La economía de América latina – La raíz latina de la palabra ‘confianza’ es la misma de la palabra ‘fe’. Esta última es el lazo que nos une al Cielo, la otra nos une entre nosotros. Sin confianza, no hay economía.
¿Por qué América latina, pese a ser una región rica en recursos naturales y en capital humano –si se me acepta la expresión– pasa por recurrentes crisis que traban su avance hacia el desarrollo? Más allá del debate acerca de qué se entiende por desarrollo, es evidente que a diario perdemos oportunidades para mejorar la calidad de vida de millones de ciudadanos. Intentemos comenzar a esbozar un factor que quizás ayuda a buscar una respuesta más completa.
Fe y confianza
Sin embargo, contrariamente a lo que se suele pensar, junto a herramientas legales y recursos materiales una economía de mercado necesita de recursos no materiales, como los que son producidos por las relaciones, como ya analizamos en su momento1. Entre los recursos necesarios está el capital social, y éste a su vez debe estar dotado de confianza. Sin confianza es bastante difícil tener una economía o, al menos, una buena economía. No solo eso, sin confianza generalizada, emanada de nuestra vida cultural, de nuestras instituciones y producida a diario por el entramado de relaciones de nuestra vida social, es improbable construir una sociedad desarrollada.
La raíz latina de la palabra ‘confianza’ (fides) es la misma de la palabra ‘fe’. A su vez, la raíz fid- de las lenguas neolatinas se conecta con el griego peith, cuya base es tanto peitho (convenzo) como el verbo pistis (fe). Además, pistis viene del sánscrito bandh, que significa ‘cuerda,’ ‘lazo’, ‘ligamen’. La fides, por tanto, es la cuerda que nos une verticalmente con el Cielo, la fe con ojos cerrados, y que horizontalmente –entre personas– necesita la prudencia de los ojos abiertos, la confianza.
Sin confianza no podemos avanzar mucho en la economía. Para comprar un insumo necesario a un proceso industrial se debe confiar en que éste llegará a tiempo; el vendedor confiará en la solvencia del comprador para cobrar el precio. Los empleados necesitan confiar en el proyecto de esa empresa y en la competencia de sus jefes y éstos, en la responsabilidad de sus subalternos para hacer bien el trabajo. La confianza se da y se recibe. Supone un riesgo, no sé si el otro la merece, pero pongo a disposición recursos (un auto); el que la recibe se la tiene que ganar. Es, como muchos otros, un bien delicado que fácilmente y con muy poco se puede echar a perder.
Un primer ámbito de producción es la familia, pero también las organizaciones sociales son productores de “cuerdas”, lazos2 de confianza. A su vez, la confianza desde las instituciones tiende a fortalecer la confianza interpersonal. Si sé que cuento con autoridades eficientes, imparciales y honestas, me sentiré más confiado y lo mismo si sé que hay un poder judicial que en tiempos breves puede resolver un litigio.
Varios tipos de capital social
Con la agudeza que lo caracteriza, Stefano Zamagni destaca varios tipos de capital social que permiten incrementar la confianza necesaria para el desarrollo de una región. Está el capital social de tipo bonding (unión): son relaciones que se instalan en grupos más bien cerrados y homogéneos en cuanto a valores e intereses (la familia, grupos étnicos, religiosos, una misma comunidad); en cambio, el de tipo bridging (puente), es fruto de lazos estables entre grupos diferentes, incluso muy distintos entre sí. Este tipo de capital social genera una confianza generalizada, capaz de incidir en las reglas del juego político y económico y en el desarrollo moral y material de un territorio. Hay, además, un tercer tipo de capital social, el linking (enlace), que se establece cuando entidades públicas y organizaciones sociales logran actuar en espíritu subsidiario, para obras que ninguna entidad podría llevar a cabo por sí misma.
Para el desarrollo son necesarios los tres tipos de capital social, con la salvedad de que el de tipo bonding no prevalezca en desmedro de los otros dos, puesto que, aplicando el primero a gran escala, podemos encontrarnos con formas de organización semi-mafiosas, al menos en su lógica y, en todo caso, demasiado cerradas. Quizás ello puede explicar algunas de las trabas que impiden a menudo nuestro desarrollo. Ciertos estilos políticos, como el caudillismo.
Algunos ejemplos vienen al caso. Hacia 2004, cuando no menos de 140.000 millones de dólares habían salido al exterior de la Argentina, tuve una charla con un “pope” de la economía que justificaba esa conducta con la excusa de la incertidumbre. Cuando le objeté que era bastante extraño que en el país fuera posible producir esa cantidad de riqueza pero no conservarla, el economista no pudo dar una respuesta.
Se estima que en América latina la evasión impositiva se sitúa en los 360.000 millones de dólares. Y no es infrecuente que la justificación sea: no se sabe cómo el Estado gasta esos recursos. Ese convencimiento, lamentablemente, se ve confirmado por otro dato más: la región despilfarra 220.000 millones de dólares en gasto ineficiente y de mala calidad, además de corrupción.
Basta de parches
Zamagni indica como factor de retraso para el desarrollo, precisamente la separación existente entre sociedad política, sociedad civil y mercado, junto con la escasez de confianza generalizada. Muchas veces la emergencia impide ver lo emergente. A todas luces, y el discurso vale para toda América latina, mientras no trabajemos para dotarnos de instituciones confiables y mientras no inyectemos confianza, nuestro destino será el de poner parches para el corto plazo, pero sin modificar las reglas del juego político y económico y, a la vez, modificar la matriz cultural hacia la generación de un clima de confianza, que nace si cada uno se compromete en generarla, sin esperar que sean otros los que comienzan ·
- Cfr. “Bienes que nacen de las relaciones”: en Ciudad Nueva (595), p. 30.
- El término es preferible a vínculo, que más bien indica un límite.
Artículo publicado en la edición Nº 604 de la revista Ciudad Nueva.