Un candidato que en nada parece apegado al Estado de derecho se perfila como futuro presidente de Brasil. ¿Estamos cansados de democracia?
Comienza a aparecer claro de qué manera el candidato a la presidencia Jair Bolsonaro ha fabricado el viento en popa que lo impulsa como claro favorito en la segunda vuelta, que se celebrará el domingo que viene. Los sondeos le atribuyen entre el 55% y hasta un 59% de las intenciones de voto, muy por encima del 41% que estaría consiguiendo su adversario, Fernando Haddad.
En diario Folha de Sao Paulo ha denunciado un masivo recurso a empresas de marketing que envían millones de mensajes por whatsapp a los 120 millones de usuarios de esta aplicación. En Brasil se ha transformado prácticamente en una modalidad para informarse que se usa masivamente, al punto que la campaña electoral ha utilizado fundamentalmente este medio, más que la TV y los diarios. Habrían colaborado empresas privadas pagando sumas elevadas en apoyo a Bolsonaro, algo que la ley prohíbe, recurriendo también a noticias groseramente falsas. El diario español El País se ha infiltrado en algunos de los grupos de whatsapp pudiendo confirmar la modalidad. Se ha abierto una investigación, por parte de la justicia electoral y también de la Fiscalía pues estamos ante delitos que intervienen en la decisión de millones de votantes. Muchos de estos pertenecen a iglesias evangelistas cuyos feligreses creen en todo lo que les aseguran sus líderes religiosos, incluso cuando se trata de votar y, frecuentemente, con argumentos dudosamente creíbles. Uno de estos pastores, Edir Macedo, quien hoy apoya a Bolsonaro, en 1989 aseguraba que el propio Espíritu Santo le había dicho que había que votar al entonces candidato Fernando Collor de Melo. El “ungido” por el Espíritu duró poco como presidente: acusado de corrupción, dimitió antes de ser destituido.
Bolsonaro tiene una chance importante de ser presidente porque su candidatura coincide con el rechazo que en modo creciente muchos votantes manifiestan contra el sistema, viciado por un elevado nivel de corrupción, y ante un candidato del Partido de los Trabajadores, cuya cúpula ha sido condenada por ese delito. Si bien Haddad no puede ser vinculado a tales conductas, ha faltado una necesaria autocrítica y una renovación que indicara que se ha comprendido la gravedad del error. Es además una izquierda que, como en otros países, sigue utilizando esquemas de una economía poco sustentable. El tema no es solo distribuir riqueza, sino producirla en modo sustentable si se quiere evitar una intervención que además de subsidiar en casos de emergencia, sea fomento de actividades productivas.
Más que un apoyo a Bolsonaro, hábilmente facilitado por los sectores financieros y productivos que tienen interés en su victoria, estamos ante un rechazo a la política y a un sistema corrupto que ha producido hartazgo. No está de más recordar que las dictaduras militares que se instalaron en América latina en los años 60 y 70 contaron con el hartazgo por situaciones de violencia y de inseguridad. En varios países, antes de comenzar la pesadilla del terrorismo de Estado, hubo una sensación de alivio generalizado. Desde hace años, sucesivos sondeos señalan que en América latina hay una mayoría creciente que prefiere renunciar a algo de democracia a cambio de seguridad.
Es una senda muy peligrosa, por justificado que sea el temor que suscrita la inseguridad. También porque hay varios tipos de inseguridad. Está la que genera la delincuencia. Y eso es más que entendible que sea una inquietud permanente. Pero también está la inseguridad de quienes no saben si tendrán acceso a servicios de salud, a jubilaciones dignas, a una educación mínimamente de calidad, a una vida decente…
Cada vez que se analiza el pensamiento de Bolsonaro aparecen expresiones inquietantes, incompatibles con los criterios más elementales de respeto del Estado de derecho. Tan solo su creencia de que la dictadura militar se equivocó en torturar a los disidentes, pues debería haber matado a unas 30.000 personas, dice mucho del pensamiento de Bolsonaro. El hijo del candidato, el diputado más votado de la historia del país, sostiene que, en caso de necesitad, para cerrar la Suprema Corte del país, es suficiente mandar un cabo y un soldado.
El hartazgo y el hastío son una cosa. Votar para una opción de este tipo es otra. Sería como intervenir sobre las autoridades del jardín donde dejamos a nuestros niños, conducido en modo caótico y desastroso, eligiendo a un nuevo director que, en lugar de inspirarse en Montessori, tenga a Herodes como referente.