“Pasión por la Iglesia”

“Pasión por la Iglesia”

Perfil eclesial del carisma de Chiara Lubich – El aspecto “mariano” y la “unidad”, dos aportes fundamentales.

Los carismas cristianos nacen al servicio de la comunidad en el sentido amplio de la palabra. De hecho, todas las grandes espiritualidades a través de los siglos han tenido un influjo no solo religioso sino cultural y social.

Se me pide comentar la relevancia de la dimensión eclesial del carisma de esa gran mística de nuestro tiempo que fue Chiara Lubich.

¿Qué tipo de Iglesia?

Dado el espacio de que disponemos, he optado por mencionar dos aspectos determinantes. Partiendo del nombre “oficial” del Movimiento de los focolares: Obra de María. He ahí un dato fundamental, su perfil netamente “mariano”, en el sentido de la afirmación de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI asumida por el Catecismo de la Iglesia Católica: el hecho de que la dimensión mariana precede y es aún más originaria y fundamental que la dimensión petrina.

El aspecto “petrino” hace referencia al carisma de autoridad que se reconoce en la Iglesia católica al Papa y a los obispos. ¿En qué consiste la dimensión “mariana”? Se trata de encarnar las actitudes típicas de María que hacen posible una plena vivencia cristiana.

Por ejemplo el “aspecto femenino” al cual todos estamos llamados: ser más que aparecer, saber hacer silencio para escuchar personas y acontecimientos, acoger lo positivo de los demás y promoverlo, aprender a cubrir con misericordia los límites ajenos (y propios) tendiendo a unir más allá de las diferencias, ser sensibles al don de la sabiduría para comprender y “conservar en el corazón” una visión de la realidad desde el proyecto de Dios, no quedarse en un frío racionalizar sino hablar desde una auténtica experiencia de vida, la sincera humildad que ofrece espacio, que sabe ser “vacío de amor” para poner de relieve la luz venga de donde venga (toda palabra justa, la diga quien la dijera, viene del Espíritu Santo, decía santo Tomás de Aquino), con una actitud materna (y por lo tanto sin abandonar a nadie) no solo “elevar a los humildes y colmar de bienes a los hambrientos” sino escuchar y hacer participar de modo privilegiado en nuestras comunidades y en la sociedad a los pobres y oprimidos, creciendo en perseverancia y paciencia histórica para esperar que maduren los tiempos y las personas.

La centralidad de tales actitudes tiene una importancia decisiva para construir una Iglesia creíble y atrayente. Son todas características de tipo relacional, que muestran que el amor es el corazón del cristianismo: todo el resto, ritos, ministerios, sacramentos, pasarán porque no existirán en el “cielo nuevo y tierra nueva” que esperamos (2 Ped 3, 13); lo que “no pasará jamás” (1 Cor 13, 8) es el amor como lo vivió y enseñó Jesús, que constituye “la” novedad de su mensaje.

Esto nos introduce en otra característica, bastante inédita, que pone de relieve el carisma de la unidad.

¿Cuál unidad?

El Vaticano II actualizó aspectos esenciales de la Iglesia no siempre tenidos en cuenta con la misma intensidad. Señalamos uno en especial, que no suele ser comprendido en su inmensa dimensión, típico del carisma de Chiara: el Concilio se refirió reiteradamente a la Iglesia como imagen de la Trinidad. ¿Qué significa?

Justamente porque Dios es Amor, es sensato afirmar que es Uno y Trino, en el sentido que en él se encuentra al mismo tiempo unidad y distinción. Porque el verdadero amor no puede ser solitario y narcisista, sino constitucionalmente exige diversidad, relación, altruismo, donación, reciprocidad, una socialidad que genere personalización, una comunión que promueva la identidad propia de cada uno de los interlocutores, la apertura a un “tercero” que proteja del peligro de una cerrazón egoísta, etc.

Jesús vino entre nosotros para hacernos participar de esa vida divina, con todas sus consecuencias. Chiara Lubich lo comprendió, anticipando los tiempos, a nivel contemplativo y experiencial, y luego sus intuiciones se han ido explicitando en la “escuela” de pensamiento y en las realizaciones, embrionarias pero concretas y significativas, de quienes la han seguido.

Por eso ha sido natural que haya concebido la Iglesia y la Obra que de ella iba naciendo como atenta a todos los diálogos: dentro de la Iglesia católica, con todos los cristianos que son llamados a ser una sola cosa al estilo trinitario (“que sean uno como tú, Padre, y yo somos uno”, rogaba Jesús), con todas las religiones, con cuantos no tienen convicciones religiosas, con la cultura contemporánea en todas sus acepciones: a nivel económico, político, ecológico, sociológico, psicológico, filosófico, teológico, educativo, jurídico, artístico, urbanístico, sanitario, medios de comunicación… No podría ser de otro modo si se quiere, con las expresiones tantas veces usadas por el papa Francisco, una Iglesia “en salida”, no clerical ni autorreferencial.

No hay cosa más urgente que aprender a dialogar a 360 grados con un método de amor unitrinitario. En la misma Iglesia, sabiendo asumir su “realidad compleja”. Y al mismo tiempo en una humanidad que, aún poseyendo en su ADN una necesidad inextinguible de unidad, debe realizarla a través de valores y mediaciones que deben irse concretando, a menudo a través de enormes dificultades, en el camino de la historia.

La “pasión” por la Iglesia

Se cuenta que un periodista no entendía cómo Madre Teresa podía hablar siempre positivamente de la Iglesia; hasta que un día le preguntó expresamente: “¿Qué es lo que no va en la Iglesia, Madre?”. Su respuesta: “Dos cosas. Usted y yo”. Los fundadores y carismáticos no es que “no vean”, ven más allá. Son no solo en general pioneros, sino “visionarios”, “utópicos realistas”.

Cada vez que he escuchado a Chiara hablar de la Iglesia, no me ha cerrado los ojos para ver cuánto a mi entender se podría o debería mejorar y hacer crecer. Pero me ha dado un tono dentro, suscitando en mí lo que ella más de una vez denominó (la expresión era de Pablo VI) “pasión por la Iglesia”, una pasión que –como ella decía– contiene un amor que llama a nuevo conocimiento, y un conocimiento que llama a nuevo amor.

Artículo publicado en la edición Nº 622 de la revista Ciudad Nueva.

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