Opuesto a los acuerdos de paz con las FARC, el Centro Democrático ha perdido cientos de alcaldías y varias gobernaciones. ¿Es un cambio de tendencia?
Las elecciones municipales en Colombia han significado una dura debacle para el sector del Centro Democrático que se reconoce en el ex presidente Álvaro Uribe (foto). El pasado 27 de octubre estaban en juego 1.100 alcaldías y 32 gobernaciones en todo el país. La agrupación derechista apostaba a conseguir una decena de gobernaciones y unas 500 alcaldías. Sin embargo, pudo retener el gobierno de 120 ciudades y apenas un par de gobernaciones. Entre las ciudades de las que perdieron el gobierno figuran bastiones del uribismo, como Medellín, el departamento de Caldas y también Manizales, la capital del mismo, el departamento de Huila y la ciudad de Florencia.
Lo cierto es que la política del uribismo, que ha condicionado también la del presidente Iván Duque, del mismo partido, no ha dado resultados aceptables a nivel local. La idea de oponerse duramente a los acuerdos de paz, reflotando el peligro de la guerrilla de las FARC, que ha dejado de ser un grupo militar y se ha transformado en un partido político – por otro lado, de mínima representación política- ha desviado la acción del Ejecutivo del foco de la seguridad y de la pacificación que se está lejos de conseguir. La misma política social del gobierno está haciendo agua y presenta escasez de resultados concretos. Eso está siendo percibido por la ciudadanía que, a nivel local, ha castigado en modo sistemático a los candidatos del Centro Democrático. El pésimo resultado también se conjuga con la selección de figuras de bajo nivel, en algunos casos acusadas de vinculación con los paramilitares. El propio Uribe revela un desgaste notable de su popularidad, otrora en torno al 70%, también por las vicisitudes judiciales: el ex presidente será investigado por corrupción de testigos y falsas denuncias presentadas en una querella con un senador de otro partido.
Esta agrupación derechista está mostrando el desgaste de una postura política que no ha sabido priorizar el bien común por sobre sus intereses. Acusado con mucha frecuencia de contubernios con los paramilitares, responsables de tremendas violaciones a los derechos humanos en el país, su oposición a los acuerdos de paz tuvo como objetivo evitar que la aplicación de la Justicia Transicional pudiera aclarar los hechos ocurridos durante décadas de violencia. Al acogerse a ella, tanto guerrilleros como militares y paramilitares pueden beneficiarse de penas alternativas si ayudan a esclarecer los hechos criminales que protagonizaron. El uribismo sabe que, de conocerse la verdad, saldrán a luz sus vínculos con la violencia armada, por lo que tiene todo que perder. Eso explica el radicalismo con el que un sector de este partido ha llevado a cabo su batalla contra esos acuerdos. En definitiva, a la pacificación del país ha preferido defender los esqueletos en sus armarios.
Por lo visto, la gente ha dejado de creer en sus argumentos.