Al servicio de los más vulnerables

Al servicio de los más vulnerables

Una vocación profesional que se confirma al donar a los demás todo lo recibido gratuitamente.

Tengo 26 años. Soy argentina, arquitecta, recibida en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 2016. Desde enero de este año estoy viviendo en Barcelona, formándome como urbanista, una disciplina que se desprende de la arquitectura –y otras disciplinas–, que se dedica al estudio de las ciudades para su diagnóstico, comprensión e intervención a fin de mejorar la vida de la sociedad que habita en ellas.

Antes de elegir mi profesión, desde adolescente, me interesó participar en actividades sociales y voluntariados en barrios vulnerables de mi ciudad.  Y pude hacerlo en diversas organizaciones y fundaciones.

Siempre me sentí muy privilegiada por el hecho de poder estudiar siguiendo una carrera universitaria y dedicarme a lo que me gusta. Si bien en Argentina tenemos la suerte de que la educación es pública y gratuita, no todos tienen la posibilidad elegir y completar sus estudios. Tener el apoyo de la familia y los amigos para poder llevar adelante lo que implica embarcarse en una carrera universitaria, fue para mí algo fundamental.

Es por esto que a la hora de ejercer mi profesión siempre me motivó el hecho de poder “devolver” algo de todo lo que recibí.

Fue mientras cursaba mis estudios universitarios que pude comenzar a “unir” estas dos vocaciones: la arquitectura y el trabajo social.  Así es que, como alumna de la UBA, participé en actividades extra-curriculares realizando reformas y proyectos de vivienda que tuvieran que ver con la arquitectura y trabajo en barrios vulnerables y trabajando con la comunidad, etcétera.

Como arquitecta entiendo que la vivienda, el hábitat, el lugar que uno habita, es un pilar fundamental en la vida de las personas. Ahora, también como  urbanista, sé cuánto se puede aportar a mejorar la vida de las personas, desde la vivienda, el espacio público, pensando las ciudades como un derecho, un lugar al servicio de todas las personas que allí viven. Ese es el gran desafío y  el aporte que puedo dar, desde mi profesión, para hacer una sociedad más justa.

En la misma búsqueda, a nivel laboral,  también pude desarrollarme profesionalmente en estos ámbitos teniendo la suerte de encontrar un empleo en el Gobierno Nacional, que implicaba el trabajo de reurbanización y/o mejora de barrios vulnerables de la provincia de Buenos Aires. Conocí más “desde adentro” y desde lo político la problemática de distintas localidades postergadas desde lo social y ambiental. Aprendí mucho y significó para mí un gran desafío desde lo personal y profesional. Esta experiencia confirmó en mí la  vocación hacia el urbanismo y el trabajo en/con las poblaciones más vulnerables.

Buscando profundizar mi vocación/pasión por la arquitectura y por hacer una experiencia distinta de intercambio y trabajo fuera de mi realidad “conocida”, dos años atrás llegué a Mozambique y Kenia.

En Mozambique, junto con la fundación argentina “Somos del Mundo”, participé en la construcción de aulas en poblaciones rurales. Una experiencia profunda de conocer otra cultura,  de intercambio y enriquecimiento. La construcción de aulas se realizaba en conjunto con la comunidad del lugar, compartiendo con ellos jornadas enteras de trabajo. Se compartían los descansos y las comidas, las dificultades y los logros del trabajo diario, pudiendo construir vínculos con las familias del lugar. Comprobé una vez más cómo todos tenemos algo para dar y aprender y cuán rico es ese intercambio. La palabra “comunidad” adquirió para mí un nuevo significado. El trabajo en equipo fue una experiencia de enriquecimiento mutuo entre dos culturas.

En Kenia, en cambio, participé de un voluntariado organizado junto con la Mariápolis Piero (del Movimiento de los focolares) junto con voluntarios locales y de diversos países (Argentina, Italia, Kenya, Nigeria, Tanzania). Durante un mes realizamos distintas actividades, entre otras cosas, la puesta en valor de una escuelita en una población rural del mismo país. Nuevamente aquí, la experiencia del compartir horas de trabajo generó entre todos lazos de amistad que aún hoy continúan. Conocer el lugar donde el otro vive, compartir sus costumbres, horarios, comidas, etc., me hicieron entrar en su cultura y quererla. En este ida y vuelta era tanto más lo que recibíamos que lo que hacíamos como trabajo.

La vida me regaló la posibilidad de volver a Kenya en agosto de este año. Con algunos años más, mayor convicción y experiencia como arquitecta, en esta ocasión me pidieron realizar el proyecto de una capilla para la Fazenda Esperanza –institución que trabaja en la recuperación de adictos–. Junto con los miembros de la Fazenda y un grupo de voluntarios llegados de distintos países (Argentina, México, Bolivia, Brasil, Italia, España, Kenya, Uganda) realizamos un proyecto materializando una experiencia y un trabajo hecho en equipo que es uno de los regalos más lindos que recibí.

Me siento privilegiada y agradecida a la vida por haber podido hacer estas experiencias, que me han enriquecido de una manera invalorable y no han hecho más que confirmar mi vocación, aquello que quiero hacer con mi profesión y mi trabajo, ponerlo al servicio de los sectores más vulnerables porque eso es solo el principio. Al final, lo que se recibe a cambio es mucho más, y me hace inmensamente feliz ·

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