Cientos de ciudadanos salieron a la calle para celebrar el fin de las negociaciones.
Anoche en Bogotá y otras ciudades la gente salió a la calle a festejar, pero el motivo de la alegría no era un triunfo deportivo sino algo mucho más importante. El Gobierno y las FARC anunciaron el fin de las negociaciones en La Habana. Es decir, el fin de una guerra que duró 52 años. Un conflicto que provocó una cadena de muerte y de dolor que nunca será posible describir eficazmente: el dolor se lo conoce de verdad cuando se vive. Colombia vivió la muerte violenta de 220.000 personas, la desaparición de otros 45.000, el desplazamiento dentro y fuera del país de otros 6 millones.
Los números no pueden resumir la brutalidad de la tortura, del acoso, del terror, de no poder ingresar en determinados territorios, de no poder labrar la tierra de la que miles fueron desposeídos porque estaba sembrada de minas antipersonas, el temor a hablar, incluso a trabajar por el bien común hostigados por guerrilleros, militares, paramilitares, criminales comunes, narcotraficantes, la rabia y el desamparo por un Estado ausente o sembrado por la corrupción en medio del caos…
Colombia pone la palabra fin a todo esto. ¿Podría haberlo hecho mejor? Los negociadores, tanto del Gobierno como de las FARC clausuraron las negociaciones con la sensación de que podrían haber conseguido más. Pero sin duda consiguieron lo que era posible. Si hay voluntad de paz, todo se podrá mejorar, pues lo que comenzó hace prácticamente cuatro años es un proceso. No es un camino lineal, sino un rumbo, un camino que abre a nuevas oportunidades. Y estas comienzan optando por dejar las armas y afrontar los nudos cruciales de una problemática social que condujo a la violencia.
Un nuevo paso, luego de la firma, será el plebiscito sobre los acuerdos definitivos que anoche el presidente Santos fijó para el 2 de octubre. Colombia comienza a darle forma a la paz.