Falta cada vez menos para la segunda vuelta del 17 de diciembre. Equivocarse en esta etapa significa resignar votos. El dilema del 53% que no votó en primera vuelta.
Predecir el resultado de la segunda vuelta presidencial del próximo 17 de diciembre es muy difícil. Si se miran los números, luego de la primera vuelta, hay ventaja para el oficialista Alejandro Guillier. Pero las aguas están revueltas. Se juegan proyectos políticos no sólo de los candidatos, sino de quienes quedaron fuera del balotaje. Pero la votación será un acto donde además de la razón, concurrirán muchas emociones. Y eso es mar profundo. Casi insondable.
Sería muy simple decir que Sebastián Piñera, candidato de Chile Vamos, de derecha, tocó techo y tiene casi 45%, mientras Guillier puede sumar hasta por sobre el 55%, si reúne a todos los que no votaron por Piñera y José Antonio Kast. Uno de los riesgos del candidato de derecha, es el de simbolizar los abusos, la colusión, la desigualdad, la derecha económica en el fondo. Eso podría darse, porque el candidato es parte del mundo empresarial y los empresarios, mayoritariamente, han cometido el error histórico de confundirse con la derecha política.
Pero la ciudadanía tiene otro reclamo. Siente que también abusan los miembros de la clase política. Ello podría ser “pérdida” de Guillier. Tal vez por lo mismo en la primera etapa de la campaña presidencial, acentuó su distancia del Gobierno y los partidos, resaltando su calidad de independiente. No es menor lo que se observa en la elección de diputados (la más política de las cuatro elecciones simultáneas realizadas en noviembre), cuando hubo un 4,76 % de votos en blanco y un 5,40% de votos nulos. Hay un claro repudio de más del 10% a los políticos y sus partidos.
En estos dos “abusos” –en cambio- se nutre el Frente Amplio y surge como el proyecto de izquierda que triunfa en la primera vuelta, pese a llegar terceros. Desde este espacio, incluso, hablan de las grandes mayorías, teniendo sólo el 16,49% de los votos en la elección de diputados y el 20,27% en la presidencial.
En este cuadro, los pasos dados por cada partido, y en especial por el emergente Frente Amplio, es decisivo mirando su propio futuro. Si lo da en falso, el costo puede ser alto. ¿Por qué es más difícil para el Frente Amplio y su líder Beatriz Sanchez? Porque su discurso apunta a “dejar atrás la herencia de la dictadura y la mercantilización de los derechos sociales”. De esto responsabilizan a la Concertación, la coalición de centro izquierda que ha gobernado casi ininterrupidamente desde 1990, y –aunque no lo señalan en su reciente declaración pública- también a la Nueva Mayoría, que son los partidos de la antigua Concertación más el Partido Comunista. Una declaración explícita de apoyo a Guiller podría permitirle acceder al poder en concubinato con la Nueva Mayoría. Pero Sánchez y el Frente Amplio saben que eso es pan para hoy y hambre para mañana: una clara contradicción del discurso que le permitió el éxito electoral. Por esta razón, en vista de la segunda vuelta, el FA se limitó a decir que “Piñera es retroceso, más desigualdad y exclusión…”. Pero antes afirmó que “los ciudadanos no buscan ser pauteados en sus decisiones políticas”, por lo que pidió a sus votantes “reflexionar y expresarse en las urnas”. Sugieren una pauta, pero no la expresan. Eso le sirve a Piñera. Ser o no ser, he ahí la cuestión. Su decisión es un drama shakespeariano. Los votos del FA son los más necesarios y, a la vez, los menos seguros del oficialismo.
Con todo, pareciera que habrá nuevas muestras de apoyo de los liderazgos más relevantes del FA. Pero estos tratarán de dejar claro que “mi voto personal no será por Guillier, sino contra Piñera”: Sí, pero no.
Otro de los candidatos en primera vuelta, Marcos Enríquez Ominami, en cambio, quien en 2009 tuvo en sus manos la llave del triunfo de Frei al recoger un 20% de los votos y actuó con tibieza, esta vez no quiso equivocarse y salió corriendo de las urnas a dar su apoyo a Guillier. Sin embargo, una encuesta señala que ese 5% de apoyos que recibió en noviembre, la mayor parte va a Piñera, aunque hay que tener en cuenta que las encuestas están desacreditadas.
La votación de la democristiana Carolina Goic, otra de las candidatas en primera vuelta, en gran medida pasará al senador Gillier. No toda, porque las heridas de las primarias y el trato anterior en la coalición de gobierno fue rudo y dejó cicatrices en una parte de quienes votaron por la parlamentaria sureña. Los DC que más se entusiasmaban con Guillier, ya votaron por él. Eso muestra la elección de diputados, donde este partido obtuvo casi el doble de votos que Goic. Hubo candidaturas que no sumaron votos a Goic. Todo esto es parte de una discusión que tiene en un punto crítico a la existencia misma de este partido.
El otro ámbito donde los candidatos –ambos- pueden crecer, en convenciendo a los que votaron blancos y nulos que ahora lo hagan por ellos. Se trata de un no despreciable 1,56%. Todo suma en segunda vuelta. Por supuesto, es obvio, el mayor espacio es el de aquellos que no han ido a votar y están desencantados de la política, y es el 53% del padrón electoral. La cantidad es similar en las elecciones de 2013 y del 2017. Por ello, un camino para sumar más electores es la dañina vía de la polarización entre quienes defienden “el legado de Bachelet” y quienes lo rechazan, lo que abre un espacio a la presencia pública muy activa de la Presidenta en defensa de su legado.
Pero sin duda que uno de los temas más complejos es no cometer errores. Los errores no forzados son el mayor peligro de ambos. Ahí puede jugarse la elección. De alguna manera, eso ocurrió ya en la primera vuelta. Tres semanas antes todo indicaba que Piñera tendría un triunfo mayor. Por eso, luego del recuento de votos en la derecha cundió el desencanto y el oficialismo recuperó fuerzas. En los últimos días, Piñera cometió dos o tres errores no forzados. Queda por ver aquello que los hípicos llaman la recta final.
Luego habrá que ver, cualquiera sea quien gane, cómo hará para abordar las negociaciones en el Congreso donde habrá un fraccionamiento que demandará de la actividad parlamentaria habilidades mayores.