La reflexión de un economista.
Hay abundante economía en la gruta de Belén. Allí está la imagen más fuerte de la “economía de la salvación”, de aquella convivencia misteriosa, divina y humana, que hizo convertirse en niño al Verbo de Dios.
Están también presentes los trabajadores (los pastores), está José, un carpintero, están los animales de la granja, que en esta economía antigua eran los primeros factores de producción. También está una joven mujer, María, que conocía de la economía del hogar y sus relaciones primarias.
En torno al pesebre se confrontan la economía del dinero y la economía del Reino, una confrontación que será constante en las enseñanzas de Jesús. Los hoteles, es decir, las empresas de Belén, no tenían lugar para ese parto. Por otro lado, una familia, quizás una persona del pueblo de Belén, encontró espacio en el único lugar que tenía disponible: un pesebre. La economía de la Navidad fue Comunión. Cierta economía no encontró espacio, porque todos los espacios ya estaban ocupados, y otra economía activó un proceso. La economía de los espacios y la economía de los procesos, la economía de Francisco y la economía de Bernardone, la desnudez del niño de Belén y la desnudez del pobre de Asís.
Si miramos nuestro mundo, debemos decir que no fue la economía de la gruta ni la de Francisco la que se convirtió en la economía que hoy gestiona el negocio navideño y todos los días festivos o feriados. El beneficio continúa siendo el ganador y el regalo permanece desnudo.
Pero incluso hoy, ante la desnudez de los niños y de los pobres debemos decir cuál es la economía que queremos. Esta Navidad nos pone cada año la misma pregunta: Tú, ¿De qué parte estás? ¿Cuál es tu economía?
¡Feliz Navidad! ¡Buena economía!
Un poco o mucho maniqueo. Ambas economias se suponen y complementan.
Cuando hay dos polos enfrentados no hay dialogo posible