Lo inmanente y lo trascendente. Dos “realidades” de la persona humana, tan vastas y diversas, ocupan establecimientos educativos separados, atañen a situaciones de vida que buscan diferenciarse, pero pertenecen al mismo sujeto.
Intentaré presentar, después de algunas precisiones, los nudos conflictivos de “encuentros y prejuicios” entre estas dos realidades que atañen a la persona. De la psicología podríamos tomar su nacimiento como ciencia en 1879 con la fundación del primer laboratorio experimental del área, por W. Wundt. No obstante su historia reciente, tiene un largo pasado. Desde hace muchos siglos filósofos y teólogos incursionaban en ella. Luchó por ser aceptada en la “comunidad científica”, logro obtenido no obstante la calificación del conocido epistemólogo Mario Bunge (fallecido en 2020): “En las facultades de psicología, lo que se enseña es brujería”. Después nacieron muchas escuelas, pero más allá de estas, todos tenemos una “psiquis” y la tarea de lidiar con ella.
Si habitualmente en la psicología prevalece la inmanencia como punto de referencia, la fe (cristiana) tiene en la trascendencia su fundamento. “Yo no creo en los ‘curas’” me decía un joven. ¡Cierto! Teológicamente esto no tiene sustento (a lo sumo si con significado moral), ya que el único objeto de la fe es Dios. Tiene en Él su única fuente, aparece como realidad inédita con Jesucristo, no puede estar en contradicción con la ciencia y a la vez es respuesta del hombre como posibilidad, ya que el “deseo de Dios” está inscrito en su corazón (1). No debe confundirse con las creencias (religiosas), aunque puede generarlas; estas son como “sistemas de referencia parcialmente controlables, totalizadoras, científicamente inasequibles” (lo que no implica falsedad) (2). La fe tiene implicación personal, alberga la relación entre Dios y el hombre, bilateral, reconocida, aceptada y deseada. Dios es reconocido de un modo real e inmediato, pero no objetivable. Las creencias retienen y fijan culturalmente; la fe interpela. Es la que da respuesta al sentido de la vida, su dirección y finalidad. La psicología libra de los condicionamientos, la fe propone qué hacer con la libertad obtenida. Implica adhesión intencional (del interlocutor y su contenido), asunción afectiva (integración teologal) y radicación existencial (es totalizante).
Críticas recíprocas y acercamiento mutuo
Hasta aquí, todo parece bien: dos realidades diferentes, con finalidad, objeto y método propio, que podrían convivir en la misma experiencia humana sin mayores sobresaltos. Pero desde la aparición del psicoanálisis, los vínculos entre psicología y fe (particularmente en la configuración religiosa que tenemos de ella) se tornaron problemáticos. Fuertes críticas recíprocas, recelos, descalificaciones, que continúan hasta el día de hoy. Ciertamente mucho se ha conciliado y esclarecido, firmes creyentes acuden sin prurito a la terapia del diván y prestigiosos psicoanalistas profesan la fe de algún modo explícito. Sin embargo el recelo continúa, la falta de formación, mutuo conocimiento y experiencia no ayudan aún a tener una convivencia fructuosa.
Freud desencadenó un torbellino para la época (que sumó la suya a las llamadas “heridas narcisistas” de la humanidad: el inconsciente, el hombre no es tan dueño y libre de sus actos; Galileo: no somos el centro del cosmos; Darwin: estamos más emparentados de lo que parecía con los animales). Freud se apoya en la tesis de que la cultura impone al hombre la renuncia pulsional, de manera intolerable en muchos casos. La religión, dentro de la cultura, sigue el curso de nuestros deseos, a través de la ilusión que nos salva de la “indefensión”, nos reconcilia con la crueldad del destino y nos compensa frente a las privaciones impuestas por la civilización; predice un nuevo estadio de la humanidad, donde el control del mundo pulsional deberá lograrse a través del advenimiento de la razón y de la ciencia para “abandonar el cielo a los gorriones y los ángeles”. El tema religioso casi transversaliza gran parte de sus obras –muchos escritos dedicados en exclusiva– pero hay uno (El porvenir de una ilusión) que al ser leído por un gran amigo suyo produjo un punto de unidad y encuentro, solo como semilla, que dio el puntapié necesario para el (¿reencuentro?) acercamiento entre psicología y fe.
