¿Por qué alguien comete una violación, qué hacer con los violadores seriales, cómo asistir a las víctimas, cómo superar la cultura que usa el cuerpo de la mujer? Son algunas de las preguntas que dirigimos a dos expertas en el tema.
En la Argentina como en otros países crece la reacción de la sociedad para contrarrestar los fenómenos de violencia contra la mujer, frecuentemente vinculados con la cultura machista. Quisimos hacer algunas preguntas a la Lic. Ana Lía Gugliotta, psicoanalista, y a la Lic. María Marta Mainetti, antropóloga y experta en en Bioética. Ambas son integrantes del Programa temático interdisciplinario en Bioética de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Ante el daño que provoca en una persona sufrir una violación, a cualquiera le cuesta entender qué puede provocar una conducta de este tipo. ¿Por qué un varón decide violar?
Antes que nada es importante considerar que una violación constituye un abuso de poder e implica un goce ilimitado en el cuerpo del otro sin miramiento alguno. Las motivaciones que llevan a una persona a violar sexualmente la intimidad del otro pueden ser variadas, sin embargo siempre está presente gozar sádicamente del otro.
Podemos pensar en la sexualidad humana como un impulso básico que busca satisfacerse y por ende requiere ser encauzado dentro de los parámetros de la cultura. Esto se hace necesario desde que somos muy pequeños e implica un “gran trabajo” que se ve determinado por las acciones de las personas significativas desde la infancia. Los factores hereditarios, congénitos y las experiencias infantiles predisponen la conducta durante todo el desarrollo. El psiquismo se va constituyendo paulatinamente y determina un modo de relacionarse con los otros. El violador goza sádicamente de su víctima.
¿Es correcto pensar en una gradualidad en los casos, es decir, desde el impulso que el atacante no logra controlar y del que puede arrepentirse, a formas de psicopatía acentuada por las que el atacante reincide inevitablemente?
Indudablemente esto es así. Las personas pueden actuar y registrar esto en su psiquismo de muy diversas maneras. Desde el psicoanálisis entendemos tres estructuras clínicas: neurosis, psicosis y perversión. En esta última estructura, el sujeto actúa buscando su propia satisfacción y tomando al otro como un objeto de su deseo, sin miramientos ni culpa. Sin embargo, estas no son categorías estancas sino que existen gran variedad de rasgos que pueden incluirse en cada modalidad.
La pregunta anterior nos lleva a considerar que si bien no es (y no debe ser) el único aspecto a considerar, el judicial tiene su importancia: ¿qué hacer con los violadores? A menudo se habla de que es una tendencia generalizada que vuelven a violar eso. ¿Es cierto? En ese caso, ¿de qué manera la sociedad puede defenderse de sujetos con esta tendencia? ¿Se pueden recuperar?
A lo largo de la historia este tema ha generado grandes controversias entre la psiquiatría y la justicia. Mi opinión es que no podemos desconocer la dimensión subjetiva en cuestiones que atañen a la conducta humana. Y cuando me refiero a “dimensión subjetiva” considero al hombre sujetado a la ley que le posibilita su desarrollo. Por lo tanto, es absolutamente necesaria la intervención de un equipo multidisciplinario que incluya profesionales de Salud Mental; previa, durante y posteriormente a la determinación judicial. En función de los elementos periciales la justicia considerará la sanción correspondiente que incluirá una pena a cumplir y, probablemente, un tratamiento psiquiátrico y psicológico, así como intervenciones de otros profesionales de la salud al mismo tiempo.
En relación a la posibilidad de reincidir en la conducta, si bien es imposible predecir la dimensión humana, se podría considerar las probabilidades en función de la estructura clínica del sujeto. Un sujeto con estructura perversa muy probablemente buscará repetir la violación y ocultar los hechos.
El daño que sufre la víctima es, a menudo, muy grave. ¿De qué manera se puede intervenir en apoyo de una mujer que pasó por este tremendo dolor? ¿Se está en condición de contener adecuadamente a las víctimas?
