La grieta existe entre nosotros y resulta indispensable reconocerla para que podamos actuar y caminar tendiendo puentes de un lado y del otro.
El año pasado me invitaron a dar un taller sobre diálogo. ¿La propuesta? Convertirnos en “puentes de diálogo”. ¿La base? El texto de una conferencia del copresidente de los Focolares, Jesús Morán, bajo el título “El diálogo: aspectos antropológicos y culturales”1. Luego se fueron sumando lecturas, experiencias propias y ajenas y contribuciones de todo mi entorno que dieron como resultado una dinámica que nos permitió, aunque sea por una tarde, reflexionar sobre los problemas de comunicación entre nosotros y sobre toda la carga ideológica que llevamos dentro y que nos impide dialogar con el otro. Este año repetí la experiencia. Esta vez, compartiendo el dictado del taller, lo que enriqueció la propuesta original. Y una vez más, los que vivimos el encuentro pudimos tomarnos ese tiempo para reflexionar sobre el tema y albergar la esperanza de convertirnos en verdaderos puentes de diálogo.
Pero la vida no es un encuentro en un espacio ideal. Un taller nos sirve para posicionarnos frente a nuestros propios fantasmas, precisamente esos que nos impiden dialogar con los demás. Esos que nos ubican de un lado u otro de una “grieta” (sí, así entre comillas, porque es una construcción que nos impusieron, una metáfora dolorosa que nos divide como sociedad).
Mientras transitamos este año electoral, mientras tratamos de superar, entonces, las numerosas “grietas” que nos atraviesan, quizás sea necesario detenernos a pensar nuestra actitud y plantearnos si realmente podemos ser verdaderos puentes de diálogo.
Hacia una cultura del diálogo
Jesús Morán propone una serie de puntos necesarios para una cultura del diálogo, de los que rescato algunos.
En principio, la necesidad de valoración de aquel que piensa distinto. Este tiene que ser nuestro punto de partida. En la medida en que no consideremos al otro, que no aceptemos su alteridad, no podremos dialogar.
Plantea, además, una dicotomía entre lo que él llama verdad relativa y verdad relacional. La verdad relativa solo es válida para nosotros mismos. En cambio, de la verdad relacional todo el mundo participa. Las personas no sienten que tienen la verdad, sino que participan de ella y es éste un camino para construir el diálogo.
Por último, Morán señala que el diálogo requiere de silencio y de escucha. La escucha recíproca hace posible una relación humana más plena.
Sobre este aspecto en particular ha profundizado Gennaro Cicchese quien, frente a lo que denomina “cultura de la no-escucha”, sugiere la necesidad de movilizarnos hacia “la escucha” del silencio en relación con el diálogo. No se trata de “un silencio que calla” sino de “un silencio activo”, que se pone en escucha del otro. Y concluye: “Silencio, alteridad y diálogo constituyen una tríada fundamental y necesaria para toda relación humana, y también un camino hacia el verdadero diálogo. Éste se realiza únicamente en el encuentro auténtico con el otro”2.
Tanto Morán como Cicchese proponen una cultura del diálogo frente a la “cultura de la no-escucha”. Ahora bien, ¿es una utopía o el verdadero diálogo es posible?
Construir el diálogo
A diario tenemos ejemplos de esa “cultura de la no-escucha”, empezando por nosotros mismos. ¿Escuchamos a todos o simplemente oímos lo que el otro habla, sin ponernos verdaderamente en escucha? ¿Aceptamos la alteridad, valoramos las diferencias? ¿Cómo nos posicionamos frente a nuestras verdades relativas? Podríamos seguir haciendo preguntas que nos señalen un camino para pensar nuestra actitud frente al diálogo. “Fuera los juicios”, decía Chiara Lubich, señalando que los cristianos estamos llamados a contribuir para “que todos sean uno”3. Y en ese “fuera los juicios” está la clave que necesitamos para aceptar la alteridad, para participar de la verdad, para escucharnos recíprocamente.
Somos diferentes y pensamos de distinto modo acerca de muchos temas. ¿Por qué no ponernos en el lugar del otro? ¿Por qué no tratamos de entender por qué el otro piensa así? La vida, las circunstancias de cada uno también condicionan su ideología. Si somos capaces de ponernos en el lugar del otro, podremos comprenderlo. Si la comprensión es recíproca, podremos ser puentes de diálogo.
¿Y en las redes? La tecnología, que hoy nos permite comunicarnos con todos, muchas veces se utiliza en detrimento del diálogo. Cada vez que desde una red social atacamos la ideología del otro con agresiones, con comentarios despectivos, viralizando memes que manifiestan muchas veces odio, estamos impidiendo el diálogo. Es imposible construir una relación fraterna si no respetamos posturas políticas, sociales, religiosas. Las redes también son un puente para llegar al otro. En nosotros está el utilizarlas en beneficio del diálogo.
De pañuelos y etiquetas
En los últimos tiempos, las diferencias ideológicas se visibilizaron en pañuelos de distintos colores. Más allá del hecho cultural en sí, cada pañuelo constituye una etiqueta y condiciona nuestra actitud hacia ese otro que piensa distinto de nosotros. No necesariamente tiene que ser un pañuelo; puede ser una pechera de algún movimiento social que lleve quien está cortando una calle o una bandera partidaria que se agita. Si los tomamos como etiquetas, manifestamos nuestra intolerancia y no contribuimos al diálogo.
Chiara Lubich se refiere a la necesidad de tolerancia con quien piensa distinto con estas palabras: “A veces es mejor ceder las propias ideas, es mejor lo menos perfecto de acuerdo con los demás, que lo más perfecto en desacuerdo. Y este ceder antes que romper es una de las características, quizás dolorosas, pero también más eficaces y bendecidas por Dios”4. Que las etiquetas no nos impidan ver a la persona que está detrás de ellas.
La tarea no es fácil. Implica escuchar al otro, aceptar al que piensa distinto, renunciar a nosotros mismos, pero también que el otro sea capaz de escucharnos, de aceptarnos y de no etiquetarnos. De este modo, en la confianza y en el amor recíproco, podremos llegar a ser verdaderos puentes de diálogo.
- Congreso de la Secretaría del Movimiento Humanidad Nueva en Castel Gandolfo, el 9 de febrero de 2013.
- Cicchese, G. (2011). Antropología del diálogo. Hacia el “entre” de la interculturalidad. Buenos Aires: Ciudad Nueva, p. 57.
- Lubich, C. (2005). El arte de amar. Buenos Aires: Ciudad Nueva, p. 34.
- Lubich, C. El arte de amar, cit., p. 125.
Artículo publicado en la edición Nº 608 de la revista Ciudad Nueva.