Dos atentados durante las misas del domingo de Ramos han provocado 44 muertos, más de un centenar de heridos y mucho temor en la minoría cristiana de este país. En tres semanas el Papa Francisco visitará el país.
Para el Isis la vida de cualquiera no tiene mucha importancia. La facilidad con la que este grupo criminal juega con la muerte debería poner en alerta a todos los países, incluyendo en modo especial a los Estados Unidos, acerca de la necesidad de neutralizar este grupo carnicero dispuesto a utilizar cualquier método para alcanzar el poder.
Los atentados perpetrados este fin de semana en Egipto hablan de ello. En dos atentados contra la milenaria comunidad cristiano copta, los asesinos han provocado 44 muertos y cientos de heridos en Alejandriai y Tanta, en el norte del país. El escenario fueron las concurridas misas del domingo de Ramos que abre las celebraciones de la Semana Santa en toda la cristiandad.
Los coptos representan el 10% de la población egipcia, que ha superado los 128 millones. Es la más numerosa minoría cristiana en Oriente Medio y entre las más antiguas. Oficialmente protegidos por el Estado, los cristianos de Egipto son, en cambio, tradicionalmente discriminados por la enorme mayoría islámica. Con avances y retrocesos, sin embargo, se ha logrado una convivencia aceptable y lazos profundos. Desde el crecimiento de la fuerza de los Hermanos Musulmanes, que en el norte de África han expandido su poder gracias a la llamada “primavera árabe”, hubo en Egipto una serie de ataque contra sus Iglesias que movió a los propios ciudadanos islámicos a protegerlas con cadenas humanas.
Este ataque se verifica tres semanas antes de la visita del papa Francisco a Egipto, oportunidad en la que su agenda prevé contactos con el presidente Abdelfatá Al Sisi, con el Papa copto Tawadros II, la pequeña comunidad de los coptos católicos (son 150.000) y, por sobre todo, con los dirigentes del prestigioso centro islámico de Al Azhar con el que se están tejiendo un fructífero diálogo interreligioso, en el que se pone de relieve la importancia de una convivencia pacífica y fraterna entre cristianos y musulmanes.
Y es muy probable que el objetivo principal del Isis al reivindicar el atentado sea precisamente el de crear un clima irrespirable y castigar a los coptos acusados de apoyar el actual presidente Al Sisi. En 2013, bajo el impulso de la así llamada primavera árabe que había derrocado al presidente Hosni Mubarak, en el poder desde 1981, las elecciones llevaron a la presidencia al presidente Mohamed Morsi, un dirigente de los Hermanos Musulmanes. Al Sisi, un militar, protagonizó un golpe de Estado que quiso evitar una radicalización del país en el plano religioso. Los cristianos fueron acusados de apoyar a Al Sisi y unas 40 iglesias fueron atacadas y muchas destruidas por fanáticos.
Ante los atentados de este fin de semana las autoridades egipcias han declarado tres meses de estado de emergencia. Vigilarán objetivos potenciales, civiles y religiosos. Pero el tema es bastante más profundo y no lo podrán resolver miles de militares en las calles.
Tanto Al Sisi, actualmente aliado de Siria en su lucha contra los islamistas que la han invadido y atacado, como el diálogo islamo-cristiano, por tanto, también el papa Francisco y los líderes islámicos abiertos al diálogo son una piedra en el zapato. Es lo último que el Isis y bandas de este tipo desean, pues sembrando el terror podrán aplicar su islamismo fanático tras el cual se escudan también mercenarios sin ninguna religión definida. Es lo que deberían comprender los gobiernos de Occidente, concretamente Estados Unidos, Francia y Reino Unido, que en la región persiguen sus propios objetivos geopolíticos, que no responden ni a un plan de paz ni de convivencia entre pueblos y religiones, sino a intereses creados. Si efectivamente quisieran la paz, estos gobiernos estarían cooperando con la Santa Sede y los influyentes líderes religiosos de estos pueblos. Y no con grupos que se vinculan con Al Qaeda. Absurda paradoja de una errada lectura de la realidad de Medio Oriente.
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