La serie de Netflix “¡A ordenar con Marie Kondo!” nos ayuda a volver a lo esencial. Con un poco más de orden, nuestra vida espiritual también podría beneficiarse .
“¿Te provoca felicidad?”. Esta pregunta me quedó dando vueltas después de mirar un episodio de “¡A ordenar con Marie Kondo!”.
Y me puse a pensar: un momento, ¿qué hay de ese saquito escocés que me da un poco de picazón? (siempre me dicen que me queda muy bien, pero no me lo pongo muy seguido). ¿Tengo que dárselo a alguien? ¿Y el cárdigan que solo uso una vez al año? Y ahí me cayó la ficha: no se trata de tener más, sino de contar con cosas que nos benefician.
Es hora de poner orden
Poner orden libera energía y eso evoca la consigna “menos es más” que muchos están descubriendo.
Ya no gastar energía en poseer cosas, sino en construir recuerdos y vivir la vida.
Parece un mensaje muy oportuno, especialmente en Estados Unidos y en Canadá, donde los garajes desbordan al punto de que casi no queda lugar para el auto y se necesita alquilar espacios para almacenar elementos que no caben en las casas. Las viviendas atiborradas, llenas de objetos, hablan de la necesidad del mensaje de Kondo.
Ver a esta pequeña y enérgica mujer saltando entre livings desordenados, cocinas sucias y garajes repletos me hizo sentir culpable de inmediato. Los episodios de la serie muestran una variedad de “luchas” por mantener los cajones organizados, y me podía identificar claramente con las dificultades de las personas que aparecen en ella cuando intentan soltar y liberarse de “objetos de valor sentimental”.
Miré el ropero y volvió a mí la pregunta: “¿Te provoca felicidad?”. Decidí regalar un pulóver que no me daba tanta felicidad, para que otro pudiera disfrutarlo. Kondo sugiere agradecer a cada objeto por el servicio prestado. Pensé: “Wow, esta es la comunión de bienes que quiero vivir”. Como los primeros cristianos, solo tengo que tomar lo que necesito y donar lo que no necesito. Si acumulo demasiado, ¡ni siquiera puedo ver todo lo que tengo!
Esto es bueno para nosotros
En el primer contacto con la casa en la que vive una familia que la contrata, Kondo realiza un gesto de humildad, agradeciendo a la casa por brindar refugio. Es un mensaje totalmente distinto del de los programas televisivos de casas en venta o que necesitan reparaciones, que tienen como fin remodelarlas por completo.
Marie te dice: no, no necesitas pintar paredes y comprar muebles nuevos ni decoraciones. Basta con deshacerse de las cosas de más y organizar todo mejor. Y –algo que resulta destacable para una producción televisiva– es refrescantemente amable y respetuosa, y no reta a sus clientes por los errores y por los rincones desordenados de sus casas.
El sorprendente resultado que algunas familias comparten es que la nueva prolijidad también afecta su relación: menos peleas, más tiempo juntos, menos distracciones. Marie Kondo tiene un método: va paso a paso, desde la ropa a los libros, los papeles, objetos varios en la cocina, el baño y el depósito y, finalmente –por último, lo más difícil– los objetos con valor sentimental. Respeta los sentimientos de las personas con las que está trabajando y, de la misma manera en la que habla de su método en sus libros, asesora brindando apoyo y no diciendo cosas como “hicieron todo mal” –lo que podría parecer más entretenido para algunos espectadores–.
Ya se está hablando del “efecto Kondo” en los aportes a las organizaciones de beneficencia. En enero de 2019, ese tipo de entidades recibieron entre un 15 y un 25 % más de donaciones que lo habitual.
Más allá de donar nuestros bienes para que otras personas puedan aprovecharlos, los principios de Marie Kondo están en consonancia con los de Chiara Lubich cuando aconsejaba a los adolescentes “imitar a las plantas que toman del suelo solo los nutrientes que necesitan”. Como seres humanos, no necesitamos acumular cosas para ser más felices.
¿Tenemos que deshacernos de las personas “tóxicas”?
Un segundo pensamiento vino a mi mente: ¿qué me dice esto acerca de mis relaciones interpersonales?
¿Me provocan felicidad, como lo hacen mis queridos familiares y amigos, o la gente con la que me siento cercana en el camino de la fe? Y la cuestión se pone más complicada. En realidad, necesito de esas personas que provocan felicidad, porque me sostienen y me ayudan cuando estoy atravesando un momento difícil.
Pero ¿qué sucede con aquellos que me presentan un desafío (los que me critican, las personas a las que no les caigo bien o que hacen mi vida más difícil)?
En las redes sociales proliferan memes y mensajes que nos dicen que nos tenemos que deshacer de las “personas tóxicas” en nuestras vidas. Eso me resulta un tanto egoísta y, a la larga, evidencia una visión estrecha y cortoplacista.
Si miro hacia atrás, muchas personas que podrían encajar en esta categoría me han ayudado a ser más paciente, a aceptar verdades dolorosas sobre mí misma y a ser más consciente de mis verdaderas fortalezas y, por lo tanto, a hacerme más resiliente.
Esas personas me han desafiado a crecer y a madurar. Recordaba lo que Giosi Guella, una de las pioneras de los Focolares, solía decir: “Todo conflicto con el prójimo es una oportunidad para agrandar el alma. Cada vez que choco con el otro, tengo la posibilidad de agrandar mi mente estrecha y aprender a amar más”.
Un jefe poco amable sin querer me enseñó a trabajar con mayor precisión y me mostró la amistad de quienes trabajan conmigo. Los comentarios poco delicados de un colega me hicieron dar cuenta de mi impulsividad al contestar. Un amigo que siempre tomaba el camino más desconocido hizo tambalear mis hábitos y perspectivas.
Marie Kondo ayuda a las personas a poner las cosas en orden, a deshacerse de las que son innecesarias y a tener tiempo para lo que es esencial. La lección que aprendí es que si pongo en orden mi vida espiritual puedo ver qué es necesario y por qué. Y eso ensancha el alma y provoca felicidad. Va más allá de los recuerdos felices o de las crisis vividas. Una persona provoca felicidad cuando la relación con ella es auténtica. No es un sentimiento de alegría superficial.
Artículo original en inglés publicado en la edición New City de Estados Unidos. Y publicado en la edición Nº 620 de la revista Ciudad Nueva.
Traducido por Amanda Zamuner para la edición de Ciudad Nueva Uruguay-Paraguay.