El Legislativo acaba de modificar la Constitución para permitir la reelección indefinida del presidente Xi Jinping, quien consolida su poder.
Un viejo chiste cuenta de una visita de Stalin a las unidades militares en guerra, donde comenzó a preguntar a los soldados cómo era su vida en la trinchera, si tenían comida y abrigo suficiente y si el armamento era adecuado. Entre los soldados comenzó a reinar el desconcierto y el asombro, se miraban entre sí sin animarse a hablar. Pero el líder comunista los invitó a hablar con franqueza y con libertad. Así que el primero se animó a señalar que la comida era escasa, pésima y llegaba en estado calamitoso. Stalin no vaciló un segundo: “Fusílenlo de inmediato”. El gran jefe volvió a preguntar a la tropa, pero los soldados volvieron a callar. “Hablen con franqueza, camaradas, no se preocupen por lo ocurrido, el soldado que fusilamos era un conocido traidor”. Así que un segundo soldado se animó a hablar: “Camarada Stalin, tenemos armas que no sirven y a menudo sin municiones”. El líder no pestañeó: “¡Fusilen a este traidor!”. Entre los soldados volvió a cundir el pánico. Stalin volvió a preguntar a un joven recluta: “Dime camarada, ¿cómo es la vida aquí?”. El joven, visiblemente preocupado, le respondió: “¿Qué puedo decirte, camarada? No me puedo quejar”.
Cuando en un país donde no hay otros partidos que el oficialista, las críticas son censuradas y las estructuras del único partido controlan el Estado y las Fuerzas Armadas, cualquier votación es fundamentalmente una formalidad que solo le da un barniz de legitimidad a un sistema que no es democrático. De hecho, de los 2.958 diputados de la Asamblea Nacional Popular, la casi totalidad ha votado a favor de la reelección indefinida del presidente, apenas dos votaron en contra, tres votaron en blanco y un solo voto resultó nulo. Es una elección similar a las de países como Kazajstán o Uzbekistán o Corea del Norte, donde reina la casi unanimidad que se sostiene sobre la ausencia de las libertades.
Las autoridades chinas dan explicaciones sobre las razones que han llevado a modificar la Constitución eliminando el límite de dos mandatos. Se ilustra que el presidente Xi Jinping debe completar su labor por la que se necesita un tiempo más largo o que era necesario armonizar los mandatos en la conducción del partido y del Comité Central Militar. Pero queda claro el regreso al liderazgo de una figura única apartándose de la conducción más colectiva de las últimas décadas.
Desde su llegada al poder en 2012, Xi ha extendido gradualmente su control sobre el país, ha llevado a cabo medidas contra la corrupción, aparatando a 1,5 millones de funcionarios y a algunos de sus enemigos políticos. Se incrementaron restricciones sobre la sociedad civil e internet. Abogados de derechos humanos y activistas han sido condenados a duras penas de cárcel.
La reforma incluye también una serie de cláusulas que refuerzan el papel dirigente del Partido Comunista en todas las áreas de mando del país, una de las prioridades de Xi y que ya ha ido desarrollando a lo largo de sus cinco años de mandato. Además, una de las cláusulas incluye en la Constitución el “Pensamiento de Xi Jinping para una Nueva Era de Socialismo con Características Chinas”, la ideología presidencial.
Otra de las grandes reformas abre el camino para la creación de una nueva Comisión Nacional de Supervisión que incrementa la vigilancia sobre los funcionarios estatales chinos y que, dentro de la jerarquía de poder, estará por encima de la Fiscalía o los tribunales. A su vez, la simbiosis entre el Partido y el Estado será mayor cuando la Asamblea examine y vote – el resultado se da por descontado-, la fusión de algunas agencias dependientes hasta ahora del Estado con otras del Partido.
China se prepara para seguir desplegando en el mundo su rol de gran potencia global. No es un país democrático. Pero ¿quién podrá endilgárselo? ¿Los países occidentales que no dudan en instalar una guerra con tal de conseguir sus objetivos geopolíticos?