El mundo se inquietaba el jueves 28 de febrero de 2013 porque a las 20 horas en Roma finalizaba el pontificado de Benedicto XVI y comenzaba un período de sede vacante, lleno de interrogantes.
El anuncio lo había hecho el propio pontífice el lunes 11 de febrero, antes del mediodía en una conferencia de prensa donde había un pequeño grupo de periodistas. Benedicto leyó el texto en latín y, como es de esperar, pocos podían descifrar on line su contenido. Fue el caso de Giovanna Chirri, corresponsal de Ansa, quien comprendió al instante el tenor de la renuncia y según manifestó le temblaban las piernas. Claro, en los últimos quinientos años no se había dado una situación semejante. Giovanna fue la persona que dio la voz de alerta. De allí en más, la noticia corrió. Las especulaciones se viralizaron y los colegas entraron a especular, pero el mundo vaticanista tiene ritos, protocolos y tiempos que no parecen de este mundo.
La sede vacante es un período que se da cuando una diócesis queda sin pastor. En el caso de la sede apostólica vacante, generalmente se debe al fallecimiento de un pontífice, pero este era distinto. De allí estos nervios, frente a lo incierto y novedoso.
Desde aquel jueves y hasta el miércoles 13 de marzo fueron dos semanas sin pastor. Los pronósticos de la prensa fueron anodinos y erráticos en cuanto al papa que resultaría electo. Tampoco se interpretó el gesto de Benedicto, porque amén de su avanzada edad, tuvo una conciencia clara de las señales de cambio necesarias. Roma y el mundo siguieron su curso. El Vaticano se convirtió en centro de atención por la magnitud del hecho.
Muchos de nosotros también nos preguntábamos qué nos depararía el futuro de la Iglesia. No fue un día más. Culminó un pontificado y sería el inicio de otra etapa, tal como sucede en cada cambio de pastor. Pero la incertidumbre que hubo en aquel cierre de febrero, hoy se ve con algo más de nitidez. Fue lo que permitió el paso a otras voces.