En la carta que cierra el año jubilar el Papa Bergoglio no niega la gravedad de este pecado, sino que permite que todos los sacerdotes puedan absolver a quienes se arrepienten.
Acerca del aborto, en la carta “Misericordia et misera”, dada a conocer con la finalización del jubileo de la misericordia, en el fondo el Papa no dice nada nuevo: no niega la gravedad del pecado que comete quien lo procura, quien determina elementos condicionantes para la mujer que recurre al aborto y quien directamente lo comete.
Sin embargo, confirmando el carácter esencialmente pastoral, es decir operativo y evangelizador de su papado, confirma lo que ya había permitido al comenzar el año Santo: todos los sacerdotes pueden dar la absolución de este pecado.
Poca cosa, se diría, si analizamos cuidadosamente la doctrina. Sin embargo, de este modo, el Papa innova y termina en las portadas de todos los medios, de la web, de las televisiones porque hace algo inédito en la sociedad globalizada y consumista: transmite el amor de Dios. Bergoglio descoloca a todos, pues vuelve a dar centralidad al Evangelio del amor de Dios. Y actúa el Concilio Vaticano II.
Su decisión se constituye como un gran momento eclesial y también un gran momento de alta política social. Porque mientras aparecen populismos y racismos, impera el consumismo y el enfrentamiento personal y político, nos convoca en el indiscutible ámbito del amor, el único sentimiento que vale la pena vivir.