pidió perdón por este acto criminal.
Y el pedido de perdón llega también del máximo líder de las FARC, hoy devenido partido político. Ya había sido pronunciado, pero lo reitera su máximo líder, Rodrigo Londoño en una carta abierta, conocida antes de que Francisco se encontrara con en la Plaza Bolívar con más de 1.300.000 personas.
Londoño agradece al Papa su presencia, pero va más allá: suplica el perdón por las “lágrimas y dolor” ocasionado por las FARC y reconoce que su palabra
“de luz llegó a iluminar las tinieblas que por tanto tiempo han cubierto la vida del país”. “Sus reiteradas exposiciones acerca de la misericordia infinita de Dios, me mueven a suplicar su perdón por cualquier lágrima o dolor que hayamos ocasionado al pueblo de Colombia o a uno de sus integrantes. Nunca nos inspiró otro afán que no fuera el de alcanzar la esquiva justicia para los excluidos y perseguidos en nuestro país, que el de remediar en algo la inequidad y el despojo sufrido por los abandonados”, afirma Londoño en su carta. “No sé si estaría del todo bien implorar de Usted que, con el magnífico poder de su oración, elevara su voz e invitara a orar también a todo el pueblo colombiano, para que no se vaya a frustrar el enorme esfuerzo que involucró… pactar la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. Nosotros oramos por ello”, concluyó el líder de las FARC.
Nadie puede estar obligado a perdonar. Es un gesto que viene del corazón y es gratuito, responde con abundancia a una ofensa porque cierra una llaga viva en el ofensor y en el ofendido. Por eso es un escándalo, porque supera la lógica de la justicia, que solo establece una suerte de equivalencia entre la ofensa y la pena. Pero no llega a los corazones, allí donde se ceba la paz como el odio. Se equivoca quien sostiene que el perdón fomenta la impunidad. Por el contrario, el perdón supone la justicia y la supera. Y en este caso, es un gesto en la perspectiva de dar vuelta a un amargo capítulo de la historia común.