Se trata del pastor luterano Oskar Pfister, de Zúrich, entrañable amigo de Freud, quien después de leer la citada publicación escribe La ilusión de un porvenir, enviándole e con carta adjunta: “Si tengo en cuenta que usted es mucho mejor y más profundo que su ateísmo, y yo peor y más superficial que mi fe, no tiene por qué interponerse un abismo tan tremendo…”, “Este mundo sin templos, sin arte, sin poesía, sin religión es a mi modo de ver una isla del demonio”. Muy crítico de esta disciplina, veía al mismo tiempo una gran posibilidad para superar esa incapacidad de la vieja teología, abstracta y escolástica, para responder a las angustias del hombre moderno. Poco después Pfister, buscador de concordia e ingenuo, se hace presente en la casa de Freud, ateo y pesimista radical. Nunca pudieron conciliar las diferencias, pero la amistad siguió de por vida. Este encuentro se puede considerar como el primero entre fe y psicoanálisis, una historia que continúa (3).
El psicoanálisis suscitaba tanto adhesión apasionada, como el rechazo más radical. A modo de ejemplo de todo lo dicho, vale mencionar el tema aplicado a la formación inicial del ministerio ordenado (seminarios, noviciados, etc.). En este contexto el Magisterio de la Iglesia (católica) no dejó de indicar (a partir del Concilio Vaticano II) su incorporación a los planes de estudio. Pero se tomó su tiempo (a modo de prudente prueba) en incluir esta disciplina en el discernimiento vocacional. Cierto que no sin razones. En torno al Concilio hubo experiencias muy erráticas y con tristes consecuencias. Entre los varios casos está la experiencia de psicoanálisis grupal introducido en la comunidad benedictina de Santa María de la Resurrección (Cuernavaca, México, años sesenta). Allí, la ingenuidad, baja preparación y errores graves en la aplicación del método analítico trajeron en consecuencia la “fuga” de la totalidad de los miembros, con el desánimo y quiebre de sus vidas, también como laicos4. Es así que solo recién en 2008, la Congregación de Educación Católica emite un documento al respecto: “Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y formación de los candidatos al sacerdocio”. Allí se pone énfasis en que la vocación es un don de Dios y escapa a la estricta competencia de la psicología; es aplicable para casos de particular dificultad; se custodia la intimidad de la persona humana; se la incorpora reconociendo que en la interioridad, no solo actúa la gracia divina sino también, en interjuego, los procesos psicodinámicos y sistémicos.
Núcleos de encuentro
Al inicio se mencionó el relieve hacia la inmanencia y la trascendencia en la psicología y la fe, pero ya que ambas se cristalizan en el mismo sujeto creyente debemos tener núcleos de encuentro dinámico y totalizante. De hecho, desde su gestación la persona es un ser “en proyecto”, hacia una realización, en el mismo camino sale a su encuentro la fe, que desde lo divino se le convoca a una realización plena. Son planos de vida convergentes, pero que desde nuestros limitados recursos nos desafían a dar “saltos en la fe”.
En esta línea, la fundadora de los Focolares, Chiara Lubich, presenta un estilo de propuesta superadora de todo dualismo. Es el camino de unidad, con el desarrollo integral de la persona; con lúcidos “tips” de espiritualidad que tocan nuestra humanidad, donde después de dejarlo todo se reencuentra en un nuevo proyecto, que se siente propio, aunque forjado por Dios; liberando de la trampa de la autoafirmación y el narcicismo.
