Información en las redes vs. espíritu crítico

Información en las redes vs. espíritu crítico

Democracia y comunicación – El fácil y frecuente acceso a la información no nos exime de seguir siendo analfabetos digitales. La incidencia en la vida social y política de cada ciudadano.

Una de las características de este siglo es el vertiginoso desarrollo de los medios y las tecnologías de la comunicación. Pasan por esta dimensión una gran parte de las dinámicas sociales. Al influir en nuestra vida social, la comunicación repercute también en el plano de la política y, por tanto, de la democracia.

El ciudadano de hace 100 años disponía de la prensa escrita para formar su opinión política, de algún panfleto o de la participación de alguna actividad partidaria. El intercambio de ideas y opiniones se basaba casi exclusivamente en las charlas, conversaciones con militantes u otros ciudadanos informados. Como se ve, era un abanico limitado de herramientas. Hoy podemos ingresar en la página web de la organización política con la que sintonizamos, seguir radio, tv, diarios; internet nos puede brindar un caudal inmenso sobre la trayectoria de los candidatos, los sondeos de opinión ayudan para darnos una idea de su llegada a la gente. Incluso podemos actuar por redes sociales, ser parte de un grupo de whatsapp, conocer su pensamiento sobre una cantidad de temas relevantes en tiempo real. Hasta podemos ser consultados acerca de ciertos temas o formular preguntas… Como nunca en la historia tenemos acceso a una cantidad de información y de conocimientos que se incrementa en modo exponencial.

Sin embargo, es bueno reflexionar sobre algunos puntos. El primero, básico, nos recuerda que la comunicación es sustancialmente un ida y vuelta de mensajes emitidos en modo claro y entendible, y receptado –es decir, comprendido– correctamente. Disponer de la tecnología, aunque sea la más moderna y sofisticada, de no ser que pase por una intencional y cuidadosa reflexión por parte de los usuarios, no asegura ser buenos receptores, capaces de decodificar con suficiente precisión el mensaje sin prestarle la debida atención. Muchos docentes podrán confirmar que una buena parte de los errores que cometen los alumnos en una prueba consisten en no haberse detenido suficientemente en comprender las preguntas formuladas. No detectar un “también”, un “además”, un “todavía”, un “exclusivamente” en el cuestionario hace la diferencia entre una respuesta correcta y una equivocada o incompleta.

Entonces, pese al mucho tiempo dedicado a las redes sociales, a navegar en internet y compartir los links de artículos, no es imposible creer que sigamos siendo analfabetos digitales. De hecho, tal como ayer había quien consideraba que algo era cierto porque había aparecido en la tv, hoy hay quienes creen en algo porque se ha difundido en las redes sociales o en internet. Por tanto, al enredarse en una discusión política son capaces de indicar una cantidad de artículos aparecidos en diferentes medios, a menudo sin haberlos leído y sin darse cuenta de que, por ejemplo, el título no coincide con el contenido –algo frecuente en los medios–, o incluso que los argumentos utilizados en el texto no exponen a favor de la propia postura.

Para que de verdad el acceso a tanta información y tecnología tenga un efecto positivo sobre la calidad democrática es necesario no renunciar nunca al propio sentido crítico y, además, aprender a discriminar –aunque sea a grosso modo– la paja del trigo en la selva informativa, verificar que los hechos señalados sean ciertos, contrastarlos con fuentes confiables o fidedignas…

La calidad de la democracia pasa sin duda por un correcto uso de las herramientas de la información y la comunicación. Pero en el presente como en el pasado, la actitud crítica nunca puede transformar la adhesión consciente a un proyecto político en una suerte de fe ciega, capaz de justificar lo que sea, adhiera o no a la verdad. También porque no falta quien intente manipular el espacio de la comunicación inclinando la balanza con métodos desleales.

Es el caso de poderosos software puestos al servicio de actitudes demagógicas, para dejar la impresión de que el candidato de confianza piensa como el resto de la gente y coincide con el sentir de la gran mayoría de sus partidarios. Gracias a algunos algoritmos, estos programas pueden detectar las palabras más frecuentes en millones de mensajes de las redes sociales y vincularlas con ciertos contenidos para descubrir los humores de la opinión pública. De este modo, el político inescrupuloso no dirá lo que piensa, más bien lo que la gente quiere escuchar, prescindiendo o “adaptando” sus convicciones políticas o morales. No será por tanto infrecuente que por ahí hable de utilizar armas para combatir la delincuencia, incrementando la justicia por mano propia, el gatillo fácil policial, el odio hacia los infractores más allá de cualquier otro tipo de comprensión de los fenómenos delictivos. En Italia, este software, conocido como “la bestia”, ha canalizado el miedo a los inmigrantes y la xenofobia ayudando a instalar un falso que ha generado la percepción de que los extranjeros en el país sean el triple de la cantidad real, pasando por alto que el número de italianos que emigra es similar al de las nuevas llegadas.

Esta falsa sintonía con el líder provoca una confianza total, pues “piensa como nosotros”, por lo que es posible que diga lo que diga, los que le creen asumirán eso como cierto. En la última campaña electoral brasileña –la primera en la que su ganador no ha utilizado mensajes televisivos y casi exclusivamente las redes sociales–, las huestes que se oponían al candidato del partido del ex presidente Lula hicieron circular el mensaje de rituales demoníacos realizados por la izquierda, tratando de captar el voto de los fieles de las iglesias evangelistas.

Las marcas comerciales conocen bien la incidencia del mensaje publicitario y recurren ampliamente a sus técnicas para persuadir en el consumo de sus productos. La democracia se juega también en ese espacio todavía por democratizar que es el mercado, cuya incidencia a veces es incluso superior a la de la política. En este sentido, nunca deberíamos olvidar que también cuando compramos estamos votando, por ello debemos saber decodificar los mensajes de las empresas.

Señalar los riesgos, sin embargo, no debe hacernos perder de vista el gran potencial de las tecnologías de la información y redes sociales para avanzar en la democracia. Desde poder desmenuzar un proyecto político al conocerlo en detalle, hasta la instrumentación de espacios de consulta de los votantes, favoreciendo la participación de la ciudadanía; puede habilitar espacios de verificación de lo actuado entre electores y elegidos… los ejemplos son múltiples.

Los desarrollos de estas tecnologías podrán jugar tanto a favor de la calidad democrática como permitir a los demagogos ampliar espacios de poder. Para que lo último no ocurra, es necesario educarnos a un auténtico espíritu democrático y al uso de estas tecnologías, sin caer en la ilusión de que con poco esfuerzo habremos hecho nuestro deber de ciudadanos. La democracia es un bien frágil, nunca será fácil cultivarla.

Artículo publicado en la edición Nº 617 de la revista Ciudad Nueva.

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  1. Está bueno el artículo, y abre un concepto que atravieza todo “valor” que los seres humanos tomamos. Quienes tenemos una profesión, se nos enseña a “copiar y pegar” en nuestras cabezas y hábitos, aquello que “estudiamos” sin filtrar. Si otros lo dicen con fundamentos, es así. Y así se hace. Y es muy difícil encontrar un profesional que filtre todo lo que lee y estudia. Y tenga pensamiento propio. Ya en la escuela, los niños repiten lo que el/la seño enseña. Y es así. La discución pasa por valorar la producción propia de cada individuo que es propia y única. Y que si la aporta a la comunidad donde vive, construye cultura. Entonces el conocimiento es “democrático”. Pero por ahora, es un horizonte hacia donde mirar, y construirlo diariamente.

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