Apariencias o confianza

Apariencias o confianza

Compartimos fragmentos del Ángelus del domingo 7 de noviembre.

La escena descrita por el Evangelio de Marcos tiene lugar dentro del Templo de Jerusalén. Jesús mira, y ve cómo a los escribas les gusta pasear para hacerse notar, ser saludados y reverenciados, y para tener lugares de honor,  (Mc 12,40).
Al mismo tiempo, sus ojos vislumbran otra escena: una pobre viuda, precisamente una de las explotadas por los poderosos, echa en el arca del Tesoro del Templo «todo cuanto poseía» (v. 44).

El Evangelio nos pone delante de este sorprendente contraste: los ricos, que dan lo superfluo para hacerse ver, y una pobre mujer que, sin aparentar, ofrece todo lo poco que tiene. Dos símbolos de actitudes humanas.

Jesús mira las dos escenas. Y es precisamente este verbo —“mirar”— que resume su enseñanza: a quien vive la fe con duplicidad, como esos escribas, “debemos mirar” para no ser como ellos; mientras que a la viuda debemos “mirarla” para tomarla como modelo. Detengámonos en esto: tener cuidado con los hipócritas y mirar a la pobre viuda.  

Ante todo, tener cuidado con los hipócritas, es decir estar atentos a no basar la vida en el culto de la apariencia, de la exterioridad, en el cuidado exagerado de la propia imagen. Y, sobre todo, estar atentos a no doblegar la fe a nuestros intereses. Esos escribas cubrían, con el nombre de Dios, su propia vanagloria y, aún peor, usaban la religión para atender sus negocios, abusando de su autoridad y explotando a los pobres. Aquí vemos esa actitud tan fea que también hoy vemos en muchos puestos, en muchos lugares, el clericalismo, ese estar por encima de los humildes, explotarlos, vapulearlos, sentirse perfectos. Este es el mal del clericalismo. Es una advertencia para toda época y para todos, Iglesia y sociedad: no aprovecharse nunca del propio rol para aplastar a los demás, ¡nunca ganar sobre la piel de los más débiles! Y estar alerta, para no caer en la vanidad, para no obsesionarnos con las apariencias, perdiendo la sustancia y viviendo en la superficialidad. Preguntémonos, nos ayudará: en lo que decimos y hacemos, ¿deseamos ser apreciados y gratificados o dar un servicio a Dios y al prójimo, especialmente a los más débiles? Estemos alerta ante las falsedades del corazón, ante la hipocresía, ¡que es una enfermedad peligrosa del alma! Es un doble pensar, un doble juzgar, como dice la propia palabra: “juzgar por debajo”, aparecer de una manera e “hipo”, por debajo, tener otro pensamiento. Dobles, gente con doble alma, doblez de alma.

Y para sanar de esta enfermedad, Jesús nos invita a mirar a la pobre viuda. El Señor denuncia la explotación hacia esta mujer que, para dar la ofrenda, debe volver a casa sin siquiera lo poco que tiene para vivir. No le queda nada, pero encuentra en Dios su todo. No teme perder lo poco que tiene, porque confía en el tanto de Dios, y ese tanto de Dios multiplica la alegría de quien dona. Sus monedas tienen un sonido más bonito que las grandes ofrendas de los ricos, porque expresan una vida dedicada a Dios con sinceridad, una fe que no vive de apariencias sino de confianza incondicional. Aprendamos de ella.

Fuente:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2021/documents/papa-francesco_angelus_20211107.html

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