Distintas corrientes en psicología se han centrado en el Yo, dejándolo atrapado entre el oleaje pulsional y el asedio de las estructuras normativas internalizadas; entre la realización de los deseos y el límite impuesto por el vínculo social, que genera infinidad de mecanismos de defensa. Esto es un poco lo que somos.
Sin embargo, hay otra mirada. Chiara parte de Jesús en el abandono de la cruz, donde nada de lo humano es ajeno, y entregado se hace vida plena. Él es nuestra medida, la convergencia de lo humano y divino, seguirlo nos libra de condicionamientos, es renuncia para un reencuentro.
Gastamos muchas energías en descifrar el proyecto que pensamos debemos ser. Chiara nos muestra que la clave es el amor que, puesto en práctica, hasta en sus mínimas dosis, actúa sanando, deconstruyendo, creando, abre camino a la alteridad, a la comunión. Nos hace ver cómo nuestra máxima realización personal coincide con la máxima afirmación de los demás, librándonos del aislamiento y de la simple “cosmética” relacional. Es el núcleo del proyecto que Jesús dona a nuestra humanidad.
Artículo publicado en la edición Nº 629 de la revista Ciudad Nueva.
1. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 27, 153, 159
2. Cencillo L. (1997). Psicología de la fe. Salamanca: Sígueme.
3. Morano, C. D. Apertura del año académico. Facultad de Teología, Granada, 2000.
4. Ver Revista Cultura y representaciones sociales, N° 22, México, 2017.
Me mueve decir muchas cosas que llevo dentro, largo, complejo y siempre sin “toda” la verdad que ello trae.
Soy Medico Gral y Médico Homeópata. Como Gral quiero decir que entiendo que la psicología ocupa en la atención diaria, lo que la neurología no hace. O sea, es una especialidad más del ser humano, que los laboratorios la tomaron, fabrican remedios y generan una nueva especialidad que es la psiquiatría. Calzó justo en el capitalismo.
Como Homeópata puedo decir que lo que no saben los psicólogos, es que el ser humano tiene una condición propia que sufre. Y que viene con el ser humano desde su concepción, y que lo condiciona en su relación consigomismo, con los otros y con las circunstancias de la vida. Y que reacciona ante el sufrimiento/ansiedad que ello produce, como puede. Y que cada personalidad responde en su forma. Ello lleva a que sepamos que un remedio, que reproduce una personalidad, cura, “cura”, a la persona con esa personalidad en cuestión.
Lo que no sabe la Iglesia, es esto que digo para la homeopatía, y que nos es más en términos teológicos, que la “marca” que el pecado original nos puso. O sea, ¿en qué consiste el pecado original?, en que estamos condicionados por una forma de ser desde nuestra concepción. Y nos defendemos como podemos con lo que tenemos.
Y acá está la crisis de la humanidad, siempre a mi modo de ver. La Iglesia lo único que le aporta al ser humano hoy, es Catecismo y Etica Moral. Y los problemas del ser humano son concretos. Entonces, si desde la religión, no se entiende al ser humano en su escencia y se le aporta alguna solución que no sea la confesión, la culpa del mal hecho, y la penitencia supuestamente restaurativa, hechos por demás obvios, que no solucionan nada.
Entonces surge la psicología, que mal que nos parezca, algo ha ayudado a la humanidad a transitar la vida, con algo más de felicidad. La religión no es hoy razón de felicidad. ¿Entonces?
La respuesta es entre todos. Y es, creo, la discución que tenemos que darle a la gente. Es Amar el dolor humano actual, profundo, sincero, que no encuentra respuestas en lo teórico, necesita concreción. La escucha activa (por cualquier persona a cualquier persona), de por sí es terapéutica. La homeopatía cuando encontramos “el ” tratamiento, pero no es lo único.
Pienso que la religión tiene abrirse definitivamente a la imperfección del ser humano, y amarlo y sufrir con él, y digo la religión, no los consagrados solamente.
La discusión sigue…..y sigue…..pero yo, la dejo acá. Saludos a todxs