Saltar los muros

Saltar los muros

Mientras termina de cumplir su condena, Martín Bustamente cuenta cómo la educación le devolvió la oportunidad de elegir. Aquí, extractos de su charla TED. 

“Hoy soy escritor, facultad que mantuve oculta durante casi toda mi vida. Oculta porque si yo decía en mi barrio que me gustaba escribir, sobre todo en aquella época, no tenía ningún tipo de oportunidad. Me crié en un barrio en donde el delito era el protagonista. Entonces uno tenía que vestirse de él si quería sobrevivir”. Así comienza la charla TED de Martín Bustamente, quien está preso en el Complejo Penitenciario Nº 48 de San Martín, provincia de Buenos Aires, y actualmente goza de salidas transitorias, mientras espera cumplir la totalidad de la condena.

Nacido en Landeta, Santa Fe, hace 56 años, soñaba con ser futbolista. A los 13 años lo habían convocado para jugar en las inferiores de un club de primera división, según él mismo relata, y “algunos decían que andaba bien, que podía llegar”.

Crecía rodeado de su familia, cursaba el primer año de la secundaria y le daba mucha felicidad haber comenzado a dar sus “primeros pasos en el mundo de los grandes”. Sin embargo, en una noche de desvelo, escuchó una conversación de sus padres en la que su mamá explicaba que había que comprarles botines nuevos al “Negro”. Pero una frase de su papá cambió el rumbo de su vida: “Si le compramos botines al Negro, el resto no come por una semana”.

“Las palabras de mi viejo explotaron en mi cabeza. En ese preciso instante me daba cuenta de que mi papá no nos podía mantener a todos. Éramos seis hermanos y yo, el mayor. Al otro día me instalé en el boliche de la vuelta de casa, bien temprano, en el bar. Ahí paraban todos los vagos del barrio y alrededores en donde iban y venían en autos robados. Ese día en el primero que pintó me subí. Los pibes intentaron bajarme pero les dije que necesitaba ir, que necesitaba ayudar a mis viejos, y de última para bajarme me tenían que dar un tiro”, cuenta Martín con el recuerdo fresco. Ese día cometíasu primer robo.

“Empecé a construir una identidad falsa. Una carrera sistemática en la que el delito categoriza a las personas y para existir entrás en un círculo donde la vida rueda a otra velocidad. No podés parar”, relata, antes de detallar la primera vez que cayó preso. En el tribunal de menores, antes que lo derivaran a un instituto, dio un nombre “trucho” para “atrasar lo más posible la noticia a mis viejos”. Lo trasladaron a La Plata. “El edificio quedaba como a unos 60 metros del alambrado perimetral, que era de un metro y medio de altura. Al rato vino un maestro, nos paró delante de un portón verde y nos dijo: ‘Escuchen bien, pedazos de ratas. Si alguno tiene intenciones de irse, ahora es el momento. Porque después que crucen ese portón es mi responsabilidad. Y les puedo asegurar yo que no van a salir hasta que los vengan a buscar sus padres’”.

Martín dice que las últimas palabras no sabe si las escuchó o las imaginó. Lo cierto es que corrió sin mirar hacia atrás, “esperando un tiro en la espalda”. Corrió hasta estar seguro de que nadie lo seguía y retomó su rumbo hacia su casa. Con el miedo de lo que podían llegar a decir sus padres, se asombró por “ver a todos los pibes en la que esquina, o a casi todos, que me abrazaban y felicitaban porque me había escapado. Hoy a la distancia puedo ver que ese fue el primer eslabón para construir la columna delictiva en la que estuve sumergido durante toda mi vida”.

Los muros de la cárcel

Durante los primeros dos años de cárcel se imaginó saltando el muro y escapando como aquella vez, siendo adolescente. “Hasta que me di cuenta de que no lo iba a saltar nunca, que me estaba mintiendo y que no podía seguir con eso”.

Martín atribuye su plan B a cierta “casualidad o señal de la vida”, ya que en ese momento pasó delante de él la coordinadora de educación de la Unidad Nº 21 de Campana, donde estaba alojado en ese momento. “La educación me iba a ayudar a saltar el muro. Estudiar iba a ser la llave para encontrar mi libertad”, pensó inteligentemente y un mes más tarde retomó los estudios secundarios (ya tenía hecho primer año) y enseguida se puso al día, logrando un promedio final de 9,10. “La verdad, no quería estudiar. Lo que quería era salir lo antes posible de ese lugar”, reconoce.

Tras insistir dos años a su tribunal para que lo trasladaran a la Unidad Nº 48 de San Martín logró su objetivo. Allí funciona el CUSAM (Centro Universitario San Martín) pero cuando él llegó, ese año no había Curso de Preparación Universitaria. Pero no se detuvo en el inconveniente, y como una manera de aprovechar el tiempo se anotó en los talleres de poesía y narración oral dictados por Cristina Domenech y el Mono José Luis Gallego, “hoy, mis maestros y mis amigos”. Y entonces sucedió el primer gran descubrimiento: “Me reencontré con la escritura y con la literatura viva. Me empecé a dar cuenta del valor y la potencia que puede adquirir la palabra”.

Actualmente Martín está cursando el tercer año de la licenciatura en Sociología. “La educación empezó a despertar esas neuronas dormidas y poco a poco empezó a dejarme pistas para que pueda ver cómo funciona el mundo y sus cambios. Y esa identidad falsa que adquirí en algún momento para existir empezó a desvanecerse y tras ella empezó a emerger el que siempre fui, que por esas cosas de la vida no pude desarrollar antes”, destaca.

Convertido en poeta y escritor, habiendo publicado ya dos libros, Martín quiere resaltar con fuerza el verdadero sentido de la educación: “La educación desplaza las lógicas dominantes y te otorga herramientas para que puedas intervenir el mundo en busca de uno en donde podamos vivir todos. Quiero volver a ver cómo la educación le saca la máscara a ese dicho popular que dice que ‘la oportunidad viaja en un tren y que pasa solamente una vez’. Eso es mentira. Para eso te da unos lentes especiales para que puedas distinguir, ver y crear tus propias oportunidades. La educación transforma a las personas y las vuelve seres reflexivos. Y te dice al oído: ‘A partir de hoy dejo de darte certezas porque empiezo a formularte preguntas’. A mí la educación me ayudó a saltar los muros de la cárcel. Hoy sigue ayudándome a derribar otros. A mí la educación me dio la oportunidad de elegir. A mí la educación me dio la oportunidad de ser libre” ·

Artículo publicado en la edición Nº 611 de la revista Ciudad Nueva.

Poema inédito de Martín

Cierra los ojos.
Busca una imagen que lo saque
del dolor de sus pasos.
Una melodía le entra en la piel,
despierta un manto de olvido.

Sacude la cabeza.
Busca un hilo que lo lleve al recuerdo
aunque sea incompleto:
algún detalle minúsculo de la plaza.
La textura del viento
se esfuerza por traer olores de antes.

Cierra los ojos.
Las nubes obstaculizan la claridad del sol.
Unos gorriones seducen con sus alas
las copas de los árboles.

La vida es una vuelta de recuerdos
que espera siempre el carrusel de la existencia.

Martín Bustamente escribió un primer libro de cuentos, El personaje de mi barrio, y posteriormente otro de poemas, Agua quemada.

Desde 2018 es docente principal del Taller de Poesía en el Complejo Penitenciario Nº 48 de San Martín.

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