Los daños en las víctimas suelen constituir traumas extremos que implican a la integridad psíquica y física. Esta experiencia resulta de tamaña envergadura que desequilibra todo el sistema y resulta de difícil incorporación a la narrativa subjetiva. Por esto, la construcción de un espacio terapéutico resulta de un gran valor para una persona que ha debido atravesar una experiencia que le produce asco, vergüenza, y repulsión, entre otras sensaciones.
Una variable importante a considerar es la edad de la víctima, ya que en un psiquismo en desarrollo, un abuso sexual suele dejar huellas mnémicas que condicionan gravemente la salud psíquica, ya que la persona no posee aún una organización que le permita defenderse de la agresión.
Recientemente, una antropóloga excluyó que se trate de un delito de tipo sexual y más bien una manifestación de poder. ¿Es una teoría que tiene asidero?
Se trata de una manifestación de poder porque lo que subyace es la creencia en la dominación masculina sobre el género femenino. Por eso este tipo de delitos constituyen crueles expresiones de la violencia de género, una violencia que se ejerce no sólo por la fuerza, sino también simbólicamente. Es decir, se encuadra en un sistema dominante –el machismo– que incluye actitudes, sentimientos, prejuicios, acciones políticas, sociales y legales que sostienen la superioridad del género masculino.
Es un sistema que se encarna en la cultura de tal manera, que las mismas personas dominadas (en este caso las mujeres) lo aceptan y reproducen.
Por un lado, se defiende la integridad de la mujer contra todo tipo de ataque o de abuso, sin embargo, sigue siendo presentada como un objeto de placer. En esto hay una estimulación permanente que actúa desde edad temprana a través, por ejemplo, de la publicidad y de los medios de comunicación. Se diría que es altamente contradictorio. ¿No se debería promover una autoregulación al respecto?
Por supuesto que las contradicciones forman parte de nuestra sociedad, heterogénea y compleja. La defensa de la integridad de la mujer a través de leyes, por ejemplo, es algo bastante reciente y que todavía falta consolidar con acciones políticas concretas. También hay una defensa social de la integridad y de la igualdad de la mujer, que va de a poco emergiendo e introduciéndose en medios de comunicación, educación, etc., aunque todavía es insuficiente, justamente porque nuestra sociedad mercantiliza todo lo que puede, la salud, el tiempo libre, el amor y entre otras cosas, las mujeres. Combatir esta mercantilización es una ardua tarea, porque para que un “producto” desaparezca del mercado, no sólo hay que evitar que se produzca, sino convencer a los consumidores para que no lo consuman y esto es lo más difícil.
Por supuesto, se advierte la necesidad de una cultura que tenga un gran respeto hacia los demás y que erradique toda forma de violencia que, en definitiva, termina actuando también contra las mujeres. Pero específicamente ¿cómo promover una cultura respetuosa de lo femenino, capaz de erradicar todo vestigio y manifestación de machismo?
Yo diría promover la cultura de la igualdad y de la diversidad, porque creo que “lo femenino”, así como “lo masculino” son construcciones culturales y por lo tanto variables. Pero el respeto por la igualdad y por la diversidad forma parte de una convivencia pacífica y deberían transmitirse en todos los ámbitos. Esto implica generar transformaciones profundas en la manera de relacionarnos, de comunicarnos, de educar, etc. Aunque se están generando cambios en este sentido, todavía se educa de distinta manera a los niños y a las niñas, se les atribuye roles y estereotipos desde pequeños que se aprenden como “naturales”. Por ejemplo, se sigue culpabilizando a las mujeres por “no cumplir” con esos roles adecuadamente. Se dice: “es una mala madre porque trabaja muchas horas fuera de la casa”, en cambio, el hombre que trabaja muchas horas es un buen padre. O se reproducen dichos que generalizan, tales como: “Los hombres saben gobernar mejor”, “las mujeres en el poder hacen desastres”… Estas situaciones están mucho más cuestionadas que hace unos años, se hablan más, se visibilizan más, sobre todo a partir del movimiento “Ni una menos” se ha ido generando una mayor conciencia social del impacto de las acciones y discursos del sentido común en la reproducción del machismo, pero no por eso debemos pensar que ya todo cambió. El machismo cotidiano sigue presente en la calle, en el barrio, en la televisión, en las redes sociales, en la cancha de fútbol y escenarios deportivos, y constituye el caldo de cultivo de la violencia de género.
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