Un mundo con pandemia
La pandemia del coronavirus puso trágicamente en evidencia que el rey está desnudo. Es decir que el proyecto en el que la humanidad se embarcó en los últimos siglos, a alta velocidad, y que ya llegó a los confines del mundo, es un fracaso. Y además, extremadamente peligroso para el futuro de la humanidad.
No significa que los resultados alcanzados por la tecnología para la promoción de la calidad de vida, del desarrollo económico, de la justicia social, de las relaciones entre los pueblos sean negativos: ni siquiera podemos pensarlo. Conocemos todos los beneficios, aun si no todos los podemos disfrutar. Sino porque la ideología que, como un esqueleto de acero sostiene desde adentro este proceso, es en definitiva injusta e inhumana. Porque no tiene en cuenta el “quién”, el “por qué” y el “cómo” de su realización y de la participación de sus resultados, sino que descarta a una enorme y creciente porción de personas, grupos sociales y poblaciones enteras; anula la cuestión decisiva del sentido y el objetivo que persigue; no tiene en cuenta a los medios para lograr los resultados y las ganancias que se propone. Sin decir que, de ese modo, son desarraigados del horizonte del corazón y de la mente las relaciones fundamentales sobre las cuales se entreteje una existencia armoniosa y rica: la relación con Dios, la relación con los demás, la relación con el medio ambiente.
Hemos asistido, y estamos asistiendo, a un efecto dominó implacable. La agresividad de la pandemia y la severidad de las medidas que necesariamente se tuvieron que asumir dejaron al desnudo situaciones serias y no resueltas en nuestra sociedad: los presos, los ancianos, el trabajo en negro, los pobres, las personas con discapacidad, los desequilibrios sociales, los egoísmos nacionales, la irracional e injusta distribución de los bienes…
La interrupción se dio bruscamente: fue impuesta sin medios términos y sin posibilidad de apelación. Ahora, si es verdad que fue aplazada por todos la utopía moderna del indefinido y feliz progreso de la humanidad, si se ha evidenciado una vez más nuestra fragilidad de seres humanos, todo eso tiene que traducirse para nosotros en un llamado de atención ineludible: modificar los proyectos y los estilos de vida. ¿Lo haremos?
El peligro es que, pasado el momento crítico, las cosas vuelvan a su curso como antes. Basta leer con atención las proclamas de relanzamiento económico y financiero que se hacen desde los púlpitos más altos o también solo descifrar lo que se está moviendo por debajo de las aguas. ¿Es de eso que tenemos necesidad? ¿No nos enseña nada de decisivo lo que hemos vivido y aún estamos viviendo dolorosamente?
La paradoja de esta pandemia es que –en la sociedad de la total transparencia virtual– quien está de punta en blanco en el umbral de la muerte a causa de la infección, se encuentra definitivamente aislado de las relaciones familiares, de amistad, de experiencia de fe que son las más relevantes para gustar el sabor de la vida y afrontar con serenidad y fe el brusco e inescrutable paso de la muerte.
Sí, la interrupción que todos hemos sufrido en este período exige una inversión de marcha. Para que todo no termine como flor de un día hay que interiorizar las palabras del papa Francisco y convertirlas en proyecto y estilo de vida: volver con la memoria a la historia vivida por Dios con los hombres y las mujeres contenida en las tradiciones de nuestros pueblos, como nos ha mostrado el mismo Papa en esa increíble imagen frente al Crucifijo en una plaza San Pedro desierta y mojada por la lluvia.
Y volver a tejer en la cotidianidad los vínculos de la recíproca y universal pertenencia como hermanos y hermanas, con generosidad y determinación, con heroísmo, del que nos dieron testimonio todos los que en estos días se ocuparon de los enfermos, de los pobres, de los más abandonados. Como si fueran –y lo son– carne de la propia carne.
Desde allí todo puede volver a partir. Con otra mirada y otro ritmo.
Original italiano publicado en Città Nuova. Éste fue publicado en la edición Nº 621 de la revista Ciudad Nueva.