Tras las huellas de Chiara.
En la experiencia mística de Chiara Lubich podrían vislumbrarse dos grandes pilares, Jesús Abandonado y el Misterio de Dios Trino. Dos misterios de Amor íntimamente relacionados. Ese Amor Lubich lo percibió también en la naturaleza que, creada por Dios lleva impresa su «ritmo», un «ritmo» trinitario que presenta como característica central la relacionalidad; toda la naturaleza está íntimamente y armoniosamente relacionada, su vida intrínseca es Amor relacional. Pero no solo, también Jesús Abandonado, Misterio de amor y dolor se hace presente, en el invierno, en el otoño, en la poda, en la semilla que da la vida, pero también estas etapas de la naturaleza encuentran su verdadero sentido en la relación. Así lo explica Chiara respondiendo a la siguiente pregunta:
“Tengo un amor particular a la naturaleza y tantas veces me he preguntado cómo debe ser mi relación con la naturaleza, para que no sea una relación sentimental, sino una relación como Dios la quiere. ¿Puedes decirnos algo sobre tu relación con la naturaleza?”
“En mi vida espiritual he tenido distintos momentos en los cuales el Señor me ha hecho sentir más este aspecto de la vida, el contacto con la naturaleza. Pero ha sido un encuentro con la naturaleza un poco particular; podría contarte varios episodios.
En estos episodios, lo que el Señor me ha hecho ver en la naturaleza, no era tanto la naturaleza, como primera cosa, cuanto a Dios que sostenía la naturaleza, Dios que mantiene viva la naturaleza, Dios que está bajo ella, que da a la naturaleza la belleza de las bellezas, es decir, la armonía, la unidad entre todas las cosas que están en la naturaleza. Porque he visto que todas las cosas de la naturaleza están vinculadas entre sí con un hilo de oro, con armonía, con unidad. Cuando el río va hacia el mar, va al mar por amor, no por casualidad. Cuando una flor florece, florece por amor, no por casualidad. Así, cuando el otoño llega y caen las hojas, no es que caen por casualidad, sino por amor, por ese amor que se asemeja a Jesús Abandonado es que caen las hojas. Toda la naturaleza está sostenida por el Evangelio, está totalmente sostenida por Dios. (…)
Habiendo captado esto, la naturaleza ha adquirido un valor enorme: la dignidad de una hija de Dios. Y ya no es solo ella, el pequeño hilo de hierba o la florcilla…, es necesario estar atentos cuando los tocamos, es preciso estar atentos cuando los miramos, verlo todo como criaturas del mismo Creador, de Aquel que nos ha creado también a nosotros. Por lo tanto, ningún miedo a mirar la naturaleza. Si tú la miras separada del propio Creador, entonces la miras sentimentalmente; si tú la miras como hija de Aquel que te ha creado, la miras de modo sobrenatural, y puedes mirarla cuanto quieras, y te llevará cada vez más cerca de Dios1.”
Artículo publicado en la edición Nº 638 de la revista Ciudad Nueva.