La Selección Sub-15 se consagró en el Sudamericano de la categoría. La nota la dio el cuerpo técnico con el mensaje que transmitió al final, no sólo con palabras sino con hechos.
Desde estas líneas se ha reclamado insistentemente que las Selecciones Juveniles argentinas necesitaban una profunda renovación y retornar a las fuentes, esas que hablan de un proceso no sólo formativo desde lo deportivo sino desde lo humano.
En el primer aspecto, el resultado que muestra a la Selección Sub-15 en lo más alto del podio del Campeonato Sudamericano de la categoría por primera vez habla por sí solo. No obstante, el camino parece estar marcado por el mensaje que transmitió Pablo Aimar, ayudante del entrenador principal, Diego Placente, cuando la televisión lo entrevistó al finalizar el certamen en San Juan: “No pasa por el resultado final. Hemos intentado ayudar a estos chicos para que sean un poquito mejor que hace cuatro meses. Esperemos que no sea solo dentro de la cancha, sino que sean educados y respetuosos. Si termina con un título se ve, pero el trabajo ya estaba hecho”.
Por otra parte, el staff de entrenadores que hasta no hace mucho tiempo vestían profesionalmente una camiseta y que han sido fruto de la era Pekerman, el período más importante de la historia de las Selecciones Juveniles, tuvieron un gesto que refleja el protagonismo, el estímulo y el reconocimiento que quieren darle a los chicos: luego de subir al podio para recibir las medallas de campeones, Placente, Aimar y Hermes Desio eligieron quitárselas y dárselas a tres jugadores (Francisco Bonfiglio de San Lorenzo, Lucas Varaldo de Lanús y Patricio Acevedo de Newell’s Old Boys) que no habían podido formar parte de la delegación por diferentes lesiones. Esos chicos habían sido parte de este todavía breve proceso y el cuerpo técnico sintió que eran tan merecedores del premio como quienes transpiraron la camiseta nacional.
Son gestos, simples, que hablan de un renovado aire en las selecciones juveniles.