Rafael Feliciano Alcaraz nació el 8 de junio de 1774. Perdió a sus padres antes de los diez años. Se crió entonces junto a su abuela y luego con la familia del estanciero Miguel de los Santos Arellano, en los campos que poseía en la zona sur de Buenos Aires. Allí le tomó el gustito a la vida de campo y a los equinos. Con su trabajo logró arrendar terrenos en la zona de Quilmes donde crió animales. Con la venta de los mismos accedió a la compra de una pulpería en el barrio de La Piedad, en el “centro porteño”, que por aquel entonces era una mera aldea.
Para las Invasiones Inglesas, colaboró con los Húsares de Pueyrredón. Más tarde es designado capitán graduado de Ejército y Comandante del Piquete Celador de Policía.
Dice Vicente F. López, refiriéndose a Alcaraz: “La imaginación popular había hecho de él un guerrero mitológico de los suburbios; en cada casa había una leyenda sobre sus hazañas; y en esa especialidad era verdaderamente uno de esos hombres dotados de doble vista, que parecen tener a su disposición el genio familiar que los dirige con un acierto sorprendente en todas sus empresas. Con una seguridad admirable, él adivinaba cada día, cada noche, el lugar donde se abrigaban, o el lugar que iban a atacar los bandidos; los sorprendía y los apresaba”.
Ratificaremos los dichos de Vicente Fidel con esta perlita: en la mañana del lunes 9 de diciembre de 1822, un par de comerciantes que tenían negocio en la Recova, actual Plaza de Mayo porteña, acudieron a los celadores para notificar que el almacén del vasco Bilbao estaba cerrado. Nunca había ocurrido, porque Álvaro Bilbao vivía en el mismo almacén. El celador ingresó al local, y encontró al vasco tendido en el piso, rodeado de un charco de sangre. Lo habían degollado. De inmediato, se informó a Alcaraz, quien se hizo cargo de la investigación. Dio órdenes a sus hombres para que buscaran manchas de sangre en los alrededores de la Recova. Especulaba con que, habiendo sido tan sangriento el crimen, alguna huella tenía que aparecer. Por otra parte, mandó detener a los clientes habituales de Bilbao para que dieran sus coartadas. En aquel ínterin, no dio con pista alguna. Pero no se desanimó. Rafael Feliciano, sabía esperar…
Dos días más tarde, un colaborador le comunicó que había una sospechosa mancha de sangre en el paredón de la calle Defensa, correspondiente al Convento de Santo Domingo. Alcaraz observó la marca y advirtió que era una mano derecha de un sujeto de cierta altura. Además, le faltaba una falange en el dedo índice.
Reunió a sus hombres, dio precisas ordenes para que no mencionaran el hallazgo y actuaran con sigilo.
El propio Alcaraz consultó a los comerciantes de la Recova y cafés de la zona, tratando de que alguien reconociera al dueño de la huella por su altura y su índice mocho. Gracias a la pesquisa, pudo identificar al sospechoso. Se llamaba Braulio y tenía una tonada llamativa. Cada tarde, Alcaraz recorría cafés y pulperías. Por fin el 24 de diciembre cuando ya empezaba a anochecer halló al sujeto en una pulpería, un poco alejada del centro, sobre la actual avenida Rivadavia. El hombre dijo llamarse Braulio Estévez, sanjuanino, y confesó que el 9 de diciembre a las nueve de la noche asesinó al vasco Bilbao para robarle. Incluso dijo que se había decepcionado porque pensaba que el almacenero atesoraba gran cantidad de dinero y sólo pudo encontrar algunas monedas de oro. Estévez fue conducido a la cárcel. Una vez más, Rafael de Alcaraz había resuelto un caso criminal.
La calle que recuerda a nuestro pulpero policía celador, nace en el porteño barrio de Monte Castro, termina en Versalles y en su travesía recorre unas veinte cuadras. Entendemos que en su trayecto, los moradores han de estar seguros, porque allí asoma el alma de este pulpero devenido guardián de la ciudad, llamado Rafael Feliciano Alcaraz y Pintos.
Fuentes:
https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/buenos-aires-1822-asesinato-recova-pista-del-nid2489508/
https://amvcaba.com.ar/noticias-ciudad/perlitas-de-mi-ciudad-2
Muy bueno, es un tío lejanísimo mío.