En 2009 el papa Benedicto XVI firmaba el primer documento del pensamiento social de la Iglesia del siglo XXI. El autor ofrece, desde Santiago de Chile, algunas reflexiones a la luz de sus aportes.
El 29 de junio del año 2009 (fiesta de San Pedro y Pablo) el Papa Benedicto XVI promulgaba la Caritas in veritate, la primera encíclica social del siglo XXI que tuvo un gran impacto no solo en el mundo católico y cristiano.
En aquel momento, se vivía aún bajo los efectos de la crisis económica y financiera que un grupo de manager de bancos americanos había desatado por un manejo poco escrupuloso de los ahorros de miles de ciudadanos, otorgando préstamos con muchas superficialidades. El manejo de la finanza, sin una ética responsable, se mostró capaz de desatar una crisis, que si bien nació en un lugar determinado, tuvo efectos en muchos países, provocando un largo periodo de recesión económica.
La encíclica Caritas in Veritate, en este cuadro de desconcierto y de miedos, fue valorada como un documento que ayudó no solo a comprender las causas que desencadenaron la crisis, cuanto por ofrecer caminos para pensar una economía más humana y moderna. Al caerse el muro de Berlín con el fracaso del modelo económico socialista, se había creado en muchos sectores la convicción que el modelo económico liberal-capitalista era la solución para el crecimiento económico y la solución también a los problemas sociales y del desarrollo humano.
La crisis de esos años 2008-2009 fue una crisis de valores o bien una crisis de sentido (entraba en el juego la misma concepción de la existencia humana) así como la definió el Economista y actual presidente de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales el prof. Stefano Zamagni, cuando en agosto 2010 en Chile comentó este documento, con el mundo de los empresarios cristianos y académicos de Universidades Católicas. Siempre según el economista Zamagni, la gran crisis del 1929 fue diferente porque en esa oportunidad hubo errores de tipo más bien técnicos que la provocaron, sin embargo los efectos fueron similares, advirtiéndose con mayor intensidad en las familias y en los sectores más débiles de la sociedad.
Hoy, 10 años después, caben algunas legítimas preguntas, con la finalidad de comprender los avances que ha habido en los caminos de repensar las actividades económicas desde una perspectiva del desarrollo humano integral. Todos los sectores de la sociedad son interpelados para responder cuanto hemos aprendido de esta crisis. Si por crisis entendemos cambios, vale la pregunta: ¿qué nos ha enseñado? Para esto podemos intentar más que respuestas solo una pocas consideraciones que nos interpelan a nivel tanto personal como de comunidades y grupos sociales.
Partamos de la vida personal para preguntarnos si a diario trabajamos suficientemente para superar una cultura del individualismo y el consumismo, y ser más atentos a los valores del espíritu con una apertura a las necesidades de los que pasan o viven al lado nuestro: ¿En qué medida logramos ser alivio y solución a sus problemas?
La solidaridad, sin embargo, no es solo un compromiso personal; es un principio de la convivencia y cohesión social que pertenece también a la política que para asegurar el bien común debe orientarse en las leyes que se proponen y se aprueban, cuanto estas se rigen por este principio, en sintonía con el bien de las personas y de las comunidades. En el tema por ejemplo de la igualdad de oportunidades con la educación vemos que no es suficiente la gratuidad universitaria, porque los desniveles en la educación pre-básica; básica y media tienen aún puntos de partida muy desparejos en el país.
La economía y la empresa tal vez son los sectores que más están al debe en los planteamientos de este documento porque en el núcleo central la encíclica se dirige de una manera especial a los economistas y a los empresarios invitándolos a pensar modelos de desarrollo económicos y de una empresa moderna que tenga su centralidad en el trabajo y la dignidad de toda persona humana.
La cultura del don y de la fraternidad interpela a las categorías de la ciencia económica y la invitan a conjugar el bien común con la importante tarea de producir la riqueza. La empresa no solo debe medirse en la búsqueda de los buenos resultados, también debe dar una centralidad al desarrollo del entorno y de las familias de los mismos trabajadores.
Y no menos importante vale preguntarse ¿cuánta cultura efectiva se ha construido en consolidar los caminos y facilitar los medios para que la sociedad civil pueda fortalecerse y seguir creciendo en aquellos sectores y servicios sociales que el mercado no considera muy atrayentes? La superación del binomio estado-mercado debe integrarse con el tejido de una sociedad civil que tiene su mirada en aquellos sectores que por sí solo no logran integrarse a los caminos del desarrollo.
