Jean Vanier, un loco de Dios

Jean Vanier, un loco de Dios

Ha terminado sus días terrenales el fundador de El Arca. Para él, el Evangelio no era y no es una doctrina o un ensayo, sino simplemente los pobres en su fragilidad, en su debilidad y belleza.

Murió Jean Vanier. A los noventa años se encontró con el Señor y el Evangelio, después de un largo viaje, terminó la carrera y mantuvo la fe. Lo conocí la primera y única vez en Florencia, en la casa de Eduardo, un extraordinario niño florentino, lleno de vida y corazón.

Cuando el Papa Francisco habló y habla sobre sus encuentros con los pobres, toma el estilo de Jean, donde la fuerza del Evangelio permite comprender el misterio de la buena proclamación.

Se entendió que para él el Evangelio no era ni es una doctrina ni un ensayo, sino simplemente son los pobres en su fragilidad, en su debilidad y belleza. Esa noche, en esa casa, todo hablaba del Evangelio, no solo de lo dicho, sino también de lo no dicho. El verdadero maestro fue Eduardo y Jean el verdadero discípulo.

Me hubiera gustado ir a su casa en el norte de Francia, pero no fue posible por las vicisitudes de la vida; pero visité en Palestina, en Belén, una casa de la Comunidad El Arca: una casa de los pobres, de los heridos, de los pequeños, en busca de su maestro y su buen padre.

Para entender el secreto de Jean fue suficiente haber visitado una de sus comunidades y la de Belén tenía un poder evocador muy especial. Allí están los pobres, los heridos, los débiles, los discapacitados. Allí está el misterio del Evangelio: la humanidad de los pobres, cuando se convierte en carne y encuentro, nos transforma, da forma a nuestro corazón y nuestra vida.

Jean era exactamente eso. No hay estrategias ni diseños, están los pobres, que se convierten en nuestros maestros. Y los pobres son maestros, porque nos remiten a las palabras de Jesús, del maestro: el Evangelio sine glossa, que nos cuenta la historia de los muchos Eduardos que nos cuentan el Evangelio.

Los discapacitados mentales, que conforman las comunidades de Jean Vanier, son aquellas comunidades de Jesús que el Evangelio embellece en virtud de su gracia, la belleza y la dignidad de los heridos por la discapacidad del corazón. Una belleza que Dios recompone todos los días, en la fatiga de los días.

Los pobres nos cambian la mirada sobre la historia de los discapacitados y los niños. La discapacidad psíquica nos introduce en una comprensión del misterio de Dios y de las personas discapacitadas.

En Jean nunca hubo retórica, sino adhesión e inmersión en el misterio de Dios, y les pedía a todos que siguieran los caminos más inaccesibles y desconectados. Cada vez cada uno era regenerado por la fuerza de la debilidad, nunca dejó a nadie. Por el contrario, todo y todos fueron llamados a vivir la santa inclusión de Dios.

La inclusión santa de Dios es lo que los discapacitados del Evangelio buscan, aquellos discapacitados que son colocados en la casa del Evangelio por los porteadores de la historia, que están dispuestos a abrir el techo de la casa para llevar a los discapacitados a los pies de Jesús. Pensamos a los poseídos por demonios que cruzan los abismos del dolor, anticipándonos el estilo de Jesús, que recupera a los heridos y golpeados en el camino.

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