Una cita imprevista que convocó a los dos principales líderes de Colombia, hoy enfrentados. Bergoglio sabe que para pacificar el país se necesita de un acuerdo nacional.
La llamada telefónica desde la Santa Sede sorprendió ayer al ex presidente Álvaro Uribe, quien dijo desconocer que había sido convocado para hoy a una reunión con el Santo Padre, a la que participaría también el presidente Juan Manuel Santos. Fue necesario que desde el Gobierno colombiano se facilitaran los trámites para conseguir un asiento y poder estar esta mañana, a las diez, en Roma.
La iniciativa del Papa apunta a los dos principales líderes colombianos: el presidente Santos, impulsor de un histórico acuerdo de paz, al que se opone la derecha que lidera Uribe, quien considera que se ha concedido demasiado a la guerrilla de las FARC. Si bien políticamente el Gobierno dispone de las herramientas legales y políticas (los votos necesarios en el Legislativo), avanzar en este proceso sin un acuerdo nacional que permita superar la actual polarización significa hacer más compleja la aplicación del acuerdo, en un país donde la violencia es algo normal. En los últimos años, cientos de líderes de la sociedad civil han sido asesinados, atacados o amenazados por grupos armados.
Previo a la reunión, el Papa recibió a Santos quien le manifestó la necesidad de ayuda de parte de la Iglesia para pacificar el país. Bergoglio, en este sentido ha ido directamente a la médula del problema. El presidente y Uribe representan las elites de poder que se enfrentan desde hace décadas, muy a menudo por encima del sentir del común de la gente. Una muestra de ello es que apenas el 32 por ciento de los colombianos concurrió a votar el pasado 2 de octubre cuando se plebiscitó el primer texto acordado con las FARC, y que no superó esa prueba.
Desde hace tiempo se advierte que la situación de Colombia depende mucho del sentido de responsabilidad de los líderes políticos, de su capacidad de mirar el bien del país más allá de la propia visión y de las diferencias ideológicas. Si habrá podido estimular esta disponibilidad, el Papa le habrá hecho un gran favor al país. Como líder de la Iglesia, sabe perfectamente que es desde los corazones que comienza la verdadera paz.
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