
En la Casa de Ejercicios Espirituales Mama Antula, en Buenos Aires, e llevó a cabo del 2 al 4 de junio el Encuentro Nacional de Sacerdotes de las Villas y Barrios Populares de la Familia Grande del Hogar de Cristo.
Durante tres días, los curas compartieron espacios de oración, reflexión y recreación, en un clima de fraternidad y hondura pastoral, renovando el compromiso de ser “pastores con olor a oveja” que caminan junto al pueblo y desde el pueblo.
El encuentro comenzó con una memoria agradecida del magisterio del papa Francisco, repasando sus gestos, palabras y decisiones que, desde las periferias, siguen marcando el rumbo de una Iglesia samaritana. Se revivieron momentos significativos de su servicio como pastor de Buenos Aires y luego como Papa, conmovidos por su insistencia en “una Iglesia que no sea una capillita de selectos, sino la casa de todos”, como expresó en su diálogo con Antonio Spadaro. En esa misma línea, se reflexionó sobre el “sentir con la Iglesia” como actitud de comunión concreta, arraigada en la vida del pueblo y sostenida por el Espíritu.

Uno de los ejes más resonantes fue la reflexión sobre “la fuerza de la piedad popular en nuestros barrios”. A la luz del Documento de Aparecida y Evangelii Gaudium, se redescubrió la sabiduría espiritual que brota de los gestos sencillos de fe.
Durante la segunda jornada se destacó la importancia de los centros barriales como espacios comunitarios donde se encarna una pastoral de la ternura, no centrada en el diagnóstico sino en el encuentro.
Luego, en grupos por regiones pastorales, se compartieron las realidades de los distintos dispositivos del Hogar de Cristo en cada diócesis. La red, diversa y extendida, muestra la vitalidad de una Iglesia que acompaña procesos, cuida vínculos y sostiene la vida cuando más frágil se vuelve. Allí, en la periferia, los sacerdotes perciben con claridad que “Dios se encuentra en el tiempo, en los procesos en curso”.

En la tercera jornada, los curas leyeron y rezaron juntos la carta del papa Francisco en el 160º aniversario de la muerte del Cura de Ars. En ella, el Santo Padre agradece la fidelidad silenciosa de quienes “dejan todo en la trinchera” sin hacer ruido, y alienta a volver una y otra vez al “punto incandescente” de la vocación. “Gracias por luchar para que el corazón no se vuelva estrecho ni amargo”, escribe Francisco, “y por buscar fortalecer los vínculos con el pueblo, con el presbiterio, con el obispo”.
La misa de ese día fue presidida por Mons. Oscar Ojea, quien recordó cómo veía al papa Francisco más alegre los miércoles y domingos, porque eran los días en que más compartía con la gente. Animó a los sacerdotes a estar en medio del pueblo, con creatividad pastoral, “descendiendo a la noche del otro sin perderse”, como dice el Papa en su carta a los sacerdotes. Esa cercanía, esa decisión de no rodear al caído como el levita, sino de detenerse como el samaritano, define el corazón pastoral que el Hogar de Cristo quiere cuidar.
El encuentro culminó con una misa en la Parroquia Cristo Obrero, junto a la tumba del Padre Carlos Mugica, donde los sacerdotes renovaron su compromiso de vida pastoral en las villas y barrios populares. En ese lugar de memoria viva, donde tantos siguen entregando la vida al estilo de Jesús, los curas reafirmaron su vocación de estar con el pueblo, de dejarse evangelizar por él, y de anunciar con obras que “nadie se salva solo”. Como les escribió Francisco: “Nuestro tiempo, marcado por viejas y nuevas heridas, necesita que seamos artesanos de comunión, abiertos y confiados en la novedad que el Reino quiere suscitar hoy”. Porque allí donde hay dolor, exclusión o abandono, la Iglesia no puede ser indiferente ni distante. En cada herida acompañada, en cada comunidad abrazada, en cada gesto de ternura que nace de la fe sencilla, el Reino de Dios se hace presente. Y la Familia Grande del Hogar de Cristo quiere seguir diciendo con la vida: “Cristo vive en los barrios, y nos llama a salir a su encuentro cada día.”