Los Estados Unidos y Rusia han acordado una nueva tregua y la conformación de un mando conjunto para seguir luchando contra los grupos vinculados al terrorismo, principalmente Isis y Al Nusra.
Desde ayer está vigente en Siria una nueva (y parcial) tregua. La han acordado Rusia y Estados Unidos y tiene diferentes lecturas, algunas novedosas en el contexto del conflicto y de las relaciones entre las dos potencias. En primer lugar, la tregua es parcial porque si bien abarca una parte de las fuerzas del escenario de guerra, el ejército regular sirio sus aliados y los rebeldes sirios apoyados por los grupos considerados “moderados”, también prevé que Rusia y Estados Unidos, coordinados por un mando conjunto, seguirán en sus ataques contra el Isis, el Frente de la Conquista del Levante (Jabat Fateh al Shams, en árabe) – el nuevo nombre de Al Nusra, que hasta hace poco se definía como sucursal siria de Al Qaeda – y los aliados de los dos grupos. Estrictamente, se trata de la gran parte de los combatientes. Más que una tregua, estamos ante una redefinición de alianzas.
El acuerdo incluye el paso de convoyes de ayuda humanitaria para la escasa y agobiada población civil que sigue en Alepo, asegurado por el ejército regular sirio. La ciudad está dividida en sectores ocupados por grupos rebeldes, entre ellos el ex Frente Al Nusra, y sectores reconquistados por las fuerzas del Gobierno de Damasco. Y, aceptado por el presidente Bashar al- Asad, también se prevé una zona de exclusión aérea para los aviones de las fuerzas armadas sirias en las zonas bajo control de los rebeldes, aunque podrán actuar sobre objetivos definidos por el mando conjunto de las dos potencias.
Las diferentes lecturas pueden hacerse en varios niveles. El primero es que la decisión traza una raya entre grupos terroristas y grupos moderados, que francamente son la minoría. Durante mucho tiempo Moscú sostuvo la necesidad de establecer esta diferencia ante cualquier tipo de acuerdo serio. El mapa de grupos armados es muy complejo, con milicianos islamistas y mercenarios de decenas de países que se pasan de una brigada a otra, en la gran parte de los casos vinculadas con ramificaciones del Isis o de Al Qaeda. Al punto que a menudo el abastecimiento enviado por Estados Unidos y sus aliados del Golfo a los rebeldes, ha terminado en manos de Isis y el Frente de la Conquista del Levante. A veces intencionalmente.
También deja en claro que una cosa es el conflicto surgido entre el Gobierno de Damasco y los rebeldes que pretenden un cambio en la gestión política del país, otra cosa es la acción de grupos terroristas que tienen objetivo de desestabilizar países con un alcance mucho más amplio. Washington y Moscú coinciden en que la lucha contra el terrorismo debe continuar. De a poco, pierde fuerza la pretensión de apartar del poder al presidente Asad, quien ha opuesto a este planteo, formulado por potencias extranjeras ajenas a la realidad siria y por fuerzas opositoras de escasa consistencia, la idea de que eso será posible siempre y cuando así lo exprese el voto del pueblo sirio. En el plano internacional, las dos potencias mundiales se colocan en un nivel de colaboración inédito: el mando conjunto supone intercambio de información lo que supone blanquear quién es quién en el escenario de más de un conflicto. La información de inteligencia rusa, en estos años, ha desarmado muchas escaladas de las acciones militares del Pentágono, como en el caso de los falsos bombardeos químicos atribuidos al régimen de Asad en 2013.
¿Supone todo esto un cambio en las relaciones entre Moscú y Washington? Es la segunda vez que Putin logra convencer a la Casa Blanca de estar del lado equivocado. El acuerdo alcanzado con Irán sobre su supuesto proyecto nuclear lo está demostrando. Hay muchos en Washington que desconfían de Putin y de los rusos. Y hay muchos que desconfían de esta tregua que, en efecto, se sustenta sobre bases endebles. La Casa Blanca (y varios países occidentales, como Francia), no toma distancia de los principales arquitectos de este conflicto: las monarquías del Golfo, saudita y qatarí, empeñadas en difundir las corrientes extremistas wahabitas y salafitas en el mundo sunita, de las que sacan inspiración los yihadistas armados. Es un punto clave que por el momento no está siendo considerado. Y es un grave error.