Los tres consejos de la santa que describen el perfil del funcionario público.
Corría el año 1380, el último de la vida de Catalina Benincasa, conocida más tarde como Catalina de Siena, cuya vida de santidad iluminó la Iglesia del siglo XIV, y el primero como rey de Francia de Carlos VI de Valois, de apenas once años de edad.
Esta mujer, que no tenía estudio alguno, no sólo fue una campeona del amor, sino que su mirada supo penetrar también en las circunstancias políticas de su tiempo. En esta carta Catalina retrata un perfil del político que no ha perdido vigencia y que indica el deber ser de quienes hoy acceden a la función pública.
“Le recomiendo que en su posición haga tres cosas especiales. La primera es que desprecie el mundo con todos sus placeres y a usted mismo. Debe considerar su reino como algo prestado y no como una propiedad suya. Usted sabe bien que ni la vida, ni la salvación, ni las riquezas, ni el honor, ni el rango, ni el poder le pertenecen, porque si le perteneciera podría disponer de todo a su gusto. Sin embargo, ocurre que cuando el hombre desea estar sano, se enferma; o si quiere vivir, muere; si quiere ser rico, es pobre; quiere ser dueño y es siervo o vasallo. Todo esto ocurre porque las cosas de las que dispone no son suyas de verdad; y las puede usar sólo durante el tiempo que lo desea aquel que se las prestó. Por tanto, es bien necio alguien que administra cosas ajenas como si fueran propias: sin duda es un ladrón, y por ende digno de morir. Por eso le ruego que, como persona sabia, en nombre de Dios, distribuya usted las cosas que considere como prestadas.
“La otra cosa es que usted mantenga la justicia, de modo que ésta no sea ofendida ni por amor propio egoísta, ni por los halagos de los demás, ni por algún placer humano. Vigile sobre sus colaboradores para que no perpetren injusticias por dinero, pisoteando los derechos de los pobres. Sea más bien padre de los pobres, distribuyendo usted aquello que Dios le ha dado. Y actúe de manera que los defectos que hay en su reino sean castigados y se exalte la virtud. Es de este modo que se manifiesta la divina justicia.
“La tercera cosa que más que cualquier otra deseo ver en usted es la observancia de la enseñanza del maestro crucificado: es decir el amor al prójimo, contra el cual usted a combatido por largo tiempo. Porque usted bien sabe que, sin esta raíz del amor, el árbol del alma no produce fruto, sino que seca al no poder –por consevar el odio– absorber la linfa de la gracia”.