Se habla de 16 muertos en los dos atentados de Barcelona y Cambrils el 17 de agosto, pero fueron 24. ¿O es que los 8 terroristas (5 de los cuales chicos menores de 20 años), no son, también víctimas?
Víctimas y verdugos al mismo tiempo: víctimas de una ideología de violencia y verdugos de inocentes ciudadanos. Para afrontar la situación con honestidad hay que mirar la foto completa y sin filtros.
Y la foto que tenemos encima de la mesa tras los atentados tiene luces y sombras. Tras el primer impacto, mientras remiramos la foto y la ponemos a contraluz, descubrimos muchos matices de nuestra sociedad y algunos nos sorprenden más de lo que pensábamos. Como decía Leonard Cohen, es por la fractura por donde entra la luz.
Un ejemplo: hemos descubierto mujeres musulmanas, con o sin velo, nacidas o educadas en nuestro país que han aparecido de repente en los medios de comunicación y las tertulias de opinión. Y descubrimos que entre “nosotros” hay todos estos jóvenes preparados, ilusionados, comprometidos y valientes a quien no habíamos ni siquiera visto anteriormente. Sin embargo, el hecho de que justo ahora descubrimos estos nuevos líderes juveniles nos hace fijar en alguna sombra de nuestra foto: a pesar de las expresiones políticamente correctas que llenan los mensajes públicos, nos cuesta desligar el terrorismo de las personas musulmanas.
Tras el atentado también hemos confirmado que Barcelona sigue siendo un gran escenario para masivas manifestaciones que, con un civismo exquisito, hablan en nombre de un pueblo que no quiere renunciar a sus ideales más nobles.
Por otra parte, sin embargo, estas manifestaciones también nos han mostrado una interesada lucha soterrada para enmarcar políticamente el atentado en un momento especialmente tenso con la vista puesta en la posible celebración de un referéndum sobre la independencia de Cataluña el 1 de octubre. Una lucha que han pagado las diversas fuerzas de seguridad, que se han visto cuestionadas por una y otra parte, y los ciudadanos a los que se nos hace difícil conocer algunas piezas claves de hechos. Por ejemplo, por qué el cerebro de toda la operación terrorista pudo llegar a ejercer de imán cuando incluso había estado en la cárcel.
Un tercer ejemplo de los claroscuros de esta imagen post atentados es la reacción ciudadana. De entrada, como un resorte espontáneo, sano y vigoroso, todo el mundo hizo suyo el lema valiente de “no tengo miedo”, pero en las conversaciones privadas mucha gente reconoce que tiene miedo. Y quizás no hay que esconderlo, sino afrontarlo y gestionarlo. Y miedo no sólo a otro atentado, sino a las consecuencias en nuestra sociedad.
Como dijo el conocido teólogo Ignacio González Faus, “temo que, al calentamiento climático que ya soportamos, le siga otro calentamiento afectivo: el del odio. Ojalá en algún momento nos reunamos también para gritar: “no tenemos odio”.