Se abre la cumbre de la ONU sobre el calentamiento global. A la catarata de evidencias científicas se une la poca rapidez con la que los gobiernos responden a este desafío.
No hay muchas vueltas que dar: los países deben reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero ante los embates del clima que han determinado que los últimos años han sido los más cálidos desde el comienzo de la revolución industrial. Los efectos son cada vez más evidentes, dañinos y acelerados, alertan los expertos. Desde 1970, las emisiones de co2 se han más que duplicado: las 27.000 millones de toneladas de entonces han alcanzado actualmente casi 54.000 millones de toneladas. Cuando, en 1997, se asumió el compromiso del Protocolo de Kyoto, se emitían 40.000 millones de toneladas. Quiere decir que la tendencia en casi 50 años ha sido un incremento sostenido que debe ser reducido. Cinco países o bloques de países acumulan el 60% de esas emisiones: China, con casi el 27%, Estados Unidos, 13%, la Unión Europea emite el 9%, seguida por India, con más del 7% y Rusia con más del 4%.
La ONU, que a partir de hoy celebra en New York una nueva cumbre sobre el calentamiento global, invita a los gobiernos a disponer drásticamente la reducción de las emisiones en un 45% para 2030. Es una medida clave para frenar, y que quede claro que no se trata de evitar sino limitar, el incremento de temperatura a dos grados o menos para fines de este siglo. Pero las decisiones deben tomarse, literalmente, ya. Hay una paradoja temporal en este tema: los efectos más intensos se verificarán después de mediados de este siglo, pero para limitarlos y evitar que sean incontrolables las decisiones deber ser tomadas ahora. Lo recomiendan los expertos que notan consecuencias aceleradas y crecientes, lo reclama la ciudadanía concientizada, entre ella los más de cuatro millones de jóvenes y adolescentes que el fin de semana último han sido movilizados en todo el mundo por el movimiento Friday for Future, liderado por la sueca Greta Thunberg. En el caso de los jóvenes su reclamo se ve soportado por el hecho de que ellos, y sus descendientes, verán afectada su calidad de vida y esto puede alcanzar también un elevado nivel de gravedad si no se interviene a tiempo.
Parece acertada la decisión del Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, quien ha convocado la cumbre que comienza hoy en la sede neoyorkina del organismo, pero no le ha dado la palabra a Brasil y Arabia Saudita en una decisión polémica que, sin embargo, señala que no se puede poner en el mismo plano las intervenciones respaldadas por ya incontables estudios y evidencias empíricas que reúnen a la enorme mayoría de los miembros de la comunidad científica con los negadores de esta realidad. Es hora de tomar decisiones cruciales, y ya es complejo decidir qué y cómo hacerlo, más que seguir debatiendo con quienes se empecinan en negar la realidad, muy a menudo guiñando el ojo a los intereses industriales que solo desean seguir explotando sin escrúpulos la naturaleza y sus recursos.
El problema más grande hoy es la ausencia de un liderazgo político en esta lucha contrarreloj para tomar el rumbo de proteger el medio ambiente y con ello a la humanidad. Este vacío se hace más patente si se piensa que apenas en 2015, China y Estados Unidos habían comenzado a liderar un proceso que el actual presidente de Estados Unidos ha frenado e intenta anular.
Por el momento, el desafío ha sido recogido por una jovencita de 16 años, que junto con el Secretario General de la ONU abrirá la cumbre de New York, y por el propio Guterres. Dos generaciones culturalmente distantes años luz entre ellas, unidas por la comunidad científica y, quizás, una sociedad civil más atenta. Dos figuras sin un poder político real, pero respaldadas por la solidez de la verdad en juego: defender el ambiente es defender la vida.