Dentro de este género sanador que hemos dado en llamar “Pequeñas caricias de la Vida Cotidiana”, hay cuestiones de todo tipo. Va de suyo, que los foninos llegaron a nuestras vidas para disrumpirnos.
A veces nos informan, algunas (pocas) nos comunican, infinidad de veces llenan nuestros tiempos vacíos, y también nos dan inmensas alegrías.
Caché el móvil y esquivo telefonito, como suelo hacerlo cada madrugada, para ver en qué hora vivo.
No en vano, los relojes pulsera, dejaron de ser los implementos más vendidos, vencidos a mano de estos adminículos de nuestro siglo. Ellos pueden ser inteligentes, lo que está en duda si el calificativo me/nos aplica…
Vuelto al “teléfono pulsera”, él me indica que es hora de saltar de la catrera, y me recuerda icónica y borrosamente (sin catalejos se intuyen ciertos símbolos), que tengo WhatsApps pendientes de lectura. Los dejo para otro momento, y así doy por iniciado el santo día.
Al bajar del B(endito) B(ondy), me dispongo a chequear lecturas varias. Allí aparece la notificación de un ser afín, cuyos mensajes, merecen ser chequeados. El buen hombre remitía una imagen porteña ad hoc, donde lucía un jacarandá en flor, lilácea postal porteña novembrina.
Quizá una pavada, mas no. Fue la dosis diaria para capt(ur)ar su brevísimo período de floración. Parecía decir a través de la imagen, alzad la mirada, registrad la copa de los árboles, en este mes, de temperaturas aún agradables, de observar los senderos de la porteñas plazas, que se tiñen de ese bellísimo color, que engalana veredas y aceras, y perfuma el ambiente, con ese aroma que se percibe en los atardeceres. Inequívoca señal que nos susurra al oído: “El jacarandá está en flor”.
Gracias a Pepe por la osadía de remitir por WhatsApp uno de los once mil jacarandás (bignoniacéa de plural esquivo), sembrados en la porteña ciudad por Carlitos Thays, aquel memorable franco-criollo que sigue hablándonos desde los detalles que supo (im)plantar.
Porque la imagen nos sirve como disparadora, máxime cuando queremos arrancar el día, con la mirada en lo alto. Sea por nuestras creencias, para respirar mejor, o para otear el horizonte.
Un sobrino me lo resumió impecablemente: ¡Alto WhatsApp!