Comunicarnos desde las emociones

Comunicarnos desde las emociones

Aprender a manejar este lenguaje posibilitará vivir de manera más armoniosa.

Vivimos en un momento en el cual muchas situaciones nos despiertan estrés cotidianamente. Conflictos interpersonales que nos suceden o que ocurren a nuestro alrededor, noticias, dificultades en el hogar, condicionamientos externos que nos hacen sentir que siempre falta o necesitamos algo más, etc. Esto no se limita a una edad, sino que lo experimentamos en cualquier etapa de la vida en la que estemos.

Muchos de estos hechos despiertan en nosotros emociones diversas, las cuales tapamos para seguir adelante porque no sabemos qué hacer con ellas y nos incomodan. Está demostrado que hacer esto impacta en nuestro bienestar físico y emocional. Varios estudios muestran cómo una persona expuesta a un estrés frecuente puede encontrar disminuidas sus respuestas inmunológicas, es decir, su sistema de defensa.

Quisiera proponerles conocernos más a través de entender las emociones que experimentamos para, desde allí, poder gestionarlas de manera diferente.

Hay muchas definiciones de emoción, pero hago referencia aquí a la emoción vista desde una perspectiva biológica, como un impulso que nos invita a movernos, como una respuesta adaptativa subjetiva que conduce a cambios fisiológicos; dicho de otro modo, como una respuesta que intenta que nos adaptemos frente a un estrés percibido, buscando siempre como fin nuestra supervivencia.

Comparto lo que Paul Ekman nos dice al referirse a las emociones: “Provocan cambios en determinadas partes del cerebro que nos incitan a que nos ocupemos de lo que haya desencadenado la emoción, y cambios en el sistema nervioso autónomo, que regula el ritmo cardíaco, la respiración, la sudoración y otras muchas funciones corporales, preparándonos para distintas acciones. Las emociones también envían señales externas, cambios de expresión, rostro, voz y postura corporal. Dichos cambios no los elegimos; simplemente, ocurren”.

Veamos el sentido de las principales emociones básicas (así llamadas por ser universales):

– El miedo nos prepara para enfrentar un peligro, sea dándonos recursos para huir, enfrentarlo o quedarnos inmóviles.

– La bronca nos trae la energía suficiente para defendernos de un enemigo, nos prepara para luchar.

– La tristeza nos quita energías para invitarnos a una reintegración personal o a no volver a cometer un error.

– El asco nos avisa de un posible agente dañino al provocarnos su rechazo.

– Y, por último, y la más deseada, la alegría, que funciona como recompensa ante situaciones beneficiosas con el fin de que las repitamos en un futuro. Experimentarla tiene efectos sobre nuestra conducta social ya que nos hace más generosos y abiertos a las relaciones.

Lo importante que hoy quiero destacar es que ellas son una gran fuente de conocimiento propio y que aprender a comunicarnos en este lenguaje posibilitará vivir de manera más armoniosa.

Cuando se dispara una emoción me está informando algo sobre mí. Si estoy ante una situación o pensamiento que siento que altera mi estado de equilibrio, debo detenerme, observar los signos físicos que se manifiestan y ponerle nombre a esa sensación. Puedo preguntarme: ¿Qué siento realmente? ¿Es bronca, miedo, angustia, asco? Si es alegría, claramente estamos más preparados para reconocerla.

Imaginemos, en un día normal, todas las circunstancias que pueden disparar emociones: me puede dar bronca encontrar en el trabajo cosas fuera de su lugar, puede ser que me entristezca al enterarme de que un pariente se enfermó, puedo ver en televisión imágenes que me generen asco, puede darme miedo que mi hijo salga con el auto y así sucesivamente. Identificar la emoción es el primer paso para poder gestionarla.

El segundo paso es el de expresarla. Busquemos si es posible decir lo que estamos sintiendo. Si no es posible en ese contexto, esperemos el momento y la persona adecuados para compartir nuestro estado. Hay que poder decir las emociones y hacer silencio para dar espacio a que los otros también las expresen. Ya sea un niño o un adulto, todos podemos decirle a otro: “sabés que hoy tengo miedo porque…”, “me da bronca cuando…”, “te cuento que hoy estoy triste…”.

Al hacer esto, estaremos dando salida a parte de la energía que esa emoción produjo. Compartir nuestros estados emocionales es parte del aprendizaje que estamos llamados a hacer en conjunto, como sociedad, para avanzar en el bienestar común. Ello nos permitirá ser empáticos unos con otros, es decir, entendernos y comprendernos. Si desarrolláramos este nivel de empatía, si nos habituáramos a ver las cosas también desde donde las ve el otro, evitaríamos muchos conflictos interpersonales y nuestros ambientes se volverían más saludables.

Cuando descubramos qué cosas despiertan nuestras emociones, tratemos de indagar en nuestro pasado familiar para descubrir quiénes antes de nosotros (abuelos, padres) han experimentado situaciones de ese estilo. Como sabemos, cada uno de nosotros trae en sí información de toda su familia, también de su cultura y de la propia especie. Ella me hace interpretar el mundo de una manera particular y guía mis conductas. Al entender el contexto donde surgieron esas respuestas, podemos avanzar reescribiendo nuestra historia, generando en el presente conductas diferentes.

Como próximo paso en la gestión de las emociones, preguntémonos qué podríamos hacer diferente en una situación similar en el futuro. Por ejemplo, si siento miedo al expresarme frente a otros, puedo preguntarme qué debería desarrollar para vivirlo de modo diverso en adelante. El miedo me está motivando a buscar cambios en mí, me está invitando a buscar recursos nuevos para que en el futuro eso no se manifieste con tanto estrés.

Seremos modelo de la gestión emocional para los niños y adolescentes, sean nuestros hijos, alumnos u otros. Si ellos ven que podemos comunicar lo que sentimos, que expresamos nuestras emociones, que buscamos recursos para cambiar y sentirnos mejor, lo aprenderán y lo integrarán a en vidas.

La vida es dinámica, un momento no es igual al siguiente. Así sucede con nuestro mundo, cambia permanentemente. Seamos protagonistas de un cambio para bien, no nos detengamos frente a las dificultades, como hoy puede serlo esta pandemia; seamos constructores de un futuro mejor dando los pasos necesarios en el desarrollo de la inteligencia emocional.

Artículo publicado en la edición Nº 629 de la revista Ciudad Nueva.

1. Ekman, P. (2017). El rostro de las emociones. Barcelona: RBA libros, p. 35.

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