Enrique Santos Discépolo nació el miércoles 27 de marzo de 1901. Porteño al mango, se formó viendo teatro de la mano de su hermano mayor, Armando.
Discepolín llegó al tango después de haber probado el mundo del tablado. Su decisión de convertirse en un autor de canciones populares fue resistida por Armando, y las cosas no le fueron fáciles al pequeño Enrique. “Bizcochito”, su primera composición hecha a pedido del dramaturgo Saldías, como el notable y revulsivo “Qué vachaché”, estrenado en un teatro de Montevideo, en 1926, bajo una lluvia de silbidos, fueron un comienzo poco halagüeño.
La suerte cambiaría, un par de años más tarde, cuando Azucena Maizani cantara en un teatro de revistas “Esta noche me emborracho”, composición discepoliana al 100%, donde una dama de la vida es vista con los ojos de un cliente, que estaba perdidamente enamorado de ella y la ve años más tarde, con los ojos del implacable paso del tiempo, a una dama desgastada, que usa su cuerpo para obtener el sustento.
En este caso, los versos de aquel tango circularon por todo el país. Los músicos argentinos lo incluyeron en sus repertorios. Así se encontró con el reconocimiento.
Tita Merello retomó el antes denostado “Que vachaché” y lo puso a la altura de “Esta noche me emborracho”. Y 1928 sería el año en que sellaría su unión junto a una cupletista española, que lo acompañó por el resto de sus días.
Discépolo escribía letra y música, aunque esta última era imaginada con apenas dos dedos sobre el piano, para luego ser llevada al pentagrama por algún amigo. Esta oportuna conjunción le permitió a Discepolín trabajar cada tango con ventaja, fortaleciendo el sentido de letra y música. Manejaba con mucho tino el ritmo y el tempo de la tragedia en cada tango, cuestión heredada de su paso por los tablados. De allí que sus tangos fuesen viñetas porteñas, en un tiempo, donde el 2×4 gozaba de una difusión absoluta.
La temática de sus letras hoy sería vista como violencia de género, pero eso sería motivo de otra columna.
Lo cierto es que el buen Enrique finalizaba sus temas con denuncias sociales evidenciando algunas cuestiones pero por algún motivo el espectador que se divertía en un primer momento, quizá por su utilización del humor socarrón, pero al canturrear las letras, se le piantaba un lagrimón…
El hecho de que Carlos Gardel grabara muchos de sus tangos ayudó en gran medida a la difusión. La versión de “Yira yira”, a cargo del zorzal criollo, figura entre los grandes momentos de la música argentina. Es una denuncia cargada de escepticismo, donde el personaje confió en el mundo y fue defraudado… este lo defraudó.
Su compromiso con el peronismo, publicitado a través de su participación en un discutido programa de radio, lo distanció de varios de sus viejos amigos y opacó su figura por haber sido innecesariamente mordaz, algo también visto en este siglo.
Luego de su partida, en 1951, cuando contaba con tan sólo medio siglo de vida, el tiempo zanjó la grieta (al menos con Discépolo). Autores como Nicolás Olivari lo definieron como el perno del humor porteño. Qué vachaché…
Nota: el título del artículo refiere a Pujol, Sergio,(2017), Discépolo. Una biografía argentina, Planeta, 452 pp.