Tras las muerte del monje budista el pasado 22 de enero, reproducimos el texto que Santiago Candusso escribiera en la revista Ciudad Nueva de junio de 2017. Además, sumamos un poema que, en palabras del autor del texto, “es muy representativo de su manera particular de presentar la enseñanza de Buda”.
De entre las vidas que, inspiradas en el budismo, gritan vida con su testimonio, sin dudas el monje vietnamita Thich Nhat Hanh está entre las más luminosas. Se lo conoce popular y afectuosamente con el apodo de Thay, que quiere decir maestro en su lengua natal. Thich Nhat Hanh nació en 1926 en Vietnam y a sus 16 años entró en el monasterio budista Tu Hieu, de linaje zen chino vietnamita. Se destacó en estudios de budismo y fue invitado a enseñar en diversas universidades occidentales, como Princeton, Columbia y la Sorbona. Fundó en su país una universidad budista, una editorial, una revista de activismo por la paz con mucha influencia y la Escuela de Jóvenes para el Servicio Social, que llegó a contar con 10.000 participantes, y que se dedicaba a la construcción de escuelas y centros médicos en aldeas, la creación de cooperativas agrícolas, y durante la guerra, a la reconstrucción de pueblos bombardeados y la atención de familias afectadas. Se convirtió en un gran referente cultural y religioso en su país, abogando siempre por la paz.
En 1966 viajó a los Estados Unidos para ganar voluntades hacia un cese del fuego y una salida negociada en el conflicto de Vietnam. En medio de una agenda intensa conoció, entre otros, a Thomas Merton y Martin Luther King Jr. Ellos también, otros que encarnaron vidas que gritan… Merton, monje trapense, ya estaba consolidado como escritor, místico, maestro de oración, intelectual comprometido con su tiempo y pionero del diálogo con las sabidurías de Oriente: además de brindarle su apoyo, comentó luego que pudo reconocer inmediatamente la sabiduría de este monje budista ¡con sólo ver la manera en que abrió la puerta y entró a la sala! Martin Luther King era pastor de la iglesia bautista y dirigente por los derechos civiles de los afroamericanos, todavía no había recibido el Nobel de la Paz y su figura recién comenzaba a ganar notoriedad. Quedó conmovido por las palabras y la presencia del maestro vietnamita. Aceptó oponerse públicamente a la guerra en Vietnam, y al año siguiente postuló a Thich Nhat Hanh al Nobel de la Paz.
Continuó sus viajes predicando la no violencia. Finalmente encabezó la delegación budista en la Cumbre por la paz en París, pero luego de firmados los tratados de paz se le negó el regreso al país. Como refugiado político se radica en Francia y en 1971 forma una pequeña comunidad al sur de París, dedicándose a un estilo de vida semi monacal, de lecturas, estudio, escritura, práctica meditativa, contacto y cultivo de la naturaleza, donde recibía visitas. Sólo aceptó salir para algún servicio de mediación internacional y dar conferencias.
En 1982 funda, junto a Chan Khang, monja de su mismo linaje, un centro comunitario de retiro, formación y residencia al sur de Francia. Toma nuevo impulso la “Orden o Comunidad del Interser” (fundada en Vietnam antes de su exilio), una familia espiritual formada por monjes y por laicos de ambos sexos. En pocos años se transforma en uno de los centros budistas más importantes de Europa, se fundan nuevos centros en otras partes del mundo y se generan diversos proyectos, como por ejemplo programas de formación para jóvenes y niños. La actividad de estos centros se concentra en la práctica de la “atención plena”, alrededor de la cual se transmiten las enseñanzas budistas. Cuentan con un núcleo de residentes permanentes que conforman una comunidad monacal, residentes temporales y visitantes ocasionales.
La enseñanza fundamental de Thich Nhat Hanh es que esta atención despierta puede ejercitarse, y que en ella misma encontramos también, sorprendentemente, la orientación y la fuerza para nuestro obrar. Confluyen en su enseñanza comentarios a elevados textos de sabiduría budista e indicaciones de cómo lavar los platos, técnicas de meditación e iniciativas de intervención pública por la paz y la justicia.
Una vida y un legado inmenso al servicio de la vida, el diálogo y el amor, que vale la pena conocer y agradecer.
Por Santiago Candusso
Descargá la edición completa de la revista Ciudad Nueva Nº 587
POEMA
Llámame por mis verdaderos nombres
No digan que partiré mañana
porque todavía estoy llegando.
Miren profundamente: estoy llegando a cada instante
para ser brote de primavera en una rama,
para ser pajarillo de alas aún frágiles
que aprendo a cantar en mi nuevo nido,
para ser mariposa en el corazón de una flor,
para ser joya oculta en una piedra.
Aún estoy llegando para reír y llorar,
para temer y esperar.
El ritmo de mi corazón es el nacimiento y la muerte
de todo lo que vive.
Soy un insecto en metamorfosea
en la superficie del rio.
Soy el pájaro
que se precipita a tragarlo.
Soy una rana que nada feliz
en las aguas claras de un estanque.
Soy la serpiente acuática
que sigilosamente se alimenta de la rana.
Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,
con piernas tan delgadas como cañas de bambú.
Soy el comerciante de armas
que vende armas letales a Uganda.
Soy la niña de doce años,
refugiada en una pequeña embarcación,
que se arroja al océano
tras haber sido violada por un pirata.
Y soy el pirata, cuyo corazón es aún incapaz
de ver y de amar.
Soy el miembro del Poliburó
con todo el poder en mis manos.
Y soy el hombre que ha pagado
su «deuda de sangre» a mi pueblo,
muriendo lentamente en un campo de concentración.
Mi alegría es como la primavera, tan cálida
que hace florecer las flores de la Tierra entera.
Mi dolor es como un río de lágrimas,
tan vasto que llena los cuatro océanos.
Llámenme por mis verdaderos nombres, para poder oír al mismo tiempo mis llantos y mis risas,
para poder ver que mi dolor y mi alegría son la misma cosa.
Llámenme por mis verdaderos nombres, se los ruego,
para poder despertar
y que la puerta de mi corazón
pueda quedar abierta,
la puerta de la compasión.