Entrevista a Claudio Scalese – Para profundizar en el ejercicio de la escucha, fortalecer los vínculos y nuestras relaciones, conversamos con alguien que tiene un camino recorrido y contagia su pasión. Es técnico en comunicación y diplomado en Resolución de Conflictos, trabaja realizando talleres preventivos y desde hace algunas décadas coordina grupos de reflexión y formación en valores donde se generan espacios para comunicar desde la profundidad.
Queremos bucear en las profundidades de nuestro ser, buscando herramientas comunicacionales. ¿Cómo reaprender a escucharnos a nosotros para poder luego escuchar a los demás? ¿Cómo fortalecer nuestros vínculos para hacerlos más profundos? Para ello convocamos a un hermano de la vida, un ser muy gaucho. Su labor a través de talleres preventivos y su preparación en Resolución de Conflictos convierten a Claudio Scalese en una persona abierta con quien da gusto sumergirse en la profundidad de los vínculos.
–¿Sirvió este tiempo que estamos transitando para practicar el ejercicio de la escucha?
–Sí, sin duda, es una oportunidad para todos. Cuando empezó la pandemia, alguien dijo que estábamos en el mismo barco. Otro sugirió que no, que en todo caso la tormenta puede ser la misma, porque algunos ni barco tienen. Me parece que como toda circunstancia personal, grupal o mundial, la pandemia es una oportunidad. Las oportunidades se aprovechan o se desperdician. Precisamente una persona me hablaba de la importancia de estar atentos y mencionaba la serendipia. Esto de estar atentos a las oportunidades que aparecen cuando menos te lo esperás. La pandemia fue una gran oportunidad porque nos recogió, nos hizo estar más tiempo junto con las personas que queremos estar. Algunos también se dieron cuenta de con qué personas no querían estar. También fue una escucha, y cada uno se tendrá que preguntar si la aprovechó o no, o si contaba con las herramientas para poder aprovechar este tiempo.
-¿Cuál de los sentidos es esencial a la hora de poder trabajar en la escucha?
–Todos. El oído primero. Pero pasa que estamos muy acostumbrados a usar el sentido de la vista y, curiosamente, la vista nos engaña todo el tiempo. Alguien dijo por ahí que vivimos en mundos interpretativos y por suerte ya la ciencia se ha encargado de mostrarnos todo el tiempo que aquello que creemos que vemos no es la realidad, sino la realidad que nosotros vamos haciendo. La vista ocupa el 80 o el 90 por ciento de lo que metemos en el cerebro. La escucha no la tenemos entrenada, así como tampoco entrenamos el tacto o al gusto. El sentido de la escucha es algo que se entrena también desde la vista. Pongo un ejemplo: yo aprendí dos cosas con los paisanos. Una es que el paisano tiene dos tiempos y el primero es para escuchar (esa frase no me la voy a olvidar jamás). La segunda es que yo veía el campo, pero no miraba…
Estos gauchos me enseñaron a mirar lejos y a decir “ya viene tal” o “mirá lo que está pasando allá”. Yo me miraba los pies. Hay que poner todos los sentidos a disposición de la escucha. La escucha se entrena. Y habría que entrenarla desde muy chiquititos. Nuestros hijos eran chiquitos y más de una vez, cuando no les prestábamos atención, nos tomaban la cara y nos decían “escuchame”. Y nos ponían los ojos mirándonos. Una de las primeras reglas que aprendí con uno de mis mentores, el querido Juan Pablo Berra1, es la de “total atención”. Se trata de la primera regla de la escucha. Nuestra atención está absolutamente dispersa. Creímos durante un tiempo que teníamos la posibilidad del multitasking, de estar haciendo cien cosas al mismo tiempo. Pero la neurociencia demostró que nuestra atención puede estar en una sola cosa y apenas aparece algo, una notificación en el teléfono o alguien que nos gritó, nos fuimos de ahí, otra vez creamos otra realidad y nos perdemos esa que estamos mirando y que estamos escuchando.
–¿Cómo enfocarnos sin perder el camino?
