De pueblos y ciudadanos se trata.
Es casi una reiteración –quizás a muchos de los lectores les haya sucedido también– que en algunos círculos surja esta pregunta: ¿por qué la Iglesia se “mete” en política? Y se usa ese verbo, que connota sutil desprecio y que nos remite a otra frase que por años tristemente nos definió como argentinos: “No te metás…”. Y la realidad indica que la construcción de un país pasa justamente por “meterse” ahí, en política, para tratar de aportar desde las herramientas que brinda la democracia: partidos políticos, elecciones libres, funcionamiento de las instituciones, espacios que otorguen voz a la sociedad civil, independencia de poderes, garantías para el ejercicio de derechos y la exigencia del cumplimiento tanto de deberes individuales como sociales.
A la Iglesia le compete –y debería tomárselo muy en serio– acompañar y estimular a las comunidades y personas, institutos y pastorales que encuentran en la participación activa en la vida política su vocación de servicio a la ciudadanía. El cristiano naturalmente mira al otro y se preocupa por las calidades de vida digna; y algo de esto (mucho, diría yo) hay en la buena política, ¿verdad? “Dónde está mi hermano” es en esos casos una cuestión basal.
“La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan”. Esta afirmación corresponde a quien fuera el cardenal Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, en un documento que emitió con motivo del bicentenario del nacimiento de la Nación Argentina. En este texto que puso luz sobre nuestra argentinidad en varios aspectos, hay variables insoslayables que ayudan a explicar nuestras más profundas desilusiones nacionales: la conciencia de cada tiempo que nos toca andar, con ese “inventario”1 que es la herencia histórica, atravesados por las coordenadas y personalidades particularísimas de quienes asumen los roles de liderazgo y conducción.
En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en sus 583 ítems y 1232 citas, encontramos la columna vertebral de las recomendaciones para vivir y transitar la política desde una perspectiva evangélica en busca de la dignidad humana y del bien común de los pueblos y de los ciudadanos que los conforman.
Cito y anticipo que se trata casi de una declaración universal: “El amor tiene por delante un vasto trabajo al que la Iglesia quiere contribuir también con su doctrina social, que concierne a todo el hombre y se dirige a todos los hombres. Existen muchos hermanos necesitados que esperan ayuda, muchos oprimidos que esperan justicia, muchos desocupados que esperan trabajo, muchos pueblos que esperan respeto: ‘¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de la asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social… ¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños?’” (DSI, 5).
Y, ante esa realidad que se describe, la política es la puerta y oportunidad a la transformación, la forma más alta de la caridad, del amor. De esa tierra abonada surgen liderazgos a los cuales refirió Bergoglio con detalle: “El liderazgo es un arte, que se puede aprender. Es también una ciencia, que se puede estudiar. Es un trabajo, que exige dedicación, esfuerzo y tenacidad. Pero es ante todo un misterio, no siempre puede ser explicado desde la racionalidad lógica. El liderazgo centrado en el servicio es la respuesta a la incertidumbre de un país dañado por los privilegios, por los que utilizan el poder en su provecho, por quienes exigen sacrificios incalculables mientras evaden responsabilidad social y lavan las riquezas que el esfuerzo de todos producen. El verdadero liderazgo y la fuente de su autoridad es una experiencia fuertemente existencial. Todo líder, para llegar a ser un verdadero dirigente, ha de ser ante todo un testigo. Es la ejemplaridad de la vida personal y el testimonio de la coherencia existencial. Es la representación, la aptitud de ir progresivamente interpretando al pueblo, desde el llano, y la estrategia de asumir el desafío de su representación, de expresar sus anhelos, sus dolores, su vitalidad, su identidad”2.
La soledad y el ejercicio de la política no se llevan. El político naturalmente se agrupa, tiene equipos, representa a otros y se rodea de quienes son afines a sus propuestas y decisiones. Bergoglio, ya papa Francisco, hace muy poco se dirigió a la Comisión Pontificia para América Latina y reflexionó sobre el punto: “Ser católico en la política no significa ser un recluta de algún grupo, una organización o partido, sino vivir dentro de una amistad, dentro de una comunidad. Si tú al formarte en la Doctrina Social de la Iglesia no descubres la necesidad en tu corazón de pertenecer a una comunidad de discipulado misionero verdaderamente eclesial, en la que puedas vivir la experiencia de ser amado por Dios, corres el riesgo de lanzarte un poco a solas a los desafíos del poder, de las estrategias, de la acción, y terminar en el mejor de los casos con un buen puesto político pero solo, triste y con el riesgo de ser manipulado” 3.
Hasta aquí el magisterio y un poco de opinión. Ojalá (y sentiría mi deber de cronista muy cumplido) que al finalizar la lectura de este texto, los lectores hayan encontrado motivos para responder por qué la Iglesia se mete en la política.
- Bergoglio, Card. “Inestabilidad crónica y enfrentamientos, dictaduras militares, guerra perdida, hiperinflaciones y ajustes, etc., la crisis y la depresión del 2001/2002” (Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad 2010-2016. Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo)
- Op. cit.
- Discurso del Santo Padre Francisco a un grupo de la Pontificia Comisión para América Latina, 4 de marzo de 2019.
Artículo publicado en la edición Nº 608 de la revista Ciudad Nueva.
Interesante artículo. Creo que la Institución religiosa y demás instituciones tienen el deber moral para intervenir en política, ya que formamos parte de una sociedad libre y democrática con sus alcances y límites.
Ante las injusticias tanto civiles como sociales tenemos la responsabilidad de defendernos y defender a nuestros “hermanos” que necesitan nuestra ayuda tanto espiritual como material y de superación personal.
Soy Profesor en Ciencia Política, Mentor y Coach en Liderazgo y Vida, Especialista en Educación y Derechos Humanos, entre otras capacitaciones.
Bendiciones!