La Virgen, el niño, la vieja (…y el burrito)

La Virgen, el niño, la vieja (…y el burrito)

Cuento de Navidad.

(…) Arriba de un burrito pequeño, peludo y suave iban la Virgen y el Niño Dios.

Muy triste estaba la Virgen, porque al Niño Dios se lo querían matar. ¿Y qué podía haber hecho de malo el Niño Dios, que era apenas un bebé?

Nada. Pero si lo dejaban que se viniera hombre, decían los poderosos, pondría el mundo patas para arriba…

La Virgen y el Niño escapan. Y no tenían agua, ni pan ni abrigo. Asustada estaba la Virgen. Y el Niño Dios, que sería Dios pero también era un chico como cualquiera, no paraba de llorar.

Entonces el burrito quiso ayudar y se paró delante de una casa grande y rica.

(…)

Y la Virgen, que entendió al burrito, se animó a golpear:

–¡Toc, toc!

–¿Quién es?

–La Virgen y el Niño.

(El burrito se entrompó.)

–La Virgen, el Niño y el burrito. ¿Podría darnos unos sorbos de agua, alguito de comida y un rincón para descansar, por amor de Dios?

–¡Qué amor de Dios ni qué niño envuelto! ¡Vayan a trabajar, vagabundos, haraganes!

Y la Virgen y el Niño Dios, arriba del burrito, siguieron andando. Hasta que el burrito se volvió a parar delante de una casa muy grande y muy rica.

–¡Toc, toc!

–¿Quién es?

-La Virgen, el Niño… y el burrito. ¿Podría darnos unos sorbos de agua, alguito de comida, por amor de Dios?

–Ja. ¡Si no tienen ni agua ni comida algo habrán hecho! ¡Fuera! ¡No queremos mujeres! ¡No queremos chicos! ¡No queremos burros!

(…)

Y la Virgen y el Niño, arriba del burrito, siguieron andando. Y pasaron delante de un ranchito pobre, pobrísimo.

(…)

–¡Toc, toc!

Enseguida la puerta se abrió y apareció una viejita.

(…)

Y la viejita les dio de beber a la Virgen, y al Niño Dios y al burrito en una calabaza porque como era tan pobre, ni jarro había.

Y corrió a matar a su única gallina, con la que preparó un rico guiso. Claro que hubo que comerlo en el suelo y directo de la olla porque, como la viejita eran tan pobre, ni mesa ni sillas ni platos había.

–¡Entierre los huesitos de la gallina en el campo, doña! –le dijo la Virgen a la viejita.

–Ustedes tienen cara de sueño –dijo la viejita. Y corrió a preparar la única cama para la Virgen y el Niño Dios.

–Duerman tranquilos –dijo– que el burrito y yo nos arreglamos lo más bien en la cocina.

Y entonces todos se dieron las buenas noches, y la Virgen y el burrito se tentaron mucho de risa cuando la viejita le recomendó al Niño Dios que soñara con el Niño Dios.

A la mañana siguiente, la viejita se despertó temprano, como era su costumbre. (…)

El pobre rancho se había convertido en una linda casa con sus sillas y sus cortinas en la ventana. (…).

En la cocina brillaban tres cacerolas y dos sartenes (…).

Encima de la cama había una manta de colores y (…) un vestido floreado, unas medias de abrigo ¡y un magnífico par de alpargatas negras!

Mareada por tanto lujo, la viejita salió al campo. ¿Y qué fue lo que vio? ¡Montones de pollitos gordos y alborotadores que empezaron a seguirla por todas partes! “Diez pollitos por cada hueso de tu única gallina”, creyó oír. Pero por más que miró a un lado y al otro, no encontró a nadie.

Entonces la viejita se dio cuenta de que los que habían pasado por su casa, bebido de su agua, comido de su comida, dormido en su cama, eran nada más y nada menos que…

–¡La Virgen y el Niño Dios! –gritó, alzando los brazos.

Pero como en el aire le pareció escuchar algo así como un rebuzno triste, agregó enseguida:

–¡¡Y el burrito!! ·

(extractado de Navidad tierra adentro. Buenos Aires: Ciudad Nueva, 2012)

Cuento publicado en la edición Nº 604 de la revista Ciudad Nueva.

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