-Hay tres pasos: entrenar, entrenar y entrenar. Pero antes de eso está la decisión, la oportunidad, que da vueltas por ahí todo el tiempo. No hacía falta que viniera una pandemia para que uno se dispusiera a escucharse y escuchar a otros. Lo primero es tomar la decisión. Tengo que darme cuenta de que necesito escucharme, algo que debo hacer primero conmigo y luego con los demás. Más allá de las creencias, tengo dos certezas: la primera, que hay una sola persona con la que seguro voy a vivir toda mi vida, y soy yo mismo. Esa persona que veo en el espejo cada mañana me la tengo que “aguantar” hasta el día de mi partida. Tengo que trabajar para ser la mejor versión de mí mismo porque si no, en algún momento, me voy a mirar al espejo y no me voy a soportar. Para eso necesito escucharme. A veces necesito tomarme tiempo. ¿Cuánto hace que los grandes maestros espirituales vienen diciendo “pará”, “sentate”, “escuchate respirar”? Me parece que la cosa va por ahí. Primero tengo que darme cuenta de aquello que necesito y después trabajarlo hasta que se convierta en hábito. Después te sale automáticamente. En la medida que yo aprenda a escucharme, podré escuchar a otros ·
Herramientas comunicacionales
Saludo enfocado
Les propongo un ejercicio para una práctica sencilla. Cuando nos saludamos habitualmente, y es algo que pasa a menudo, te dicen: “hola, ¿todo bien?”. Te preguntan esto para que respondas “sí, sí, todo bien”. En general, yo pregunto: “¿qué es todo bien para vos? ¿Por qué me lo estás preguntando?”. O en todo caso preguntame: “¿cómo estás?”. Frente a esta otra pregunta, que es más abierta, hay gente que agudiza el ingenio y responde: “magnífico, excepcional”. Alguien con quien tengas cierto grado de confianza te puede responder: “estoy triste”. Se darán cinco minutos de una charla tan deliciosa, tan profunda que permitirá desahogar cosas. Son regalos que me llevo para la vida.
Ejercicios
El primer ejercicio para escucharme y después escuchar a otros es usar papel y lapicera. Y escribir cinco minutos. Cada mañana, cada tarde, cada noche, que esa escritura sea el puntapié del hábito de la escucha. Tengo que tomar el volante si tengo mi vista puesta en el papel y tengo mis oídos puestos hacia dentro. Escribo lo que se me viene a la cabeza. No tengo que hacer un manuscrito, no voy a escribir una novela ni un libro, simplemente dejo que mis pensamientos caigan en un papel. Después esa escucha que hice, sin pensarlo mucho, la puedo enfrentar, es decir, la puedo leer. Me leo a mí mismo. Esto es lo primero.
El segundo ejercicio puedo hacerlo en casa, en el trabajo, en donde sea. Busco a alguien en quien advierto que tiene necesidades, que tiene ganas de hablar. Entonces le regalo amorosamente cinco o diez minutos de mi escucha. Le digo “mirá, tengo cinco minutos para vos y hasta te voy a poner el cronómetro o el temporizador. Me comprometo a escuchar, sin interrumpir y sin juzgar. Guardo en el corazón lo que me estás contando porque es tu tesoro. Tampoco te juzgo, porque es algo tuyo”.
Búsqueda con sentido
Se trata del ministerio de la escucha, tal como alguna vez dijo Jorge Bergoglio en 2006, en una carta a los catequistas: “Para eso se te exigirá que sepas escuchar y enseñes a escuchar tal como lo hizo Jesús. Y no simplemente como una actitud que facilita el encuentro entre las personas sino, fundamentalmente, como un elemento esencial del mensaje revelado. Toda la Biblia se ve atravesada por una invitación recurrente: ¡Escucha! Por ello será parte de tu ministerio catequista, no sólo saber escuchar y ayudar a aprender a escuchar, sino principalmente mostrar a Dios que sabe y quiere escuchar”2. Algo que me dejó en claro que la escucha “primerea al diálogo”.
*Para comunicarse y conocer más al entrevistado: cscalese59@gmail.comhttps://www.facebook.com/claudio.scalese https://www.instagram.com/altos.puentes/
1. Juan Pablo Berra: https://www.fundacionvincular.ar/. Autor de publicaciones como Los siete niveles de la comunicación, ¿Con los adolescentes quién se anima?, El amor en la pareja, De heridos a amantes, Los novios de Caná y Tiempos de droga, hijos en riesgo.
2. https://www.arzbaires.org.ar/inicio/homilias/homilias2006.htm
Artículo publicado en la edición Nº 637 de la revista Ciudad Nueva.