Entre las cinco y las siete de la tarde, incluso después, millones de chilenos se reúnen en torno a una mesa para merendar o, más bien, cenar a base de té.
Entre las cinco y las siete de la tarde los chilenos se reúnen a “tomar once”, una forma peculiar de referirse a la merienda, que se caracteriza por combinar comida dulce y salada, y que se originó como excusa para beber aguardiente en la época colonial. En muchos casos, la once reemplaza la cena y se transforma en la última comida del día.
Las teorías sobre el extraño nombre de esta costumbre chilena son “inciertas” pero la más extendida es que surgió como clave para referirse a esta bebida alcohólica -que tiene once letras- y que “se solía tomar entre comidas en la época colonial”, relató a Efe la antropóloga Sonia Montecino, premio nacional de Ciencias Sociales en 2013. “Debió de tener su origen en el aguardiente, aunque no está documentado. Pero a finales del siglo XIX ya aparecen libros de recetas que se refieren a la “once” o a “la hora del té” para ese momento de la tarde en que se toma algo salado y dulce y que perdura hasta hoy en todo el país”, aseguró Montecino.
Otra hipótesis es que esta tradición la trajeron los colonos ingleses, que se establecieron en el puerto de Valparaíso, con su costumbre de tomar té por las tardes. En la actualidad, juntarse para tomar once no tiene nada que ver con el aguardiente, sino que se trata de una instancia para comer y conversar con familiares y amigos en torno a una mesa. Así lo explicó a Efe Kalu Downey, una de las creadoras de la cuenta de Instagram “Proyecto Once”, que comparte una fotografía diaria de las meriendas a la chilena que le envían desde todo el territorio y hasta del extranjero.
Hace dos años que esta periodista, de 31 años, se interesó por esta costumbre “tan propia y familiar”, que creía que se estaba perdiendo pero que a través de esa red social comprobó que está más viva que nunca. Una prueba de ello es un grupo de 10 mujeres que desde hace 45 años se reúnen semanalmente -cada dos en invierno- en casa de una de ellas para merendar, explicarse las novedades, los viajes y la vida.
Hace unos días, la once de “las viejas del té” -como ellas mismas se hacen llamar- se hizo en la casa de Carmen Esponda, una de las veteranas del grupo, quien aseguró a Efe que su amistad perdura “en las buenas y las malas”. “La once tiene algo salado y dulce. Siempre hay un poco de pan que se come con palta (aguacate), huevo o queso, y algo dulce como un pastel o unas galletas. También se acompaña con un té o un café”, explicó Carmen mostrando la mesa de su casa, que contaba con esos alimentos.
Este es el abecé de la merienda chilena, aunque Downey aseguró que las comidas “cambian según la geografía”, por la gastronomía propia de cada región, así como por los “ingresos” y la “edad” de las personas. La once es toda una “institución” en Chile, sostuvo Renata Tesser, quien coordina el diseño de este proyecto fotográfico. “Intentamos que las once sean parejas, que todas tengan un poco de pan y algo que tomar para no avasallar al resto. Cada semana nos turnamos la casa y no se trata de que una tengamos tres cosas y a la otra solo una. Por eso nos equilibramos y nos ayudamos”, explicó la anfitriona, quien subrayó que ese día había un tarta para celebrar un cumpleaños.
Bettina Céspedes es una de las fundadoras de este entrañable grupo y celebró ese día sus 85 años con sus amigas, que le regalaron un jersey para el frío que empieza a sentirse en el país austral. Esta anciana fue una de las que inició los encuentros y ahora lleva a su hijo, el más joven de esta mesa, que reúne a señoras que van de los setenta a los noventa años y entre las que hay una profesora, una informática y una enfermera ya jubiladas.
Durante los 45 años de reuniones, este grupo no se ha cerrado. Carmen reconoce que han acompañado a amigas “hasta sus últimos días” y que también han ido llegando otras mujeres, invitadas por alguna integrante.
Como Sonia Contreras, la última en entrar al círculo y que reconoce que “no es fácil” introducirse pero que, una vez dentro, supone un gran apoyo.
En el polo opuesto se encuentra Claudia Castro, de 23 años, que hace unos meses llegó desde Temuco para buscar trabajo en la capital y que ahora toma once sola en la cocina de la casa que comparte en la capital. Esta costumbre, que tiene su máxima expresión con las reuniones familiares durante los fines de semana, está tan arraigada que las personas que no tienen con quien compartirla siguen haciendo el ritual de poner todos los alimentos sobre la mesa para merendar. “La once tiene un olor especial. Cuando alguien regresa a su casa por la tarde y huele el café y el pan caliente ya sabe lo que viene”, aseguró Downey.