En fin, una buena pregunta también para la teología y los teólogos ¿La cultura del don y de la gratuidad son parte viva de los estudios que se promueven y de la enseñanza que se ejerce? Los centros de formación teológica son lugares muy indicados para promover una cultura que integre los estudios y las investigaciones con la convivencia fraterna. La misma enseñanza de la religión hoy más que nunca necesita revitalizarse con entusiasmo; convicciones y testimonios que abran la mente y corazón de los jóvenes en la alegría de la fe que ilumina el desarrollo de la vida humana. Aquí no es suficiente solo reformar los programas es necesario pensar formas y ambientes para formar educadores en la fe que llevan en si el testimonio del anuncio y la capacidad de integrar la dimensión de la fe que ilumina las realidades humanas con la razón que pregunta y espera respuestas.
Una oportunidad estos meses para pensar y debatir estos temas y estar al día con dos grandes acontecimientos que Papa Francisco ha promovido: un Sínodo sobre los grandes problemas de la Amazonia previsto en Roma para el próximo Octubre y un gran encuentro de Jóvenes y Economista en Asís (marzo 2020) justamente para repensar con nuevas categorías la ciencia económica.
Ambos acontecimientos tienen una raíz ‘’eco’’ que en el primero es relación con la casa que habitamos (la ecología) y en el segundo con la ciencia economía que nos relaciona, cómo concretamente se administran las recursos para que el mundo pueda progresar. La armonía y la belleza de la casa para vivir y el entorno deben conjugarse con los medios para que esto sea factible. En otras palabras, armonía y recursos como cara de la misma medalla para seguir la obra de la creación que a partir del séptimo día con el descanso de Dios se convierte en una tarea que el mismo creador confía a la inteligencia y la capacidad creadora del hombre mismo.
Sin duda que este histórico documento es parte de la profundidad del pensamiento filosófico y teológico de Benedicto XVI que como Papa emérito desde el pequeño Monasterio Mater Eclesiae al interior de los jardines vaticanos sigue aportando a la Iglesia en la dimensión del pensamiento y de la contemplación.
Las que vienen son tareas en las cuales habrá también desde Chile que convocar, pensar dialogar y aportar. Tal vez, no es menos lo que podemos exigirnos cuando todos reclamamos una sociedad con mayores niveles de paz y de armonía.
Reflexiones en torno a una economía más humana
“Cuando la lógica del mercado y la lógica del Estado se ponen de acuerdo para mantener el monopolio de sus respectivos ámbitos de influencia, se debilita a la larga la solidaridad en las relaciones entre los ciudadanos, la participación, el sentido de pertenencia y el obrar gratuitamente, que no se identifican con el «dar para tener», propio de la lógica de la compraventa, ni con el «dar por deber», propio de la lógica de las intervenciones públicas, que el Estado impone por ley. La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no solo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, o en las transferencias de las estructuras asistenciales de carácter público, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión. El binomio exclusivo mercado-Estado corroe la sociabilidad, mientras que las formas de economía solidaria, que encuentran su mejor terreno en la sociedad civil aunque no se reducen a ella, crean sociabilidad. El mercado de la gratuidad no existe y las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley. Sin embargo, tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco.” Cáritas in veritate, n. 39.
“Por desgracia la cultura económica de los teólogos es tan escasa como la cultura teológica de los economistas. Así ha sido desde los albores de la economía moderna. En el siglo XVIII el abad Genovesi y el mismo Adam Smith hicieron alguna reflexión al respecto. En el siglo XIX, más que nada la curiosidad de Kierkegaard exploró un potencial acercamiento. Y llegamos al siglo XX con una disciplina económica tan matematizada que ha educado generaciones enteras de especialistas sin ninguna preparación para encarar el lenguaje bíblico”. Luigino Bruni, economista. Entrevista en Avvenire sobre el lenguaje de la Biblia y los economistas. Italia, enero 2017.
“La persona humana utiliza su racionalidad para decidir sobre los bienes económicos y también sobre los bienes morales en un contexto de escasez compleja. La persona humana es un homo sapiens en el sentido de usar su sabiduría ante la complejidad de las decisiones en el ámbito económico”. P. Cristian Hodge, teólogo. “Ampliar la racionalidad económica. Teoría económica y ética a la luz de caritas in veritate”. Revista Teología y vida vol. Liii. Santiago 2012.
“El hombre tiene que producir y esa es la razón por la que los franciscanos inventaron la economía de mercado: para dar a todo el mundo la posibilidad de producir. Plantearon también que, aunque una persona fuera ciega o discapacitada debía trabajar de todas formas. Lo que sucede es que los dirigentes de empresa tienen que diseñar el proceso productivo de manera que en él pueda trabajar también un ciego o un discapacitado: eso es dignidad humana”. Stefano Zamagni. “Empresa y felicidad”. Disertación a los empresarios de USEC, Santiago, agosto de 2010.