Los explosivos efectos para la economía mundial de las decisiones equivocadas de los líderes mundiales frente a la pandemia.
Los acontecimientos de estos meses parecen sugerir que el planeta Tierra ha encontrado la manera de defenderse de la agresión contra el equilibrio que ha alcanzado a lo largo de millones de años, permitiendo el maravilloso florecimiento de la vida.
El responsable de esta agresión –negando en la práctica la inteligencia y la conciencia que se le atribuye– es la forma de vida considerada como culmen de la evolución: la humanidad, que hasta ahora se muestra sorda a todas las advertencias que el planeta ha lanzado estos últimos tiempos.
Las personas que hemos elegido como líderes en todo el mundo no se han tomado en serio el derretimiento del hielo en Groenlandia, los incendios en la Amazonia, Australia y California, las marejadas y los vientos que han destruido costas y derribado bosques, ni las protestas de los jóvenes. Tampoco se sienten culpables ante las familias que llegan a nuestras costas desde África o Medio Oriente, que han tenido que dejar sus tierras después de que los humos o las armas producidas en el mundo desarrollado las hayan vuelto inhabitables.
El planeta se defiende dejando que la frenética actividad de la especie humana expanda un virus que quizá se haya escapado, por escasa prudencia, de un laboratorio de investigación o haya sido transmitido por unos murciélagos tratados por el hombre de forma inapropiada. En todo caso, hay una responsabilidad humana en el origen de esta pandemia.
Este acontecimiento afecta más que nunca a la economía: el consumo de petróleo ha bajado en un mes de 100 a 70 millones de barriles diarios y los especuladores han acumulado el excedente de producción en petroleros tan grandes como tres campos de fútbol, varados en las radas de los grandes puertos industriales.
El petróleo está viviendo su “tormenta perfecta”, porque la caída del consumo se ha producido en el pico máximo de producción en Estados Unidos con la técnica del fracking y cuando otros dos grandes productores, Rusia y Arabia Saudita, estaban negociando nuevas reducciones de producción para sostener el precio internacional. Pero el consistente recorte de producción anunciado con retraso no ha sido suficiente para salvar la cotización que, en Estados Unidos, ha caído fuertemente ante el hecho ineludible de la falta de espacio para almacenar más crudo. Para no detener la producción, los operadores por primera vez en la historia han estado dispuestos incluso a pagar hasta 37 dólares por barril a quien retirara inmediatamente algunas cantidades.
Los Estados Unidos son un país maravilloso con muchos méritos, pero buena parte de la responsabilidad de la situación es de su industria petrolífera, que ha impulsado de forma insensata la extracción, sin tener en cuenta que a este ritmo las reservas del país se acabarán en diez años, y que el fracking, debido a la fragmentación profunda del suelo, provoca terremotos, contaminación de acuíferos y sobre todo emisión a la atmósfera de metano, un gas de efecto invernadero veinte veces más dañino que el anhídrido carbónico.
La búsqueda disparatada de ingresos para poder reembolsar los créditos obtenidos para la realización de grandes inversiones está reduciendo los beneficios a cero. La perspectiva de pérdidas futuras, si los costes de producción son superiores a los de la extracción tradicional, preocupa a Trump porque pone en peligro muchos puestos de trabajo.
El precio del petróleo con entrega en los próximos meses sigue siendo bajo, aunque solo sea por la enorme cantidad disponible en los súperpetroleros. Esto supondrá un gran problema para los países que obtienen recursos de su exportación: Rusia, Arabia Saudita, Nigeria, Venezuela, Irán, Argelia, etc. Desgraciadamente, también será un problema para la transición programada del consumo de energía hacia fuentes renovables, que resultará menos conveniente.
La historia nos enseña que las grandes tragedias ayudan a la humanidad a sentar cabeza. A partir de los millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial nacieron las Naciones Unidas. Esperemos que el actual desastre económico induzca al menos a la Comunidad Europea a recuperar el sentido de colaboración, a darse cuenta de que ningún país puede progresar solo, y que en el mundo de hoy “amar la patria del otro como la propia” no es heroísmo sino necesidad.
Ahora hacen falta muchos recursos para apoyar las actividades productivas y el trabajo de muchas personas que se encuentran en dificultad. Una forma de obtener parte de ellos sería compensar la reducción del precio del gas y de los carburantes, inducida por la caída del precio del petróleo, con una “carbon tax” aplicada a todos los consumos de energía originados por combustibles fósiles.
El precio constante de los combustibles fósiles evitaría derrochar energía y consolidaría el incentivo económico ofrecido por las energías renovables, en particular las iniciativas de reducción del consumo ya incentivadas por la ley en el caso de la mejora del aislamiento de las viviendas.
Sin embargo, es improbable que el precio del petróleo aumente. El consumo se recuperará poco a poco y será cubierto fácilmente por los súperpetroleros que esperan en las ensenadas con un costo de 300.000 dólares diarios.
No será fácil que los productores mundiales lleguen a acuerdos para recortar la producción que podrían ser políticamente insostenibles para muchos, o alguien podría sacar provecho no respetándolos. Esta problemática afecta también a los Estados Unidos, donde se perfilan posibilidades concretas de quiebra para una serie de empresas del sector del fracking.
Paciencia, los Estados Unidos no quebrarán por esto, y el planeta respirará mejor, al menos durante un tiempo ·
*El autor escribe desde Génova (Italia) y el artículo original fue publicado en Città Nuova. Esta versión fue publicada en la edición Nº 621 de la revista Ciudad Nueva.