La novedad de un carisma.
Con este nombre (en inglés: I have a dream) se recuerda el vibrante discurso de Martin Luther King Jr. en Washington en favor de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, el 28 de agosto de 1963. También Chiara Lubich, que fue una testigo privilegiada de la acción del Espíritu Santo como fermento de unidad, se animó a soñar en grande. En la vigilia del año 2000 escribió este artículo para la revista Ciudad Nueva que reproducimos en ocasión de este número dedicado a pensar el futuro.
Si observo lo que el Espíritu Santo ha hecho con nosotros y con tantas otras “empresas” espirituales y sociales que operan hoy en la Iglesia, no puedo menos que esperar que Él obre ahora y siempre con tanta generosidad y magnanimidad.
Y esto no solo para las obras que nacerán ex novo de su amor, sino a través del desarrollo de aquellas ya existentes, como la nuestra.
Y mientras tanto, sueño para nuestra Iglesia un clima más ferviente en su ser Esposa de Cristo; una Iglesia que se muestre al mundo más bella, más santa, más carismática, más conforme al modelo de María, por lo tanto mariana, más dinámica, más familiar, más íntima, más configurada con Cristo, su Esposo. La sueño faro de la humanidad. Y sueño en ella una santidad de pueblo jamás vista.
Sueño que aquel surgir –que hoy se comprueba– en la conciencia de millones de personas de una fraternidad vivida, siempre más amplia sobre la Tierra, se convierta, mañana, en el año 2000, en una realidad general, universal.
Sueño con ello el retroceso de las guerras, de las luchas, del hambre, de los mil quebrantos del mundo.
Sueño con un diálogo de amor cada vez más intenso entre las Iglesias para poder mostrar más cercana la composición de una única Iglesia.
Sueño con la profundización de un diálogo vivo y activo entre las personas de las más variadas religiones unidas entre ellas por el amor, “regla de oro” presente en todos los libros sagrados.
Sueño con el acercamiento y enriquecimiento recíproco entre las distintas culturas en el mundo, para que así den origen a una cultura mundial que ponga en primer lugar aquellos valores que han sido siempre la verdadera riqueza de cada pueblo y que estos se impongan como sabiduría global.
Sueño con que el Espíritu Santo siga inundando las Iglesias y fortalezca las “semillas del Verbo” más allá de sí, para que el mundo sea invadido por la continua novedad de luz, de vida, de obras que solo Él sabe suscitar.Para que hombres y mujeres cada vez más numerosos emprendan caminos rectos, confluyan en su Creador, dispongan el cuerpo y el alma a su servicio.
Sueño con relaciones evangélicas no solo entre los individuos sino entre grupos, movimientos, asociaciones religiosas y laicas; entre los pueblos, los estados, hasta que resulte lógico amar la patria del otro como la propia. Es lógico tender hacia una comunión de bienes universal: al menos como punto de llegada.
Sueño con un mundo unido en la diversidad de las personas que se reconozcan todas en la alternancia de una única solidaridad.
Sueño entonces ya con un anticipo de los cielos nuevos y tierras nuevas de la manera como es posible aquí en la tierra.
Sueño mucho, pero tenemos un milenio para verlo realizado.
Artículo publicado en la edición Nº 614 de la revista Ciudad Nueva.